Industriales residentes en Euskadi y vinculados a los bancos de Bilbao y de Vizcaya agrandaron sus fortunas comerciando con Hitler y ayudando a prolongar su esfuerzo bélico mediante la venta de minerales estratégicos producidos en Catalunya. La fluorita de Osor (la Selva) se transportaba hasta la Francia de Vichy a través de Sant Feliu de Guíxols (Baix Empordà) i Portvendres (Rosselló). Esta es la tercera entrega de una serie de cuatro reportajes de investigación realizada por Ferran Barber en El Nacional de Catalunya, después del primero i el segundo.

Un individuo bien vestido cercano a los cincuenta y de aspecto inequívocamente alemán camina por las calles de Girona de camino a la iglesia un domingo de un mes desconocido de 1945 o 1946, aunque más probablemente en el 46. Nuestro testigo —un antiguo empleado de Minersa— recuerda perfectamente los detalles de la historia que le contó en persona su propio protagonista pero flaquea con las fechas. Que era un domingo es bien seguro porque el germano, piadoso católico (o eso pretendía él), se dirigía a misa. Antes de llegar al templo le interceptan por la calle varios hombres y con una cortesía impropia de quienes están a punto de detener a un criminal, le informan de que se halla en la lista de nazis reclamados por los Aliados. A renglón seguido, le conducen a la sede del Gobierno Civil de la ciudad y le retienen unas horas.

El pasaporte que muestra el alemán dice que se llama Friedrich Lipperheide Henke y que nació en 1898 en la pequeña ciudad de Neheim, en Renania del Norte-Westfalia. Naturalmente, los policías ya conocían esos detalles, del mismo modo que sabían que la persona a quien debían interrogar era un empresario afincado en Bilbao cuya extradición reclamaban los británicos y los estadounidenses por su colaboración criminal y sus actividades comerciales con el Gobierno del Tercer Reich. En 1945, los servicios secretos del Consejo de Control Aliado elaboraron una lista de 104 nazis reclamados a España que decía escuetamente a propósito de Friedrich Lipperheide que había sido miembro de las SS y espía en Bilbao de la Kriegsmarine. Esa breve entrada no hacía justicia ni de lejos a la verdadera implicación del empresario en los asuntos del Tercer Reich.

Los cuatro hermanos Lipperheide en una foto familiar   Archivo

 

Aznar Zavala le escondió como a otros nazis

 

Friedrich había dormido la noche anterior a su breve arresto en el Peninsular de Girona, un hotel creado a finales del siglo XIX donde se solía alojar lo más granado de la burguesía de la época. El germano, socio fundador de Minerales y Productos Derivados (Minersa), había viajado del País Vasco a Girona para visitar unas minas de fluorita que explotaba su sociedad a algunos kilómetros de Osor —en el corazón de la comarca gerundense de la Selva— y para reunirse con algunos de sus contactos en la zona. Sabía que los vencedores de la guerra iban tras su sombra pero es de suponer que el arresto le pilló de sorpresa porque Franco parecía mucho más inclinado a montar un teatrillo ante los Aliados que en perseguir con determinación a viejos camaradas y hombres de negocios por los que a menudo sentía un gran respeto, acompañado a veces de afecto personal y gratitud. Franceses y anglosajones llegaron a solicitar la repatriación de más de un millar y medio de militares y funcionarios del Tercer Reich refugiados en España y el régimen no llegó a entregar trescientos.

Tal y como afirma Francesc Bosch, historiador de Sant Feliu de Guíxols, la política de Madrid era “vender por un plato de lentejas” a los pequeños funcionarios del partido o a otros individuos insignificantes, mientras se resistía a entregar a militares de alto rango de las Waffen-SS como Otto Skozerny, a sus queridos miembros de la Legión Condor o a acaudalados hombres de negocios y propietarios de empresas como Johannes Bernhardt —presidente de un conglomerado nazi de sociedades conocido como Sofindus— o el propio Lipperheide. Entre tanto, el Generalísimo intentaba ganar tiempo para preservar y blanquear mediante diferentes estrategias las empresas que los germanos habían creado en nuestro país y que los Aliados intentaban disolver cuando no apropiarse de ellas, especialmente, a partir de la conferencia de Breton Woods (1944), donde se sentaron las bases del programa Safehaven. Su principal objetivo era identificar y localizar activos alemanes y bloquear su transferencia a estados como el español. A largo plazo pretendían persuadir a España para que entregara los bienes de compañías germanas en concepto de reparaciones de guerra.

