El coronavirus y/o la crisis de los refugiados sirios abren la mayoría de las portadas, que dejan en letra pequeña el nuevo frente judicial contra Carles Puigdemont y las investigaciones sobre una presunta cuenta corriente en Suiza del rey emérito Juan Carlos I. De estos dos últimos asuntos, el que más se destaca es el de la causa secreta abierta contra el presidente exiliado, una curiosa valoración o, por el contrario, normal —por muy anormal que pueda parecer.
La epidemia y los refugiados son causa de gran inquietud, porque no se sabe todavía cómo abordar ninguna de las dos cuestiones. Faltos de progresos que permitan avistar alguna esperanza de controlar y reducir uno y otro fenómeno, los diarios sólo disponen de las pésimas consecuencias de esos acontecimientos: la Fira de Barcelona aplaza Alimentaria; una muerte por coronavirus pone al descubierto el mayor foco de la infección, desconocido hasta ayer; Turquía envía mil policías a la frontera con Grecia para evitar las devoluciones en caliente de migrantes sirios, etcétera.
Encima, el gobierno español de coalición sufre una inestabilidad que puede hacer buena la comparación con el Dragon-Khan a la que se asoció el gobierno tripartito de la Generalitat.
Son situaciones nuevas, inéditas —incluso inauditas— para las que no hay manual de instrucciones ni un precedente que ayude a ponerles remedio o, cuando menos, a imaginarlo. Las portadas de hoy se componen de noticias negativas. Todo angustia, mortifica, agobia. Es verdad que las noticias son las malas noticias. Es noticia que se estrella un avión y no que diez mil aterrizan sin novedad. También es verdad, sin embargo, que las portadas son una elección, una decisión libre. Quizás en días como estos —inciertos, confusos, azarosos— los diarios podrían hacer un esfuerzo por desvanecer los males augurios y ofrecer medio rayo de luz. En Wuhan y en Barcelona, los científicos han hecho avances para entender cómo actúa el Covid-19. Turquía y Rusia han firmado un alto el fuego en la guerra de Siria. Es normal que los ministros de los gobiernos de coalición se peleen, más aun si es el primer experimento en casi un siglo. Etcétera. Claro que, discutidores, aprensivos y desconfiados como somos, tal vez diríamos que intentan embellecer la gravedad del momento a base de buenas y esperanzadoras nuevas.
Pero quizás un día —sólo uno— valdría la pena probarlo.