De eso no hay ninguna duda: Manuel Fraga era un franquista de cabo a rabo. Trabajó durante trece años al servicio de la dictadura e incluso planteó sus dudas durante la Transición. Pero supo reconvertirse para gobernar una tierra con elementos nacionales diferentes. Podía no pensar que Galicia era una nación, pero era un hombre que hablaba en gallego. Un político que en los años noventa dejaba titulares a la prensa como este: Fraga no debatirá con su rival socialista si no es en gallego. Que incluso apostaba por el federalismo porque "el proceso autonómico está en punto muerto". Más allá de cierto clientelismo, este perfil queridamente diferenciado respecto de la derecha española centralista ayuda a explicar la política gallega del pasado y del presente. Con cuatro mayorías absolutas, Fraga presidió la Xunta durante quince años. Más de los que estuvo al servicio de Franco.
Los mismos pasos que hoy sigue su sucesor, Alberto Núñez Feijóo. Él no tiene un pasado franquista que tenga que ser perdonado, pero sí unas fotografías en un yate con un amigo narcotraficante (Marcial Dorado, que esta semana ha recibido el tercer grado penitenciario sin ninguna protesta política). Unas instantáneas que no le han pasado factura. Esta noche, si no hay un importante giro de guion, el presidente de la Xunta lo tiene todo de cara para igualar el récord de Manuel Fraga: cuatro mayorías absolutas, cuatro mandatos.
Hasta 2,6 millones de gallegos están llamados en las urnas este domingo, en unas elecciones aplazadas con motivo del coronavirus. Excepto los que tienen síntomas de covid, que son disuadidos que son disuadidos de hacerlo por la Xunta. Según la mayoría de encuestas publicadas hasta hoy, el presidente gallego repetiría los 41 escaños que obtuvo ahora hace cuatro años, tres por encima de la mayoría absoluta en el Parlamento. Algunos sondeos incluso le otorgan un par de escaños más. Unos escaños que, a la luz del contexto, los ganaría Feijóo, pero no el Partido Popular.
La receta de Feijóo ha sido justamente un discurso propio, moderado y galleguista, muy alejado de las posiciones extremas del PP de Pablo Casado, del que se ha querido distanciar desde hace meses. Reveladora ha sido la puesta en escena de la campaña. Ningún logotipo de la formación, ninguna referencia al Partido Popular. Todo el material gráfico con dos nombres propios: "Feijóo" y "Galicia". El candidato a la cuarta reelección tampoco ha aceptado la coalición con Ciudadanos negociada desde Madrid, a diferencia de lo que ha pasado en el País Vasco. La formación de Inés Arrimadas se presentará en solitario en una cámara donde tampoco han conseguido representación.
El presidente de la Xunta aspira a igualar los mandatos de Fraga y propinar un revés a Casado.
Y es que Alberto Núñez Feijóo es la eterna china en el zapato de Pablo Casado. Lo es desde que amagó con enfrentarse a las primarias post-Rajoy --hábilmente decidió que todavía no era su momento--, y desde entonces ha sido el principal opositor interno a la línea dura y extremista del PP estatal. Su más que probable mayoría absoluta hoy no sería leída como propia en Génova. Sumada al también probable porrazo en el País Vasco --una apuesta personal de Casado por el extremista Carlos Iturgaiz-- supondría una doble bofetada para la dirección estatal.
Antes del coronavirus, se abría una mínima esperanza para las fuerzas de izquierdas para formar una alternativa. Las encuestas posteriores, sin embargo, no han hecho más que reforzar las perspectivas electorales de Feijóo. Con luces y sombras, la gestión que ha hecho del coronavirus ha sido bien valorada, muy alejada de la gestión errática y crispada de la presidenta madrileña Isabel Díaz Ayuso. En eso también se ha desmarcado de la estrategia dura de la cúpula estatal. Incluso ha mantenido contactos informales con el Gobierno, a través de la vicepresidenta Carmen Calvo, mientras Sánchez y Casado ni siquiera se llamaban.
El perfil propio del presidente de la Xunta ha dejado sin espacio en la derecha a otras formaciones. Ninguna encuesta ha dado un solo escaño a Ciudadanos, en solitario. Con respecto a la extrema derecha de Vox, tan sólo la de Sociométrica le ha dado a un diputado.
El BNG sube con fuerza
En cambio, donde sí que puede haber una reordenación es en el bloque de las izquierdas. El BNG de Ana Pontón sería el principal beneficiado, duplicando su representación de los seis escaños actuales a una horquilla de entre trece y catorce según las encuestas recientes. Los nacionalistas gallegos incluso podrían disputar el liderazgo de la oposición al PSdeG de Gonzalo Caballero, que se movería entre los catorce diputados que tiene hoy y los dieciséis que pronostica algún sondeo. El gran perdedor sería Galicia en Común (antes En Marea), que se podría desplomar de los 14 al Grupo Mixto. De nada ha servido el activo de Yolanda Díaz, una de las ministras mejor valoradas del Gobierno.
En este contexto, las fuerzas progresistas tienen poco margen de esperanza. Sólo sería posible si Feijóo no obtuviera la mayoría absoluta, como Fraga en 2005, cuando se quedó en 37 de 38 escaños. Un escenario que hoy no parece plausible. El azar ha querido que ni siquiera Pedro Sánchez haya podido cerrar la campaña en Vigo, como tenía previsto, por una avería en su avión Falcon. Tuvo que resolver el cierre con un mensaje en su cuenta de Twitter disculpándose.