El filósofo Xavier Antich (la Seu d'Urgell, 1962) tiene algo claro: que el ciclo que empezó en 2017 ya ha llegado a su fin y que ahora hay que fijar la mirada adelante, sin estas introspecciones constantes a lo que no funcionó. Recibe a ElNacional.cat en su despacho, donde se prepara para su primera Diada como presidente de Òmnium Cultural. El independentismo llega a la cita en plena crisis, que evidencian los roces entre ERC y Junts o la ausencia del president Pere Aragonès a la gran manifestación de la ANC para el 11 de septiembre. Sin embargo, en lugar de "fractura", Antich prefiere ver una "diversidad" de puntos de vista que debe encontrar horizontes compartidos. Como Antonio Gramsci, diferencia la guerra de posiciones de la guerra de movimientos.

Diada 2022: ¿Cómo será? Todo lo que se sabe de la manifestación del 11 de septiembre

Manifestación 11 de septiembre en Barcelona: Recorrido por la Diada 2022

Foto: Montse Giralt

Se llega a la Diada como se llega. ¿Es sintomático de algo?
Llegamos a la Diada con expresión de la situación que vivimos: no hemos llegado al momento en que los diferentes puntos de vista y estrategias del movimiento independentista confluyan en algún acuerdo objetivo puesto en común. Estamos en una Diada donde tenemos sobre la mesa diferentes opciones, diferentes perspectivas, diferentes sensibilidades... Y un estado de ánimo que dura desde octubre de 2017 de observar que no se avanza en la posibilidad de llegar a acuerdos.

¿Teme la desmovilización?
No, no, no. La movilización es la herramienta más importante que tenemos como país pero también como sociedad civil. La movilización siempre ha permitido vehicular a través de la acción colectiva las demandas y aspiraciones de este pueblo. Hay una gran conciencia, muy unánime, de que la movilización es una herramienta muy poderosa para avanzar. Refuerza acuerdos, refuerza estrategias, visualiza las aspiraciones de la gente. No me da miedo la movilización ni algunas sospechas de que no la haya. No tenemos que olvidar que la movilización incluye bastante más que simplemente la manifestación. Hay iniciativas muy diversas. Diría que esta Diada es de las más ricas de los últimos años.

¿Entiende la ausencia del president Aragonès a la manifestación, que normalmente era punto de encuentro?
Con el máximo respeto por todos los agentes, cada uno tiene que acabar interviniendo en aquellas vías de movilización de la manera que crea más oportuno. Nosotros somos sociedad civil y apoyamos la manifestación de la tarde, que convoca la Assemblea. Y estaremos ahí. Pero con el máximo respeto para todo el mundo, cada uno tiene que ver cuál es el lugar y el momento en que se moviliza.

Pero sí que pone de manifiesto cierta ruptura entre parte del independentismo político y parte del independentismo civil.
No haría estas categorías tan grandes. Simplemente en un contexto de una movilización muy diversa, cada uno acaba optando por aquel lugar donde cree que es más útil, que es más importante reforzar o más cómodo se siente. Insistimos en que desde nuestra perspectiva somos sociedad civil, no somos un partido político. No participamos en las instituciones. No podemos poner en marcha iniciativas legislativas. No formamos parte del ejecutivo. Y como sociedad civil nos toca la herramienta más poderosa que tenemos, que es la movilización.

 

En cambio, el president sí que va a ir al acto de Òmnium Cultural. ¿Qué hacen diferente para que sea considerado más transversal?
Ha confirmado que vendrá, pero también el presidente de ERC, la secretaria general del grupo parlamentario, el vicepresidentPuigneró, Laura Borràs, Dolors Sabater y Carles Riera, el secretario general de UGT en Catalunya... Es un acto que se hace desde hace muchos años y donde Òmnium verbaliza su relato político. Y lo hace como es Òmnium, la principal entidad vertebradora de la sociedad civil en Catalunya. Hablamos de una entidad de prácticamente 200.000 socios con sensibilidades muy diversas, con más de seis décadas de historia, con una trayectoria conocida, que no da vuelcos, que no actúa improvisando. Haremos lo que hacemos siempre.

¿Otros actores han renunciado a la transversalidad?
Nosotros, que siempre reclamamos que por Òmnium habla Òmnium, también somos partidarios de que cada agente habla por si mismo y en función de su relato. Todos son legítimos. Incrementar las diferencias entre los diferentes agentes es poner énfasis sólo en una parte de la realidad. Hay muchos aspectos donde coincidimos. Como a Òmnium lo que nos importa es fortalecernos como sociedad y país, siempre ponemos el énfasis en reforzar acuerdos, eliminar elementos de bloqueo. Porque se trata de avanzar.

¿Pero se podría haber replanteado el manifiesto o el enfoque de la convocatoria?
Desde el primer momento que se hace la rueda de prensa de convocatoria, la Assemblea ya verbaliza aquello que para la Assemblea es el relato de llamamiento. Pero en aquella misma rueda de prensa Òmnium hace un llamamiento, que como es lógico no coincide al 100% con el de la Assemblea, porque somos entidades diferentes. Y quiero recordar que también está la AMI (Associació de Municipis per la Independència). Todos estos matices suman. En ningún caso la manifestación tiene un único relato ni un único llamamiento. Son sensibilidades que apelan a diferentes formas de movilizar. En contra de lo que se acostumbra a pensar, la diversidad expresa la riqueza del movimiento.

