Jueves pasado, los señores de Delcamp.cat me invitaron a Tarragona para decir algo en la presentación de su primer anuario impreso. Más o menos esta fue mi intervención:
Cuando recibí el correo de Miquel Bonet pidiéndome una charla sobre el Camp de Tarragona estuve a punto de decir que no. Tarragona es la capital catalana que conozco menos. De Reus sé alguna cosa porque hace unos años Marc Arza me animó a hacer una biografía del General Prim, que no acaba de encontrar la financiación, pero que me ha llevado a leer un poco. A través de Reus me puedo hacer una idea de Catalunya, de España y de Europa.
Reus es la ciudad de Prim, de Gaudí, de Fortuny. También es la ciudad del aguardiente del siglo XIX, un negocio que ya había ayudado a provocar, en el XVIII, la guerra de sucesión. Cuando escribí Londres-París-Barcelona, algunos lectores bromeaban con el mito de Reus-París-Londres. El otro día leí que la mitad de los primeros habitantes de Nueva Orleans eran del Camp de Tarragona, especialmente de Reus, cosa que me lleva a pensar que quizás sí que la denominación Jazz viene de música de Jaç.
Reus tiene conciencia histórica y una imagen clara de ella misma. Su pasado es lo bastante próximo como para vertebrar la identidad de su población y la actividad de sus políticos. Tarragona es una ciudad más desarbolada. Los romanos son importantes pero quedan lejos. Algunos historiadores dicen ahora que el término Corona de Aragón no viene de Aragón sino de Tarragona, que dio nombre a una ancha zona peninsular, antes de la invasión musulmana.
Si en la guerra de sucesión Tarragona fue entregada por los aliados a las autoridades borbónicas, en las guerras napoleónicas la ciudad fue arrasada sin piedad. Desde que fue incorporada a la marca hispánica en el siglo XII, la ciudad ha tenido todos los inconvenientes de ser una ciudad importante y ninguna de sus ventajas. Tarragona está mejor conectada con la península, con Italia y con las islas Baleares, que Barcelona. Su traspaís es más bonito y rico que el barcelonés.
El clima también es mejor que el de Barcelona. Estos cielos tan ligeros y limpios, estas tardes incendiadas de rojo, este viento húmedo y picantillo, esta primavera continúa que Ventura i Gassol ya había glosado en discursos de los años 30 no son condiciones que encuentres en la salvaje provincia de Girona, ni en la austera Barcelona, ni por descontado en el polvoriento far west leridano. Viniendo con el coche pensaba que, entre el Llobregat y los Pirineos, Catalunya se oscurece y se vuelve recogida y gótica. La luz del Camp de Tarragona invita al clasicismo como la del Rosellón.
El problema de Tarragona es que está más expuesta a los saqueos y a las invasiones que Barcelona, y que la belleza que no se puede defender siempre se trasmuta en nostalgia. Cuando era pequeño mi abuelo decía que Tarragona era una ciudad de curas y militarotes. Eso ya te dice que es una ciudad que ha sufrido especialmente la ocupación española porque mi abuelo no habría tenido nada contra los curas y los militares si hubieran sido catalanes. También te dice que es una ciudad que ha conservado un cierto sentido del poder institucional, pero que lo ha visto pervertido a causa de las derrotas militares.
Si Catalunya hubiera podido defender su territorio o controlar el imperio hispánico probablemente Tarragona sería una Marsella o un Roterdam más arreglado y hedonista. Si la España democrática hubiera funcionado y no se hubiera dedicado a boicotear las relaciones entre el Principado y Valencia, o si la República no se hubiera hundido, ahora quizás Tarragona sería una gran Niza o un Nápoles brillante. Si Girona se ha convertido en un repositorio étnico, el problema de Tarragona es que tanto la ciudad como su traspaís tienen demasiado potencial para funcionar dentro de la autonomía castrada que actualmente es Catalunya.
Quien crea que puede gobernar Tarragona como si no tuviera un circo romano que vuelva a la escuela. Las ciudades, igual que las personas, no pueden escapar de su pasado. Los orígenes siempre marcan las expectativas. La razón, o el discurso intelectual, no nos ayuda tanto a construir la realidad como a descubrir todo aquello que ya ha sedimentado en nuestra alma. A mí me sabe mal que el discurso político no tenga más en cuenta estas cosas, que haya desatado la economía de la fe de esta manera tan absurda. El interés siempre es más hondo que una hoja de excel, incluso para los chicos de ESADE.
Con una memoria confusa es difícil construir una ciudad competitiva, capaz de situarse en el centro de un imaginario atractivo y definido. Una capital necesita defender una idea de civilización que mantenga la coherencia de su espacio de relaciones más allá de la mezcla de personas que hace falta para impulsar el talento. Hasta la caída del Muro de Berlín las ciudades eran contenedores de trabajadores y soldados en potencia. Ahora, en occidente las capitales son un escaparate amable de la vida de un territorio, el símbolo de sus ambiciones y sus éxitos, una refinería de modos y costumbres.
Si los barrios de Tarragona van cada uno por su cuenta, si la vida asociativa está balcanizada, si los tarraconenses funcionan al margen de la vida municipal y la ciudad no tiene una clase dirigente que marque el paso, no es sólo a causa de las derrotas militares. Ni tampoco porque el impacto de las olas migratorias no se haya digerido todavía. También es porque, por una mezcla de ignorancia y de miedo, los políticos y los artistas de la ciudad no han sabido aprovechar los recursos que la historia les ofrece para enriquecer su identidad capitalina.