Franco se mostró reacio a cooperar en la Operación Safehaven en un primer momento. Tanto es así que se negó a extraditar a los funcionarios alemanes a los países aliados porque entraba en conflicto con su neutralidad y soberanía. Esto fue particularmente alarmante y desalentador para los vencedores porque España representaba el mayor de los peligros para la posibilidad de un resurgimiento nazi. El 3 de mayo de 1948, los norteamericanos y la dictadura del caudillo llegaron a un acuerdo sobre la liquidación de los activos inmobiliarios alemanes en España y el 3 de noviembre de ese mismo año, Madrid informó de que había depositado en el Foreign Exchange Institute 101,6 kilogramos de oro saqueado por los nazis a cambio de que los Aliados reconocieran públicamente que España no había tenido conocimiento de su origen.

Justamente como consecuencia de la laxa voluntad política franquista de entregar a los nazis, los agentes de la policía de Girona no trataron a Lipperheide como a un simple delincuente. Mientras estuvo bajo su custodia, el gobernador Civil de la provincia, Luis Mazo Mendo, le autorizó a efectuar tres llamadas de teléfono. Se sabe que los hechos acaecieron de ese modo porque el propio alemán se lo contó directamente a un ingeniero catalán de su plantilla al que el librero de viejo badalonés Marçal Font localizó en Osor hace unos meses en el transcurso de una investigación relacionada con el hallazgo de un diario nazi en la Costa Brava a la que El Nacional ha dedicado las dos entregas anteriores de esta serie de reportajes.

Mariano Coll pasa ya de los noventa pero conserva intacta la memoria y ha retenido los detalles. De acuerdo al relato de los hechos que le hizo el propio Friedrich, este llamó desde la sede del Gobierno Civil a alguien de Bilbao de identidad desconocida, probablemente, y a tenor de lo que acaeció después, algún miembro de la familia propietaria de la Naviera Aznar. Las otras dos llamadas fueron al alcalde de la población de Osor y al empresario Lluis Sibils, dueño de parte de la infraestructura ferroviaria y portuaria de Sant Feliu de Guíxols mediante la que Minersa —fundada en el 42 por un grupo de empresarios del clan de Neguri—, hacía llegar hasta Alemania de forma clandestina el mineral de sus explotaciones durante la Segunda Guerra Mundial. Sibils era cuñado de Josep Ensesa, propietario de La Gavina, un conocido hostal de la Costa Brava.

Los amigos de Friedrich tiraron de los hilos y el gobernador civil de Girona le liberó. Mazo Mendo sería discretamente destituido de ese cargo en 1956 como consecuencia de un escándalo descubierto por el propio Franco. Hasta un año antes, existían todavía restricciones a la libre circulación de las personas dentro una "zona de frontera" que iba 50 kilómetros más allá de los puestos fronterizos de Girona. Para hacerlo, era preciso adquirir un salvoconducto y, naturalmente, la parte del león de la mordida iba al gobernador que retuvo a Lipperheide algunas horas. Ni siquiera está muy claro que su intención fuera confinarlo. Claro que otros menos afortunados terminaron en Miranda de Ebro y Caldas de Malavella o repatriados a Alemania para su desnazificación.

La Iglesia terció por los Lipperheide

 

El alemán regresó inmediatamente hasta Bilbao y poco después, se lo tragó la tierra hasta el verano del 47. Durante años se dijo que había conseguido burlar a la policía, lo cual obligaría a asumir erróneamente que Franco tenía la determinación de entregarle a Alemania. Sea como sea, su posición fue vulnerable durante algunos años, y la prueba es que tanto Friedrich como sus hermanos llegaron a recurrir a la Iglesia católica para impedir su arresto. No las tenían todas.

Carta del entonces primado de España alusiva a Lipperheide

"Comuniqué a los sacerdotes Boos y Huber lo que usted me indicaba en su carta del 21 de mayo [de 1946] y ellos me han entregado la nota adjunta de algunos católicos alemanes que hace muchos años que viven en España y de los cuales ellos responden, interesándose vivamente para que no se les obligue a salir de España". Quien firmaba el escrito dirigido al canciller español de Asuntos Exteriores, Alberto Martín Artajo, era Enrique Pla y Deniel, cardenal, arzobispo de Toledo y primado de España. La relación confeccionada por los rectores de las asociaciones católicas de Madrid y de Bilbao incluía siete nombres y a la cabeza de ellos figuraba el de Friedrich o Federico Lipperheide Henke, del que se decía literalmente: "Residente en Bilbao desde hace más de 25 años. Es ferviente católico y no ha tenido nunca ninguna relación con la política. Pertenece a la junta de la Asociación Católica Alemana, de la que ha sido presidente durante 17 años. Es casado y tiene cinco hijos nacidos en España, siendo todos de nacionalidad española. Es persona muy conocida y ha creado diversas industrias importantes en nuestro país". Mentían como bellacos pese o justamente a causa de su condición de clérigos ultramontanos comprometidos con la dictadura.

