Es una ciudad donde te puedes encontrar el Café Pub Acuario. Está en el barrio de Las Norias de Daza, una zona donde la inmigración se sitúa cerca del 60% de la población. Pero fuera del local, en la fachada, hay colgada una bandera española constitucional. Dentro, una franquista, con el águila de San Juan, y varios retratos de Francisco Franco. Sus vecinos son locutorios y restaurantes árabes.
La Carmen pasea por la calle, viene de hacer unas compras. Conoce el local y no se siente ni molesta ni ofendida por estos símbolos. "Quizás nos iba mucho mejor antes que ahora, que tenemos muchos problemas", replica. ¿Cuáles? "La inmigración, por ejemplo", dice. Y enseguida sale un asunto inevitable.
—Ya me parece bien esto de Vox, a ver si pone las pilas a más de uno...
—¿Cómo?
—Con tanto bicho, son chusma que no nos nos deja en paz
—¿Cómo?
—Con tanta inmigración. Que dicen que tienen que venir los inmigrantes... Es que...
A sus 74 años se reivindica como "de casa". Esta casa es la ciudad de El Ejido, en la provincia andaluza de Almería. Este municipio de más de 80.000 habitantes cuenta con un hito que nadie ha superado: ser el bastión de Vox. En las elecciones andaluzas del pasado 2 de diciembre, el partido de extrema derecha fue la primera fuerza, con el 29,51% de los votos. En segunda posición quedó el PP y en tercera, Ciudadanos. El trifachito sumó el 72,6% de los votos.
"Yo soy de los pocos que son de aquí. He nacido aquí y mis padres también", se presenta Carmen. Defiende que ella no ha votado ni votará por Vox, pero admite que ya le va bien que existan "para dar un poco de caña". Dice que no es racista, pero denuncia que "hay muchos y no nos dejan vivir en paz". Este es un factor que tiene en cuenta a la hora de votar. En cambio, Catalunya, o la unidad de España, sostiene que no lo es.
—A estos ya los tengo abandonados...
—¿A los catalanes?
—Sí. Son gentuza.
—¿Por qué lo dice?
—¿No les da vergüenza? ¿No pueden ser españoles? Toda la vida lo han sido.
Según la jubilada, Catalunya era "un país precioso" hasta que llegaron los independentistas. "Y ahora lo tienen que da pena con el Chistorra ese, que le digo yo," se hace gracia a ella misma. E insiste en la misma idea: "Tienen un país que da vergüenza, y eso que Barcelona era muy bonita. ¿No queréis ser españoles? ¿Qué haréis, sinvergüenzas?", pregunta dirigiéndose imaginariamente al president de la Generalitat. "¡Estamos en España!", exclama y entra en un portal.
¿"No queréis ser españoles? ¿Qué haréis, sinvergüenzas"?
La inmigración es un fenómeno real en este municipio. Según los datos de la Encuesta de Población Activa (EPA) del INE, de los 84.710 habitantes que hay censados en la ciudad, 26.210 son extranjeros, de más de 90 nacionalidades diferentes. Eso supone el 30,9% de la población. De estos, los 62% son marroquíes. Después ya vienen rumanos, búlgaros, rusos y senegaleses. En cambio, el paro no es un fenómeno tan pronunciado en comparación con en su entorno. Mientras la tasa de desempleo de Andalucía es del 21,3%, en El Ejido es del 12,24%. En la ciudad vecina de Roquetas de Mar es del 16,37%.
Llegar a El Ejido es atravesar centenares y centenares de invernaderos. Basta mirando imágenes de satélite para hacerse una idea de la magnitud. Por eso le llaman el "mar de plástico". La agricultura intensiva, de pimientos, tomates o calabacines, es el principal motor económico de la ciudad. De aquí la necesidad de mano de obra barata y el fenómeno migratorio que ha experimentado. Según el relato de varios trabajadores, inmigrantes y españoles, muchas de estas empresas no pasarían una inspección de trabajo.
