Fue él quien patentó la frase: "Hacer política es cabalgar contradicciones". Si hace cinco años, cuando dio a luz a Podemos, le hubieran dicho que en 2019 aparecería como el candidato más moderado, más juicioso y más institucional, muy probablemente no se lo creería o se reiría. Pero este es el papel histórico que le ha tocado jugar en las elecciones generales del 28-A. La única cosa en la que todavía no ha cedido es al ponerse corbata.
Sin duda, el papel de Pablo Iglesias Turrión (Madrid, 1978) en los dos debates de esta semana no era fácil, como tampoco lo era la situación de la que partía. Pero después de una estrategia perfectamente calculada y diseñada por parte de su equipo consiguió aparecer como el líder español más sólido, más allá de cómo le vaya en las urnas este domingo.
El líder de Unidas Podemos incluso se erigió como el más "constitucionalista", una norma que llevó a Televisión Española y que leyó más allá del artículo 155. También como el más educado, poniendo a Albert Rivera en su lugar en varias ocasiones en el debate de Atresmedia. En un momento determinado fue él, Pablo Iglesias, quien tuvo que pedir "altura de Estado" al resto de sus rivales.
Hace cinco años, después de emerger en las elecciones europeas, el tono de Pablo Iglesias era otro. Así abría la primera Asamblea Ciudadana de Podemos: "El cielo no se toma por consenso: se toma por asalto". Con las riendas de las plazas del 15-M, planteaba una revolución: "Hoy empieza a nacer una organización política que está aquí para ganar y para formar gobierno".
El secretario general de Podemos ha pasado de querer acabar con el régimen del 78 a subir el salario mínimo a 900 euros
Cinco años después, es el que quiere tomar el cielo por consenso. Por lo que lucha no es por "asaltar" el poder, la Moncloa. Hoy Iglesias ha aceptado su papel subalterno, de socio preferente del PSOE, al que trata de empujar un poco hacia la izquierda. De querer acabar con el régimen del 78 a subir el salario mínimo a 900 euros. A diferencia de Albert Rivera, el secretario general de Podemos ha asumido sus expectativas frustradas. Aspira como máximo a poder entrar en un gobierno de coalición con los socialistas.
A pesar de todo, en la cuestión nacional catalana, Iglesias no se ha movido de donde estaba. Ha tenido que hacer muchos equilibrios para que no le pase factura, pero ha mantenido su defensa de un referéndum de independencia acordado. Como se evidenció una vez más este martes, está más que solo. No parece que vaya a atraer a los socialistas, aunque el PSC defendiera la consulta hace muy pocos años.
Lo personal es político. En paralelo a su evolución política, también se ha producido una evolución personal, con todas las contradicciones que eso comporta. Hace muy pocos años, reivindicaba el hecho de ser vecino de la obrera villa de Vallecas. Incluso decía que, de llegar a la Moncloa, preferiría vivir en su barrio de toda la vida. Al final, sin llegar al poder, se ha trasladado a una finca en el municipio acomodado de Galapagar, en las afueras de Madrid. Sus antiguos vecinos lo tienen mucho presente.
Iglesias se ha vuelto a quedar solo en la defensa del referéndum acordado para Catalunya
Otra contradicción a la que ha tenido que hacer frente: haber construido un liderazgo ultrapersonalista. Se pudo ver con su retorno de la baja por paternidad, especialmente en comparación con el retorno de Irene Montero. De todos los compañeros y amigos que lo acompañaron en el nacimiento de Podemos, ya no queda ninguno. Por unos motivos u otros, todos han acabado apartados o se han ido. Como las purgas soviéticas, pero sin campos de trabajo en Siberia.
"Queremos ocupar la centralidad del tablero porque existe una mayoría que apuesta por la decencia", defendía Pablo Iglesias en 2014 en el acto fundacional de Podemos. Lo que no calculó el dirigente de la izquierda alternativa es que sería a remolque de los socialistas, como actor secundario.