Idéntico argumento había sido utilizado anteriormente, junto a su condición de español naturalizado, para sacar de ese inventario a su hermano José, cuyo nombre saltó a la fama años después, en enero de 1982, a raíz de su secuestro por ETA. La nacionalización de las empresas y los nazis fue una de las estrategias más usadas para zafarse de los tribunales de los vencedores de la Gran Guerra. Ambos lograron eludir la acción de la justicia nacionalizándose españoles, pero, según explicaba en El País el reportero José María Irujo, José lo hizo mucho antes gracias “al parentesco de su esposa con Esteban Bilbao, entonces presidente de las Cortes franquistas. Friedrich no tuvo tanta suerte y permaneció huido durante algún tiempo”.

Ahora también sabemos gracias a Mariano Coll que, tras el incidente de Girona, el germano se mantuvo a distancia de la policía ocultándose en la finca manchega de Cabañeros, unos vastos terrenos en donde solía cazar la burguesía y la aristocracia que el naviero José Luis Aznar había adquirido en 1941 a la hija del duque de Medinaceli por mediación del marqués de Villabrágima. Parte de lo que fue en su día el mayor latifundio del país es actualmente propiedad de Alejandro Aznar, presidente de Marqués de Riscal, y descendiente del dueño de la naviera vasca, uno de los miembros de la gran banca de Euskadi que más abiertamente simpatizaba con el nacional-socialismo.

Ocho apellidos vascos

 

Incluso a día de hoy, acostumbran a aparecer unidos en los gobiernos corporativos de sociedades como la propia Minersa los apellidos de los descendientes de los Aznar y los Lipperheide junto a otros como los Guzmán o los Aguirre. No solo se hallan conectados en el presente por sus todavía vivos vínculos empresariales sino por el hecho de que sus fortunas familiares se consolidaran al abrigo del franquismo, el Tercer Reich y los Bancos de Vizcaya y de Bilbao que en 1988 decidieron fusionarse para adoptar, un año después, la marca comercial de BBV, posteriormente ampliada con la “A” de Argentaria. No se conoce un solo precedente español de empresa, entidad bancaria o de linaje familiar de empresarios que haya solicitado perdón por enriquecerse comerciando con los nazis, y pocos casos hay más claros y probados que los de Aznar Zavala y los Lipperheide, a los que la historia dispensó de responder de sus acciones gracias a un velo de impunidad y ocultación tendido, entre otros, por la dictadura franquista y la Iglesia Católica y gracias, también, a la benevolencia y la ignorancia de las generaciones crecidas tras la democracia.

Que los dueños de la naviera Aznar se sirvieron en su día de sus buques para transportar nazis huidos a América Latina es un hecho probado. Hace ahora diez años, el periodista de investigación José María Irujo documentó en su libro La lista negra cómo el espía Reinhard Spitzy logró escapar desde España en el barco Monte Urbasa, propiedad de esa compañía.

Spitzy dejó Madrid en el año 1943 y se refugió en Santillana del Mar (Cantabria) con la ayuda de unos curas cántabros. Pasó dos de los tres años que anduvo huido, disfrazado de sacerdote en el monasterio burgalés de San Pedro de Cardeña. Allí adoptó el sobrenombre de Ricardo de Irlanda hasta que fue trasladado por los propios curas, ataviado con una sotana, hasta Bilbao, y desde allí logró llegar a la Argentina a bordo de un barco de los Aznar Zavala.

Otras embarcaciones de esa misma sociedad transportaron a América Latina desde puertos gallegos a docenas de nazis. En el caso de Spitzy, no hay ninguna duda de que su huida se organizó con el conocimiento y la connivencia del dueño de la naviera. José Luis Aznar había contraído una deuda moral con otro nazi llamado Max Hohenlohe que le había ayudado a escapar del País Vasco durante la Guerra Civil. El historiador Jesús María Valdaliso ilustra en uno de sus libros el vínculo de la familia Aznar Zavala con los nazis refiriendo que el propio Göring le regaló a José Luis un doberman adiestrado por la Gestapo durante una de sus visitas a Euskadi. La familia lo recordaba por su fidelidad a su amo.

Del puerto de Bilbao salieron igualmente para Suramérica cientos de criminales gracias a la logística de la red Odessa, dirigida por Otto Skorzeny. En la ciudad tenían pisos francos y un grupo de colaboradores. La capital vizcaína era en aquella época un lugar de importancia estratégica para la huida de los dirigentes nazis, gracias, entre otras cosas, a la presencia de individuos afines a la causa como los propio Lipperheide y a la red de amigos falangistas con los que se mezclaban en un sentido estrictamente literal.

