Se veía venir. Las portadas de la prensa madrileña salivan con los 600.000 asistentes a la manifestación de la Diada de 2019, la cifra más baja desde 2012. La derecha (y no tan derecha) mediática se frota las manos y lo interpreta amparándose en el atavismo mental que les sirve para explicar el fenómeno independentista: es un suflé que irá bajando. Primero decían que lo haría a medida que la crisis económica remitiera. No pasó. Dijeron que se deshincharía con el paso del tiempo, por inercia. Tampoco. La represión policial y judicial se encargarían. Nah. Después adelantaron que lo desinflamaría la desaparición de Mariano Rajoy y su gobierno. Nada.

Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.

Hacer salir a 600.000 personas a la calle no es un hecho cualquiera. Si eres periodista y a eso le llamas "pinchar", háztelo mirar. Quizá seas un hater. En Europa, ninguna causa lo ha logrado, salvo quizás las manifestaciones gigantescas contra la guerra de Iraq en alguna metrópoli. Menospreciar la Diada —ninguna sorpresa: es lo que han hecho siempre— es de tontos irresponsables que entienden la vida política como un combate de boxeo. La prensa internacional lo ve de otra manera y califica de "masiva" la manifestación de ayer en Barcelona. Un caso entre cien: anoche, Aktuellt, el Informe Semanal de la televisión pública sueca, dedicó a la cosa un reportaje de siete minutos con el título Massiv manifestation. Siete minutos. Ayer.

Da igual la cifra cuando hablamos de estas magnitudes. A los diarios ni se les ocurre interpretar la menor asistencia a la Diada como un aviso de la ciudadanía soberanista a sus representantes políticos. Puestos a estar en la luna de Valencia, tampoco han sabido ver cómo el independentismo civil —Òmnium, en este caso— organizaba con éxito un acto diseñado para poner a los Comunes en la misma página. No ven venir ni una. Qué pena.

Más todavía. La cuestión no es cuánta gente moviliza el Once de Septiembre sino como resolver el conflicto abierto el 2010 por la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut. La integración de Catalunya en el Estado (o no) "sigue siendo el problema constitucional sin la solución del cual la democracia no es posible en España", dice y redice al catedrático de Derecho Constitucional Javier Pérez Royo, entre otros. Por eso las portadas de El Mundo, ABC y La Razón son infantiles y las del resto están casi en fuera de juego.

Considerar la potencia del independentismo de la misma manera que se mide la audiencia de una película es coger el rábano por las hojas. Porque mientras los diarios —esos tres y el resto— se entretenían ayer en contar manifestantes y  jugar al menosprecio, o en hacer titulares de jijíjajá con fotos mentirosas (la peor la de La Razón: ¿creen que engañan a alguien?), hoy mismo España continúa sin gobierno, abocada a nuevas elecciones —cuatro en cuatro años—, situación de provisionalidad que deja a los ciudadanos muy mal expuestos a las inclemencias económicas, sociales y políticas que vienen. Es como el título de aquel libro de Neil Postman, Divirtámonos hasta morir, o el aviso de San Pablo a los Corintios: "¡Comamos y bebamos, que mañana moriremos!". O como el microcuento de Monterroso.