Dos comunidades, dos ciudades
Si un personaje ilustre ha dado la ciudad de El Ejido es él: Manolo Escobar. El cantante, autor de canciones Que viva España y referente del españolismo más castizo, tiene incluso dedicada una calle en el municipio. Una calle que, a pesar de haberse convertido él involuntariamente en un símbolo del españolismo, hoy es uno de los principales puntos de concentración de población inmigrante. La presencia de varios locutorios o una carnicería halal no engaña.
En El Ejido no hay una frontera física, metálica, que separe en dos, pero sí una imaginaria. Pasearse por la ciudad es pasearse por dos ciudades diferentes, casi en paralelo, que no se tocan. A un lado, la población inmigrante, que va a la suya; en el otro, la población blanca, "autóctona", que también hace la suya. Es difícil ver a las dos comunidades interactuar entre ellas.
Eduardo, de 56 años, forma parte de la comunidad "autóctona". Trabaja en los invernaderos y hace medio siglo que vive en El Ejido. No ve con buenos ojos la inmigración. "Al Bulevar, por ejemplo, ya no se puede ir: todos son de fuera", critica. Y señala con el dedo: "De esta calle hacia arriba, que es toda de ellos, un 90% es venta de drogas". También denuncia robos, asaltos, agresiones...
"Al Bulevar, por ejemplo, ya no se puede ir: todos son de fuera"
"La inmigración aquí es un problema. Hay gente buena, pero hay muchísimos que no", sostiene Eduardo. No sabe si el 28 de abril irá a votar, pero sí que ve con buenos ojos la aparición de Vox en el tablero de juego. "A mí no me preocupa. Para eso están las urnas, digo yo. Para sacar y poner a gente", afirma. Y defiende las propuestas del partido ultra: "Ellos no han dicho de deportar a todos los inmigrantes. No es a todos, sino a quién cometa delitos, que hay bastantes, que se vayan a su país a cumplir condena".
Cuando se le rebate que la formación de Santiago Abascal proponía expulsar a 52.000 inmigrantes irregulares de Andalucía, Eduardo echa balones fuera: "Eso ya lo tendrán que ver las autoridades. Lo que no podemos hacer nosotros es estar tragando más de lo que...". Atribuye la irrupción de los ultras a la falta de soluciones de los partidos políticos tradicionales. "Lo único que han hecho es traer a cada vez más", denuncia.
Esta es la visión de una de las dos partes. La otra, la de la comunidad inmigrante, mayoritariamente prefiere mantener el silencio. Si no viven en una realidad paralela, miran hacia otro lado ante los problemas de convivencia e intolerancia de parte de muchos vecinos. Su prioridad es otra: ganarse la vida como puedan.
Es el caso de Guadagni, que vive en la calle Manolo Escobar. Hace seis años que llegó de Senegal y todavía no ha conseguido los papeles. Trabaja en un invernadero de pimientos. Admite que no sabe que es Vox y que desconocía que un partido de extrema derecha, con propuestas xenófobas como su deportación, había ganado las elecciones andaluzas del pasado 2 de diciembre en El Ejido. Pero, para él, esta no es su principal preocupación.
La comunidad inmigrante mayoritariamente prefiere mantener el silencio. Su prioridad es otra: ganarse la vida como puedan
"Yo hace seis años que vivo aquí, con mi hermano, y todavía no tengo los papeles. Este es el problema", critica el joven. También denuncia que a duras penas le pagan 34 euros por una jornada de trabajo que muy a menudo supera las ocho horas. Y lo hace "sin contrato, ni seguro, ni nada". Lo que le preocupa realmente, dice, es eso. "El problema real es que no todos somos iguales", lamenta.
Jean, también senegalés, hace veinte años que está en España, y sí que tiene papeles. Pero hace seis que no puede trabajar. Enseña las cicatrices: ha tenido que ser operado del corazón y tiene la parte izquierda de su cuerpo paralizada. A duras penas recibe una ayuda de 400 euros, y tiene que vivir en casa de un amigo suyo. Su familia está en Senegal. Admite que sí que hay "muchos racistas" en El Ejido, pero no sabe encontrar una explicación. Se ha encontrado con discriminación, por ejemplo, cuando ha ido al INEM o la Seguridad Social.