"La endogamia de los miembros de la oligarquía de Neguri alcanza cotas preocupantes para la salud de su descendencia", escribió Antonio Maestre en su libro Franquismo S.A. a propósito de ello. "Juan María Aguirre Achutegi se casó antes de la contienda con María Isabel Ybarra. La hija de este matrimonio fue Dolores Aguirre, que contrajo matrimonio con Federico Lipperheide Wicke, quien durante muchos años ostentó la vicepresidencia del Banco de Vizcaya, pero en cuyas raíces hay una historia mucho más preocupante. Su padre, Friedrich Lipperheide Henke, y su tío, José Lipperheide Henke, fueron los principales enlaces empresariales del nazismo en el norte de España. Ambos pusieron su empresa Lipperheide y Guzmán al servicio del Tercer Reich a través de sus empresas".

Cuando Irujo entrevistó en el transcurso de su investigación al hijo de Friedrich Lipperheide Henke — esto es, al arriba mencionado Federico Lipperheide Wicke, nacido en 1929 y fallecido en 2010—  este dijo ignorar que su padre había sido miembro de las SS. Es decir, Federico desconocía supuestamente que parte de la fortuna de su familia se fundó en los negocios con los nazis pese a que era un muchacho ya crecido cuando su padre se lucraba vendiendo fluorita el Eje y comerciando con las patentes de las empresas químicas de Unicolor, delegación española de la matriz alemana IG Farben, el conglomerado empresarial del Tercer Reich que fabricaba con mano de obra esclava Zyclon-B, el pesticida utilizado por el Führer para gasear judíos.

El modo en que se enriquecieron varios de los grandes accionistas del Banco de Vizcaya y de Bilbao vendiendo al Eje mineral extraído en Catalunya es algo que está siendo investigado y aclarado ahora a raíz de una rocambolesca secuencia de hechos que arranca con el hallazgo casual en Sant Feliu de Guíxols de un diario escrito por un soldado de la Wehrmacht durante la Segunda Guerra Mundial.

El diario del nazi de Sant Feliu de Guíxols

 

El cuadernillo fue encontrado por el arriba citado librero de viejo catalán, Marçal Font, entre los papeles de un antiguo edificio de Sant Feliu de Guíxols. Su autor fue inmediatamente identificado como un combatiente nazi destinado en el frente escandinavo. El soldado en cuestión se llamaba Günter Zeschke y se transformó con el paso del tiempo en un reputado geólogo —especializado en prospectar fluorita y uranio— a quien Friedrich Lipperheide contrató a finales de los cincuenta para hallar nuevas vetas de mineral en la Península. Fue tirando de esa madeja cómo el librero catalán descubrió —en colaboración con Miriam Noheras y Francisco Muñoz— que “el Führer no solo se proveía de minerales estratégicos a través de Sofindus, sino de los propios Lipperheide y sus amigos vascos, que hacían negocios tremendamente lucrativos y espeluznantes en los resquicios que dejaba el conglomerado nazi que dirigía Johannes Bernhardt”.

Marçal Font, libretero     Foto Ferran Barber

Font es mucho más que un librero de viejo acostumbrado a zambullirse en viejas y polvorientas bibliotecas y habituado a realizar hallazgos sorprendentes de valiosos libros catalanes. Es también un aficionado a los enigmas de la historia. De un modo fortuito, el soldado Günter Zeschke —quien se quitó la vida en 1970 ingiriendo una pastilla de cianuro siguiendo el ejemplo de su Führer— le condujo de manera póstuma hasta ciertos detalles relativos al modo en que se transportaba clandestinamente la fluorita de Minersa desde Osor a Francia utilizando una ruta que se servía del tren de Girona a Sant Feliu de Guíxols y de la flota de cabotaje del Mediterráneo. Pero vayamos por partes.

La fluorita que Lipperheide y sus socios exportaron a Alemania era un mineral de importancia estratégica para la industria bélica. Se empleaba, entre otras cosas, para endurecer el acero y los blindajes de los vehículos militares, además de en ciertos procesos industriales relacionados, por ejemplo, con la fabricación del aluminio. A partir de la Segunda Guerra Mundial, el fluorospato tuvo también un papel protagonista en el desarrollo de las bombas atómicas y en el enriquecimiento de minerales radiactivos. Los nazis solían decir que el wolframio — conocido también como tungsteno—  era la sangre de Alemania. Nadie podría poner en duda que el Führer no hubiera conseguido resistir hasta el 1945 sin el tungsteno y la fluorita hispano-portuguesa, lo que a juicio de Marçal Font subraya la magnitud y significación de las “relaciones comerciales que mantuvieron los grandes dirigentes y accionistas de dos de los mayores bancos vascos”. Tanto el Bilbao como el Vizcaya, además del Urquijo y el Banco Español de Crédito, eran las entidades de las que se servían preferentemente los nazis para efectuar y ocultar sus trapicheos. “Han resonado mucho los nombres de criminales como el Doctor Muerte, Aribert Heim, en el imaginario de la gente y a la hora de encarnar la vileza y la inmundicia moral del Tercer Reich”, asegura Marçal Font. “Pero el daño que infligieron estos banqueros españoles y alemanes fue bastante mayor porque fueron sus minerales los que permitieron prolongar el esfuerzo bélico del Führer. Lo que hemos completado ahora es el puzzle que ayuda a entender la forma en que Catalunya formaba parte de su organigrama”.  