Me da la impresión que, sobre Tarragona y su campo, podría dar el mismo discurso que sobre Barcelona y el Principado. Me parece que los problemas que tiene hoy Tarragona respecto de Catalunya y su traspaís son semejantes en los que tiene Barcelona respecto de España. Trias tuvo que renunciar a repetir mandato en el ayuntamiento para sacar fuerza al independentismo y no hacer saltar el Estado por los aires. Igual que no hay sitio para una Barcelona realmente cosmopolita y fuerte dentro de España, en la Catalunya autonómica no hay espacio para que Tarragona desarrolle su potencial de forma harmónica.
Pensadlo, si Reus destacó durante el siglo XIX es porque Barcelona tuvo que hacer la revolución industrial cerrada en las mismas murallas que París había empezado a tirar precisamente en 1714. Reus complementó la fuerza comercial de Barcelona porque, a diferencia de Tarragona, no tiene las características de una capital. Estaría bien que el independentismo explicara que Tarragona no podrá desarrollar su potencial si no tiene un Estado que la ayude a conectar con el resto de ciudades catalanas y aprovechar su fuerza.
Flocel Sabaté tiene un libro dedicado a la percepción del territorio en la Catalunya medieval que hace pensar en el modelo que los catalanes podríamos ayudar a articular en la Unión Europea, y en el papel que Tarragona debería jugar en su espacio de relaciones. Quizás deberíamos ir hacia una Europa entendida como una constelación de ciudades mutuamente influídas y dependientes, pero con un proyecto y un territorio propios, que fuera una evolución de la mejor tradición urbana medieval y de las aportaciones organizativas de los franceses.
Con un sistema territorial que hiciera de Europa una gran Suiza, el continente se ahorraría dividir lo que no es divisible y podría aprovechar y animar la fuerza del localismo para tener un papel más destacado en el mundo. En el siglo XV ya se decía que Catalunya eran 10 ciudades. Hay una línea teórica que va desde los juristas del siglo XV hasta Eugeni d'Ors para explicar el país como un sistema de ciudades en red liderado por Barcelona. Sin esta red no se entiende la conexión entre el localismo y el cosmopolitismo que tan a menudo ha salvado a la cultura catalana, ni hasta qué punto es importante que Tarragona lidere el resto de ciudades de su espacio.
A diferencia de lo que pasó en Francia o en Castilla, en Catalunya las fronteras con el campo quedaron desdibujadas muy deprisa. El país enseguida se constituyó como una red de soberanías donde cada ciudad funcionaba como un pequeño Estado. Eso dio un tejido comercial bien trabado, que permitía sacar el máximo rendimiento de un territorio pequeñísimo. La red de jurisdicciones sobre la cual se estableció el poder político catalán ha fomentado las querellas regionales, pero ha impedido que la asimilación castellana penetrara en el país de manera irreversible.
La articulación de pequeñas capitales mutuamente influidas ha ligado de forma tan estrecha la idea de país al territorio que lo ha hecho casi inexpugnable. A diferencia de lo que pasó en la Italia medieval, Catalunya se forjó como un sistema de ciudades con una conciencia colectiva fuerte. Ahora que la violencia dentro de Europa es impensable y que las ciudades no se bombardean, Tarragona tiene una oportunidad para hacerse valer. Para demostrar que el futuro acostumbra a estar escrito en el pasado y que, así como todas las ciudades desgraciadas se parecen, las exitosas tienen algún elemento que las hace singulares.
Y aquí nos deberíamos que preguntar qué relación tiene Tarragona con las figuras de su mundo. Con Miró, Fortuny, Pau Casals, Gaudí, Jujol, Prim, Macià, Puig y Ferrater, Ventura i Gassol, Rovira i Virgili. O con Baltasar Gracián, que no sé si sabéis -seguro que no- que fue uno de los últimos directores de la Universidad de Tarragona, antes de su recuperación en 1991. Más allá de los problemas que causa la Renfe, quizás esta mala relación tiene alguna cosa que ver con el hecho de que la Universidad Rovira i Virgili tenga más problemas para atraer estudiantes catalanes que extranjeros.
Me dicen que la universidad tiene prestigio en campos como la química, la biomedicina, la ingeniería electrónica y la prehistoria -gracias al empuje que le ha dado Eudald Carbonell. Me dicen que la gastronomía va a toda vela y que el cuidado que se pone en los productos empieza a dar grandes resultados. Me dicen que el turismo da mucho trabajo, pero que los tarraconenses son un poco como los argentinos, muy brillantes a nivel individual, pero faltos de estructuras políticas y morales que les permitan colaborar.
Me dicen que venir a Tarragona a predicar que Tarragona debe liderar las ciudades del campo de Tarragona es como predicar en el desierto. Y que la ciudad está balcanizada tanto desde el punto de vista lingüístico como asociativo y que los medios de transporte -interurbanos, comarcales y nacionales- son muy deficientes. También me dicen que uno de los pocos cohesionadores de la ciudad son los problemas medioambientales que provocan las petroquímicas. Parece que los tarraconenses tienen, por culpa de la contaminación, un esperma de bajísima calidad, de los peores del Estado español. Es un principio de cohesión muy importante, que sin una idea de ciudad muy fuerte y cultivada será difícil de elevar.