A Jean le gustaría poder votar con su permiso de residencia, pero sólo puede hacerlo en las elecciones municipales. Señala la paradoja de que, con un tercio de la población inmigrante, un partido racista acabe siendo la primera fuerza. Ellos tienen voz pero no voto. "Y a veces ni siquiera voz", dice.
Viene de lejos
Vox ha escogido como coordinador del partido en El Ejido a Juan José Bonilla López. No es un nombre cualquiera: este abogado es hijo de uno de los dos agricultores que el año 2000 fueron asesinados en la ciudad. Este crimen, cometido por un ciudadano marroquí, fue el detonante de disturbios racistas en el municipio. Su madre era Encarnación López, y apareció muerta al barrio de Santa María del Águila.
Encarnación López se encontraba en el mercado cuando un joven de unos veinte años intentó robarle el bolso. Ante la resistencia de la atacada, el atacante sacó una navaja y se la clavó cerca del hígado. El autor de los hechos sufría transtornos mentales y fue detenido al cabo de pocas horas cuando todavía llevaba manchas de sangre en la ropa. Pero los incidentes no acabaron aquí, sino que desembocaron en una reacción de la población contra la inmigración.
La gran mayoría de diarios marroquíes abrían la portada con una crónica de la agencia Maghreb Arabe Presse: "La caza al moro en El Ejido: un golpe duro para la convivencia de las comunidades marroquí y española". Los diarios españoles relataban cómo la misma noche del crimen "vecinos de El Ejido armados con barras de hierro atacan a los inmigrantes y destrozan sus locales". Hubo 22 heridos pero ninguna detención. Entre los locales atacados, una mezquita, locutorios, carnicerías árabes y restaurantes.
Aquel crimen también favoreció la salida a la calle de la extrema derecha, que salió para protestar contra la presencia de inmigrantes. Desde entonces, la tensión no se ha acabado de ir nunca y siempre ha estado latente. Dos décadas después, sin barras de hierro, el mismo fenómeno sufre una resurrección.
Bastión de la derecha
El Ejido fue justamente la ciudad que escogió Vox para hacer la apertura de su campaña a las elecciones andaluzas. Consiguió atraer en torno a un millar de personas a pesar de ser un partido extraparlamentario. Cinco meses más tarde, también fue el lugar escogido por su secretario general, Javier Ortega Smith, para dar inicio a la campaña de las elecciones generales. Desde allí prometió "combatir la inmigración ilegal" y acabar con la "invasión de productos marroquíes de baja calidad" y con la "delincuencia en las instalaciones agrícolas".
Durante las últimas décadas, la ciudad ha sido una bastión de la derecha en una provincia que ha ido fluctuando de un lado a otro. Una buena muestra son las mayorías sólidas del PP (y después en suma con Cs) en elecciones generales. En 1993 un 47,24%, en 1996 un 46,54%, en el 2000 un 64,18%, en el 2004 un 53,94%, en el 2008 un 51,35%, en el 2011 un 71,82%, en el 2015 un 61,97% y en el 2016 un 66,86%. Desde 1991 hasta la actualidad sólo ha tenido alcaldes de derechas. Ahora, sin embargo, se ha producido un trasvase de voto dentro del mismo espacio político.
"Votaré a Vox por todo lo que dicen. Me parece el más sensato. Es el que más claro habla"
Es el caso de José Antonio, de 29 años, que también trabaja en un invernadero. No está siguiendo la campaña electoral, pero sí que tiene claro por quién votará el 28-A. Y lo dice claramente, sin vergüenza ni complejos: "A Vox". ¿El motivo? "Porque es el que más me gusta ahora mismo. Por todo lo que dicen, me parece el más sensato. Es el que más claro habla", justifica. En las últimas elecciones votó por el PP.
Hay dos temas centrales, dos factores decisivos, en su elección de voto. El primero, la inmigración: "Sólo quiero que se queden los que vengan a trabajar. Si no vienen a trabajar... que se vayan a su lugar". El segundo es Catalunya: "España tiene que seguir siendo un país entero. No se pueden independizar de España".