Mentiras franquistas

 

En un documento secreto norteamericano datado a mediados de la Segunda Guerra Mundial y desclasificado en 1987 se afirma literalmente que el Consejo Ordenador de Minerales de Especial Interés Militar había invertido dos millones de pesetas en las minas de Osor. El organismo se justificaba asegurando que habían hecho un esfuerzo “para garantizar el abastecimiento de espato de flúor con vistas a manufacturar criolita para la producción de aluminio en Sabiñánigo (Huesca)”. Los franquistas mentían y, al igual que la familia Lipperheide y el resto de sus socios, trataban de ocultar el hecho cierto de que estaban exportando fluorospato al Tercer Reich a pesar de su supuesta neutralidad. Otros documentos desclasificados de los Aliados proporcionan pruebas inequívocas de que grandes cargas de mineral de Osor llegaron a Alemania. “Recibimos su telegrama del día 1 de este mes, sobre las 13.000 toneladas de fluorita de Fluoruros, así como las 2.000 y 10.000 toneladas de Osor. ¡Heil Hitler!”, se afirma en una nota interceptada por los estadounidenses y dirigida en 1944 a un intermediario alemán llamado Heinz Bouteiller. Dicho de otro modo, lo que viene a decirse en esa y otras comunicaciones posteriores es que queda cancelada la adquisición de 13.000 toneladas adquiridas a Sofindus y otras 12.000 toneladas de fluorita procedente de las minas catalanas de Lipperheide a través de la empresa pantalla que opera Boutellier, de lo que a su vez se infiere que existía ese comercio.

Document desclassificat dels EUA sobre la fluorita, España y los nazis

No solo hemos hallado documentos y recabado testimonios que demuestran que se vendía fluorita al Tercer Reich extraída en Osor y el Papiol [esta última era operada por Fluoruros, de Sofindus], sino que hemos llegado a comprender el modo en que realizaban el transporte y ocultaban las operaciones”, precisa Marçal Font. De acuerdo a su relato cronológico de lo acaecido, las minas situadas en la comarca de la Selva decidieron reflotarse a raíz de las circunstancias geopolíticas y la creciente demanda de mineral para usos militares a la que dio lugar la Segunda Guerra Mundial. La explotación de Osor fue colectivizada durante la Guerra Civil y no dejó nunca de trabajar, pero los republicanos no lograron comercializar su producción, de modo que al término del conflicto se conservaban almacenadas entre cinco y seis mil toneladas de material.

Astutamente, Dámaso Ibáñez —a la sazón director de la empresa Minerales y Productos de Explotación— vio una inmejorable oportunidad de negocio y trató de resucitar Osor a finales del 40. Por aquellas mismas fechas se publican notas en la prensa asegurando que había importantes paquetes de acciones de 100.000 pesetas para arriba cuyo propietario se desconocía. “Suponemos que los dueños de las participaciones eran en realidad catalanes leales a la República a los que los franquistas robaron en un sentido estricto sus acciones mediante estratagemas como esas. Nadie que se hubiera opuesto a Franco iba a reclamarlas así que no sería sorprendente que se apropiaron de ellas”, apunta Font. Se trataría de un procedimiento similar al que utilizaron los Aznar Zavala en el País Vasco para apoderarse de la flota de los de la Sota, empresarios de la órbita del PNV, con la ayuda de sus amigos fascistas del Gobierno. Franco se refería a ello como al acto de blanquear el dinero rojo.

