Michel Foucault es uno de los pensadores que más y con mejor acierto trabajaron el concepto del poder a lo largo del siglo XX. En su obra Vigilar y Castigar, describe magistralmente el cambio del paradigma del poder durante los siglos XVIII a XIX. Según Foucault, en cuestión de pocos años, pasamos de un poder visible y letal, ejemplarizado en la capacidad del gobernante de decidir directamente sobre la vida y la muerte, a un poder invisibilizado, donde la función no es tanto castigar sino corregir, canalizar, controlar. Curiosamente, en España se vive el proceso inverso. En pocos años han ocurrido una serie de fenómenos y se han aplicado una serie de prácticas —siempre legalizadas— que deben ser analizadas bajo el prisma de un Estado, el español, y un régimen, el de 1978, que tiene miedo a perder su propia condición de soberano. Repasemos los hechos más relevantes de esta peculiar historia.

Es difícil elegir un primer momento en que un proceso arranca, ya que siempre hay un elemento anterior que lo explica o, al menos, lo condiciona. En España, sin embargo, hubo un hecho, un movimiento sísmico relevante, cuyas vibraciones resuenan aun hoy día. Es, claro está, el 15M. Aquí podemos marcar el inicio de una ola que empezó con el “no nos representan” y que lleva hasta Valtònyc. Pero las oleadas de movilización pierden fuerza inevitablemente y, si bien la señal llegó clara y nítida a los oídos del poder, las movilizaciones murieron en la orilla, no sin antes sembrar la playa de semillas de futuros capítulos. Vayamos paso a paso.

Zapatero y el 135.  Zapatero, el presidente en que gran parte de España depositó sus esperanzas tras aprobar leyes tan importantes como la del matrimonio homosexual o la de dependencia (que nunca llegó a aplicarse realmente por falta de fondos), claudicó ante los poderes económicos modificando el artículo 135 de la Constitución a hurtadillas en una calurosa noche de agosto. La primera reforma de la Constitución en 33 años se describía bajo el aséptico título de “Ley de Estabilidad Presupuestaria”. El PSOE renunció finalmente a su condición moral de izquierda y pactó la reforma con el Partido Popular. Al sumar PP y PSOE más del 90% de los representantes en ambas cámaras, la reforma de la Constitución se aprobó sin necesidad de someterla a referéndum. Nunca sabremos qué resultado hubiera obtenido. Lo que está claro es que el secretismo y la urgencia con que se tramitó obedecía al temor de que los votos de los ciudadanos mostraran la distancia real entre ellos y sus gobernantes.

 

Ley Mordaza. Con Rajoy al frente del gobierno español, podemos considerar que el miedo al pueblo no domesticado fue la razón de fondo de la presentación, en noviembre de 2013, del esbozo de la Ley de Seguridad Ciudadana, a cargo del dimitido ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz. Publicada en el BOE del 30 de Marzo de 2015, la Ley Mordaza es un evidente paso atrás en lo que respecta a derechos que se suponían asentados. Para destacar alguno de los puntos más evidentes, el artículo 13 legaliza las devoluciones en caliente en la frontera sur de España, práctica declarada “contraria al Convenio Europeo de Derechos Humanos” por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos; el endurecimiento de las sanciones para “ofensas o ultrajes a España” atacaba al corazón de la libertad de expresión, al igual que la amenaza de multar con hasta 30.000€ las concentraciones no autorizadas ante las Cortes. Las dirección de las sanciones de la Ley Mordaza: titiriteros, raperos o integrantes de IRIDIA y Fotomovimiento, que que sufren en sus carnes unos recortes de libertades que nos afectan a todas y a todos. La Ley Mordaza describe perfectamente la sensación del amo que, viendo que su perro resiste la presión de la correa, la aprieta aún más.

¿Qué diria Foucault de la historia reciente de España? Quizá diría que no hi hay mayor síntoma de debilidad que imponer por la fueza lo que no puede imponerse con la palabra. O quizá diría que el Estado tiene miedo

Podemos irrumpe. En mayo de 2014, Podemos obtuvo cinco eurodiputados. Su posterior discurso y los meses siguientes hicieron tambalear un ya denostado bipartidismo —pata indispensable del régimen del 78. La palabra casta aludía no solo a los representantes en las Cortes, sino a las figuras del establishment, despertando el temor (y en ocasiones la ira) de medios de comunicación y de importantes representantes de la banca, que reclamaban la necesidad de un “Podemos de derechas”. Podemos nació, en parte, como síntoma del fracaso de un PSOE incapaz de distinguirse del PP en temas de Estado, como la citada reforma del artículo 135. Podemos visibilizó la brecha. Por primera vez había un actor elegido democráticamente y con vocación de mayoría (este punto es relevante) que conseguía recoger parte del descontento sembrado en el 15M.

El Monarca se disculpa y abdica. En medio del revuelo ocasionado por la entrada de Podemos en la escena político-mediática, el Rey emérito, Juan Carlos I de Borbón, acudía con cara de cachorro regañado ante los medios, proporcionando una imagen inédita: el Rey de España pedía disculpas. De acuerdo que lo hacía por cazar elefantes en Botsuana. No lo habría hecho de no ser de su rotura de cadera —pues la prensa no se habría enterado. Pero lo hizo a regañadientes, porque la Monarquía es la institución que sostiene simbólicamente el régimen del 78. La Monarquía aún tenía un papel en la defensa del estado. La Casa Real, actor que ha demostrado saber leer el contexto político, anunciaba al cabo de pocos meses la abdicación del monarca en su hijo, que se convertiría en Felipe VI. En la jura de la Constitución, ya apuntó, en tono firme, por conciliador, al tema catalán.

Catalunya. El procés independentista ha tensionado las costuras del Estado hasta un punto tal que cuesta pensar si es posible un retorno. La actuación policial del 1-O mostró al mundo unas imágenes que ya acarrean consecuencias. Por lo pronto, The Economist Intelligence Unit consideró la posibilidad de rebajar España a “democracia imperfecta” en el índice que elabora anualmente. El discurso del Rey del 3-O consolidaba los peores augurios: el Estado había encontrado en los independentistas el enemigo interno que todo lo justifica. Todos los actores que se sintieron amenazados desde el 15M se alineaban en defensa de las instituciones del Estado: Monarquía, bipartidismo (con la inestimable incorporación de Ciudadanos) y Justicia, así como gran parte de los poderes económicos. Hasta el día de hoy.

Echando la vista atrás, es difícil ser optimista con el porvenir. ¿Qué diría Michel Foucault si, aplicando su método arqueológico del poder, decidiera estudiar la historia reciente de España? Quizás diría que no hay mayor síntoma de debilidad que imponer por la fuerza lo que no se puede imponer con la palabra. O quizás llegaría a la conclusión, en fin, de que el Estado tiene miedo.

Guillem Pujol es Politólogo y doctorando en Filosofía en la UAB. Editor de Finestra d'Oportunitat y colaborador de BCNMÉS