Hacer política es, también, enfrentarte a tus propias contradicciones personales. Como, por ejemplo, el discurso duro, radical y xenófobo de Vox contra la inmigración. Y eso que Javier Ortega Smith-Molina (Madrid, 1968) podría ser considerado un inmigrante. Al menos su madre, nacida en la ciudad de Buenos Aires, lo es. Y él mismo tiene el doble pasaporte: el español y el argentino. Pero él solo es capaz de ver una bandera, la que lleva siempre en la muñeca: la rojigualda. No va en las listas de las elecciones generales, pero estas dos semanas se está recorriendo todo el país por España.
Tan español es que tiene vetada la entrada en Gibraltar. Tiene una orden de busca y captura. Fue después de que en 2014 retirara un bloque de hormigón que las autoridades gibraltareñas lanzaron al mar, en las aguas disputadas, para dificultar a las embarcaciones españolas la navegación y la pesca. Dos años más tarde volvió a entrar para desplegar una gran bandera española en uno de los laterales del peñón. Tuvo que acceder y abandonarlo nadando varios kilómetros a mar abierto. Tenía el físico necesario para llevar a cabo esta gesta de españolidad.
Hijo de inmigrante y con pasaporte extranjero, Javier Ortega Smith no tiene problemas para pronunciar un discurso xenófobo contra la inmigración
El número dos de Vox es un boina verde, y cada 12 de octubre, día de la Hispanidad, se la pone para jurar bandera. Durante dos años sirvió en el Grupo de Operaciones Especiales (GOES) del ejército, el cuerpo de élite de las Fuerzas Armadas españolas. Estuvo destinado en el cuartel de Rabassa, en Alacant. Pero también practicó el karate durante trece años, hasta que una lesión lo derivó hacia el buceo, la escalada y la hípica. Un hecho que sorprende en el Tribunal Supremo es que haya conseguido encontrar a dos escoltas más grandes que él.
Justamente en la sala segunda del alto tribunal es donde el secretario general del partido ha ganado protagonismo mediático. Como abogado, es el encargado de los servicios jurídicos de Vox, y lidera la acusación particular en el juicio al procés. Sin embargo, su papel como acusador contra los presos políticos ha sido relativamente mediocre. Ha habido poca preparación, tan poca que la semana pasada preguntaban a los policías españoles si el 1-O había lazos amarillos en los colegios. Antes de que hubiera presos políticos y exiliados. A pesar de todo, según Crónica Global, Santiago Abascal quiere aprovechar su visibilidad pública para presentarlo como cabeza de lista en el Ayuntamiento de Barcelona, una ciudad donde no ha vivido nunca.
La realidad es que, en su familia, hay más abogados que militares. Su abuelo, Víctor Manuel Ortega Pérez, fue letrado mayor del Ayuntamiento de Madrid hasta 1962, con el alcalde franquista José Finat y Escrivá de Romaní, uno de los hombres de máxima confianza del dictador Francisco Franco. Su padre, Víctor Manuel Ortega Fernández-Arias, también se dedicó al derecho y era próximo a Ramón Serrano Suñer, ministro filonazi de Franco en tiempo de la Segunda Guerra Mundial.
Pero no es la única relación que el secretario general de Vox tiene con el franquismo. El otro militar de la familia es su primo Juan Chicharro Ortega, general de división en la reserva y exayudante del rey emérito Juan Carlos I. Chicharro también es el presidente ejecutivo de la Fundación Nacional Francisco Franco. Admira mucho a su primo y el pasado 7 de octubre estuvo presente en el Palacio de Vistalegre, presentado como miembro de La España Viva.
Nacido pocos meses después de mayo del 68, Javier Ortega Smith no es nuevo en política, sino más bien perro viejo. Pero sorprendentemente sus inicios fueron de la mano del moderado Eduard Punset. El hoy dirigente ultra formó parte de la lista de Foro-CDS a las elecciones europeas de 1994, encabezada por el filósofo catalán. Fue de número 55. La candidatura obtuvo 183.418 votos y ningún escaño. Hasta Vox, no volvió a involucrarse en ningún partido político.
El dirigente ultra es descendiente de abogados franquistas y primo del presidente de la Fundación Nacional Francisco Franco
En Vox ha jugado casi todos los papeles por haber. En 2015 fue el cabeza de lista al Ayuntamiento de Madrid y también fue el candidato al Senado en esta comunidad autónoma. Ha hecho de yunque cuando el partido no levantaba cabeza y no pasaba de una mera escisión del PP. Pero cuando cogió más protagonismo fue en las negociaciones del gobierno de Andalucía el pasado enero, unas conversaciones que encabezó y que finalmente llegaron a buen puerto. Ahora el llamado trifachito es una amenaza real sin cordones sanitarios. Parte del éxito es suyo.
Su boina es verde, su corazón es rojigualdo y la España que dibuja es gris, en blanco y negro. Siempre está en actitud seria, sin ninguna brizna de humanidad. Su trato con la prensa es más bien distante, arisco, como el líder autoritario que no tolera que le fiscalicen.