Dámaso Ibáñez no logró volver a poner la mina en marcha por sí solo porque carecía de capital y de socios capitalistas. Y allí es donde entra Friedrich, quien, conocedor de las demandas del mercado, había acudido por esas mismas fechas a la Comisión de Minerales Estratégicos (Comeim) preguntando dónde había fluorita. Le sugirieron que en la mina Berta de El Papiol, en el Baix Llobregat, pero el hispano-alemán descartó ponerse a trabajar allí porque las galerías estaban anegadas por el agua del río Llobregat. El segundo de los Lipperheide envió a Osor a uno de sus tres hermanos, Francisco, y este descubrió que había entre cinco y seis mil toneladas de mineral ya extraídas que podrían comercializarse, además de maquinaria utilizable y un socio catalán interesado en explotar la mina. Es entonces cuando Dámaso Ibáñez y Friedrich fundan Minersa con la ayuda del Comeim y del capital de otros accionistas de los Bancos de Vizcaya y de Bilbao como los Guzmán, entre otros. Formalmente, la sociedad quedó constituida en junio de 1942 con un capital de 15 millones de pesetas. El primer año alquilaron la explotación y en 1944, adquirieron las acciones y absorbieron  Minerales y Productos de Explotación, propiedad de Dámaso Ibáñez, que quedó fagocitada por la legendaria Minersa.

Ésta a su vez tomó el relevo de otra sociedad anterior creada por los Lipperheide llamada Somimet, cuyos principales accionistas eran Guillermo Ibáñez, Rafael Guzmán, Serafín Abaitua e Higinio Corral, además del propio Friedrich Lipperheide. Desde Somimet comerciaron con el Tercer Reich sacando partida de la amistad del alemán con los responsables de IG Farben. Lo primero que hizo Minersa tras hacerse con las instalaciones de Osor es vender a la Alemania nazi las seis mil toneladas de fluorita extraídas por “los rojos” en la época en que se hallaba colectivizada. “No existen datos precisos de cuánto mineral de Osor o de El Papiol se vendieron a Alemania, pero no hay duda de que las ventas se incrementaron muy notablemente hasta al menos la liberación de Francia”, asegura Marçal Font. Todo ese puñado de accionistas mayoritarios y consejeros de los Bancos de Bilbao y de Vizcaya se enriquecieron traficando con el Tercer Reich a pesar de los desmentidos de la familia y el sorprendente silencio de parte de la prensa vasca, que cubrió las muertes de los patriarcas del clan mediante hagiografías donde ni siquiera se mencionaba de pasada el origen de la fortuna familiar, como si su colaboración con el nazismo hubiera sido un accidente o un asunto insignificante.

En opinión del político e historiador del PNV, Iñaki  Anasagasti, la actividad de ETA contribuyó de forma especialmente relevante a enrarecer la atmósfera social de Euskadi y a impedir que el debate y la restauración de la memoria y alguna forma póstuma de justicia se desarrollaran en circunstancias saludables y no disfuncionales. “Piensa que José Lipperheide, hermano de Friedrich, fue secuestrado en 1982 y a todos les parecía de mal gusto hurgar en el pasado de una víctima. Claro está, si lo hubieran hecho hubiesen descubierto que su apellido no es precisamente de Gernika, sino que tenía unas connotaciones muy claras, y por supuesto, hubiera salido a relucir lo que había hecho”.

La prensa camaleónica de Euskadi

 

“En cuanto al silencio de ciertos medios vascos de comunicación —prosigue Iñaki Anasagasti—, creo que no debe desconocerse el papel fundamental de El Correo Español y La Gaceta del Norte, que eran los periódicos del régimen, lo controlaban todo y creaban opinión. La Gaceta del Norte desapareció pero el Correo cambió e incluso suprimió lo de “español” del nombre con esa habilidad y ese olfato que tiene cierta derecha para adaptarse a los tiempos. El Correo comenzó a editarse en el año 37 con una rotativa que había sido requisada al diario Euskadi. Es decir, que esa cierta derecha vascongada entre la que estaban Emilio Ybarra y otras familias nos robaron la rotativa y el espacio periodístico que ocupábamos los del PNV. Boicoteamos a El Correo en los tiempos de Franco y también durante la democracia. Pero meterse con la prensa era meterse con sandios, y tuvimos que frenar una vez más y, entre otras cosas, por la presencia de ETA. Cada vez que criticabas a algo o alguien o tratabas de ir más lejos te decían que los ponías en el punto de mira de la organización. Hoy es el periódico más vendido porque sus dueños han sabido transmitir la imagen de que es independiente. En realidad, son monárquicos, catolicones de la vieja escuela y autonomistas bastante desvaídos. Eso sí, tienen buenos reportajes y buenos periodistas”.

Otro político vasco —el diputado de EH-Bildu Jon Iñarritu, oriundo de Getxo— asegura a propósito de ello que “en la sociedad vasca, como en la mayoría de sociedades, el grueso de la gente desconoce quiénes fueron esas personas que se relacionaron y se lucraron con los nazis. Sin embargo, es notorio y sabido entre los académicos, los políticos y la gente que conoce la historia política del país la vinculación de esas familias con el Tercer Reich y, especialmente, la de los Lipperheide”.

“Si hablamos de medios de comunicación, lo primero que tiene uno que preguntarse en qué manos están algunas de esas cabeceras vascas de referencia”, añade Iñarritu. “Es un hecho que se hallan vinculadas a familias que, si bien no estuvieron tan relacionadas con los nazis, medraron con el régimen franquista y siguen teniendo parte del poder económico y una gran capacidad de influencia. Ni siquiera sé si esto interesa. No hablamos de un asunto nuevo. Se han publicado artículos, libros e incluso documentales... Pero no hay duda de que hay familias que siguen siendo influyentes y que no desean que sus nombres aparezcan asociados al franquismo y menos aún, al Tercer Reich”.

Ruta catalana de la fluorita

 

Lo siguiente que el librero badalonés se propuso averiguar es cómo se las ingeniaban para llevar hasta Alemania la fluorita burlando la vigilancia de los Aliados, quienes presionaban sobre el régimen para que actuara de verdad como un país neutral y llegaron incluso a amenazar con invadir España. “También disponemos de información que indica que al menos una parte muy significativa de ese mineral se transportaba en camión desde Osor a Girona y, desde allí, al puerto de Sant Feliu de Guíxols, por una línea de ferrocarril de vía estrecha”, precisa Font. “Desde al menos 1905, el tren tenía un parque de vagones destinado al transporte del espato de flúor al Baix Empordà. Sabemos asimismo que la producción se incrementó de forma muy significativa desde que la mina se reflota hasta el 44, aunque probablemente se camuflaron las partidas consignando el mineral como productos diferentes. Y es muy probable que el corcho fuera uno de ellos. Curiosamente, el responsable de esa línea de ferrocarril era Lluis Sibils, una de las tres personas a las que llamó Friedrich Lipperheide tras ser retenido en el Gobierno Civil de Girona. Sibils era asimismo el presidente de la cámara local de Sant Feliu de Guíxols y consignatario de barcos en el puerto. Uno de los secretarios del ferrocarril que trabajaban para él era agente de aduana. Es decir, llegado el caso, disponían de todos los instrumentos para falsear la carga y llevarla hasta la Francia de Vichy sin pasar por aguas internacionales”.

Foto histórica del puerto de Sant Feliu de Guíxols  Archivo

La investigación que ha realizado el librero badalonés junto a sus colegas sugiere que el mineral se introducía en buques de cabotaje y se transportaba por las aguas nacionales hasta el puerto de Portvendres (Rosselló), bajo control nazi. Esta vía venía siendo utilizada ya con éxito desde tiempo antes por buques de Sofindus para transportar toda clase de productos por el litoral Mediterráneo, desde València y más allá hasta el departamento galo de los Pirineos Orientales. Bajo las aguas de Portvendres hay todavía hoy un buque de una naviera española que realizaba portes para el conglomerado nazi de Sofindus y que fue interceptado y hundido por los Aliados.

La ruta catalana comenzó a ser más usada todavía a raíz de la llamada “crisis del wolframio”, que es como se designa a un grave enfrentamiento diplomático acaecido durante la Segunda Guerra Mundial entre los anglosajones y la dictadura de Francisco Franco a causa de las exportaciones españolas de tungsteno —otro mineral estratégico— a la Alemania nazi. Se inició en octubre de 1943 a raíz del incidente Laurel y terminó en abril de 1944 con la firma de un tratado entre España, Estados Unidos y Gran Bretaña por el que las exportaciones se redujeron considerablemente y, además, el general Franco se comprometió a suspender la colaboración que había mantenido hasta entonces con las potencias del Eje a pesar de haberse proclamado neutral. Los empresarios de la órbita franquista no parecían dispuestos a renunciar a sus lucrativos negocios con los nazis y debido a la presión creciente que los anglosajones comenzaron a ejercer sobre la dictadura tuvieron que buscar rutas alternativas a las del Cantábrico. Parte del mineral que empresarios como Blas de Leza, Sofindus o los propios Lipperheide producían en el norte solía transportarse a Francia hasta ese momento, bien en camiones vía Irún o, eventualmente, Canfranc (Huesca), bien por mar, desde Bilbao hasta Bayona.

“A pesar del compromiso renovado de neutralidad y al menos hasta la liberación de la Francia de Vichy, la fluorita siguió viajando desde Sant Feliu de Guíxols a Portvendres, que, sin embargo, nunca se declaraba oficialmente como el destino final de la embarcación. Utilizaban para ello algunos de los buques de la Naviera Freixas, Illueca, Ybarra o, casi con certeza, de los Aznar Zavala”, asegura Font.

El librero catalán sospecha que las empresas del corcho de la Costa Brava participadas por los alemanes y monitorizadas por los Aliados pudieron ser usadas de dos formas diferentes dentro de este esquema de transporte clandestino: blanqueando el dinero del comercio ilegal y camuflando las partidas. Es decir, dando conejo por liebre y fluorita por corcho. “Si querían montar una organización clandestina para seguir manteniendo con vida al Tercer Reich gracias a la venta ilegal de minerales estratégicos no podrían haberlo hecho mejor. Controlaban el ferrocarril, los agentes de aduana, tenían el producto, las instalaciones portuarias y las navieras propiedad de codiciosos empresarios sin escrúpulos dispuestos a sostener a los asesinos alemanes”, añade Font Espí.

En los resquicios de Sofindus

 

No cabe ninguna duda de que a los hermanos Lipperheide les fue bien comerciando con el Tercer Reich. Jugaron sus bazas como pocos y nadaron como nadie entre dos aguas. En 1938, el nazi luego reclamado por los Aliados Johannes Bernhardt creó una red empresarial llamada HISMA-ROWAK, que más tarde pasaría a llamarse Sofindus. Durante la Segunda Guerra Mundial, una subsidiaria de Sofindus conocida como Somar se ocupó de la adquisición y exportación a Alemania de fluorita y tungsteno, esenciales para el esfuerzo bélico de Hitler. El conglomerado nazi Sofindus llegó a acaparar cerca del 80% de los intercambios comerciales hispano-alemanes. Fue en el 20% restante donde los Lipperheide consolidaron su fortuna.

Sus relaciones con el Tercer Reich fueron mucho más allá de la venta de fluorita. Por poner otro ejemplo, parte del negocio de los Lipperheide se refundó en 1940 bajo el nombre de Unquinesa que aglutinaba todas sus industrias químicas del país. Pues bien, en ese mismo año en que se suscribió el Pacto de Hendaya, Unquinesa firmó un acuerdo comercial con Unicolor, la franquicia española de IG Farben, que le garantizaba, por ejemplo, un 12% de las ventas de Unicolor en España". IG Farbenindustrie AG o IG Farben fue un conglomerado alemán de compañías químicas creado el 25 de diciembre de 1925 como resultado de la fusión de BASF, Bayer, Hoechst y Agfa, entre otras. Inicialmente, producían colorantes, pero pronto comenzaron a investigar otras áreas de la química. Durante la Alemania Nazi, produjeron gas Zyklon B. De esa forma, los Lipperheide consiguieron crear uno de los mayores grupos químicos del país gracias al respaldo tecnológico de un conglomerado que contribuyó de forma singular al genocidio de seis millones de judíos.

Todos los miembros de esa familia murieron como gente respetable y sin pedir perdón jamás. Menos aún sus descendientes o los bancos que dirigieron y de los que fueron significados accionistas. Tanto Friedrich como los Aznar y otros empresarios que colaboraron con los nazis ocuparon cargos de la máxima responsabilidad en el consejo de administración del Banco de Vizcaya y de Bilbao y, con los años, se convirtieron en una dinastía de referencia del llamado clan de Neguri, denominación coloquial con la que se designaba a la oligarquía de industriales y financieros que alumbraron el BBV. Debían ese nombre al hecho de que se concentraban en el barrio residencial homónimo de la ciudad de Getxo. Hoy en día, y a raíz del escándalo de las empresas offshore, han perdido su predicamento y la poderosa influencia que tenían en el banco gente como los Ybarra. Al decir de Font, existe una indudable solución de continuidad entre los dos bancos cuyos directivos comerciaron con los nazis y la entidad actual que, digan lo que digan, no permite separar su responsabilidad o eludir la búsqueda de la verdad y, sobre todo, una petición pública de perdón.

Minersa —nacida y fortalecida al calor del Tercer Reich— sigue siendo una empresa lucrativa que ha destinado este año algo más de 16 de millones de euros al pago de dividendos a sus accionistas, a cuya cabeza se hallan Alejandro Aznar Saínz y María Isabel Lipperheide Aguirre y algunas de sus sociedades. Entre sus consejeros delegados siguen reverberando apellidos como Guzmán. Y aunque las circunstancias ahora se han modificado, no ha disminuido su interés por la fluorita, claro que los motivos y, sobre todo, su clientela, es diferente.

Ferran Barber es un periodista independiente de investigación especializado en conflictos internacionales y asuntos sociales. Ha trabajado en medio centenar de países para medios de comunicación de referencia europeos. En la cuarta y última entrega de esta serie de investigación, se proporcionarán pruebas adicionales de la implicación de los bancos de Bilbao y de Vizcaya en el comercio con los nazis. Varios políticos e historiadores vascos entrevistados por El Nacional se pronunciaran sobre ello.

 

 

En la fotografía principal, estado actual de las minar de Osor. Foto: Ferran Barber