El problema es cuando la diversidad pasa a ser división. ¿Cómo sale de este bucle?
No lo analizamos en términos de división, sino de diferentes opciones que ponen sobre la mesa varias estrategias para avanzar. Para nosotros la gran preocupación es como a partir de estas diversas sensibilidades se puede trabajar para avanzar y no nos bloquean o paralizan. Estamos en un proceso de construcción de hegemonía cívica, política e institucional. Es casi de manual: se hace reuniendo sensibilidades diversas y hacer compatibles las estrategias. Que la diversidad sea una herramienta de fuerza.

El llamamiento de Òmnium no coincide al 100% con el de la Asamblea, porque somos entidades diferentes

Foto: Montse Giralt

Más allá del domingo, ¿sirve de algo estar mirando constantemente a lo que se hizo en 2017, lo que no, los reproches...?
Los reproches seguramente no sirven para nada. Por una parte, estamos a cinco años del 1-O y hay que recordar cómo han ido las últimas Diadas, muy lastradas por la mirada atrás. Por razones obvias, porque la represión del Estado español ha sido tan desmesurada, tan irracional, tan injustificable y tan masiva que es inevitable.

¿Pero...?
Si como es obvio es hora de mirar hacia adelante, no podemos estar siempre lastrados por el recuerdo de lo que pasó el 1-O. No tenemos ningún tipo de duda de que es el acto de empoderamiento colectivo más fuerte y potente de este país en los últimos trescientos años. Es un ejemplo de desobediencia civil masiva, de ejercicio de democracia colectiva. Pero no permitió conseguir los objetivos que perseguía. Es evidente que no tenemos la República Catalana independiente. Hay que reivindicar todo lo que representó, nada de olvidarlo, pero nos tiene que servir para extraer aprendizajes para saltar adelante.

Y eso es lo que no se está haciendo.
Creo que cada agente lo ha hecho a su manera. Desde Òmnium muy temprano, desde 2018. De manera sistemática empezamos un análisis muy exhaustivo para hacer la diagnosis no sólo de lo que había pasado el 1-O, sino también de las fortalezas que se manifestaron y de las debilidades y déficits que había. El primer paso para resolver un problema es reconocer que existe. Sin ningún tipo de complacencia nuestro análisis de octubre de 2017 nos ha permitido cartografiar una serie de carencias. Todo nuestro esfuerzo desde 2018 está orientado a fortalecernos, debilitar al Estado y poner en marcha todas aquellas acciones que permitan tener lo que no teníamos.

 

¿Qué papel jugará Òmnium para abrir un nuevo ciclo?
Òmnium es la entidad más grande, con más base. Eso le otorga una responsabilidad y una exigencia que no queremos rehuir. Por lo tanto, no lo hemos hecho hasta ahora, de mirar como sale de donde estamos, y no lo haremos ahora. Nosotros hace tiempo que hemos dicho que había que abrir un nuevo ciclo y que eso implicaba reconocer que, tal como estaban yendo las cosas, no es satisfactorio, sino paralizador. De 2017 a 2022 se despliega un ciclo marcado por un desánimo creciente, por una desorientación, por un desconcierto y por una cierta desmovilización. Es una situación que hay que dar por agotada. Este ciclo se tiene que dar por acabado. Estamos para abrir un ciclo esperanzador, que ponga un objetivo de futuro claro el máximo de compartido. Y de trabajar para alcanzarlo.

Hay una parte del debate que es partidista, pero también hay otra que es estratégica, si diálogo o confrontación.
Todas las herramientas para avanzar y ganar teóricamente son buenas. El problema no es la teoría, sino qué uso se hace, si el uso que se hace permite avanzar o no y si reúnen el máximo de apoyo posible dentro de la transversalidad y diversidad del movimiento. De entrada no tenemos ningún recelo ante ningún instrumento. Hablar de la mesa de negociación y de la confrontación como incompatibles es no saber ni cómo funciona una ni cómo funciona la otra. Ningún movimiento de emancipación nacional contemporáneo renuncia a ninguno de los instrumentos tradicionales.

¿La actual mesa de diálogo, tal como está planteada, está dando algún fruto?
Las mesas de negociación son instrumentos esenciales en cualquier proceso de liberación nacional. En la teoría, es un instrumento bueno. En la práctica, es una evidencia que la mesa de diálogo no da los frutos que se espera, al menos en el recorrido histórico que tiene. No hay que olvidar que el primer interesado en que no funcione es el Estado español, que ni se la cree, ni la convoca, ni pone a debate aquellos temas de los que hay que hablar.

Si es hora de mirar hacia adelante, no podemos estar siempre lastrados por el recuerdo de lo que pasó el 1-O

Foto: Montse Giralt

¿Se tendría que implicar la sociedad civil en esta mesa de diálogo?
Ya hay espacios donde se reencuentran los diferentes agentes, no sólo del movimiento independentista, sino con otros cómplices, como podría ser el universo soberanista. Eso ya se hace. Las mesas de diálogo y negociación tradicionales en democracias homologables funcionan siempre entre representantes institucionales. En ningún momento hemos planteado la necesidad, ni siquiera la posibilidad, de que la sociedad civil esté. Que cada uno de los agentes haga lo que le toca y el máximo de concertadamente posible.

¿Habría que fijar plazos? ¿O qué se puede hacer para que realmente funcione y sea una herramienta útil, y no como hasta ahora?
Insisto: los focos en nuestras diversidades de puntos de vista a menudo nos hace olvidar que el principal agente saboteador de la mesa de diálogo es el Estado español.

¿Uno de los problemas del pasado fue justamente el establecimiento de calendarios u hojas de ruta?
En principio tampoco es malo. El problema es cuando los calendarios que se fijan no responden a la acumulación de fuerzas real. Cuando no coincide, es cuando las cosas no acaban de ir bien. Pero para nosotros el grueso de la batalla es otro. La historia funciona de otra manera.

 

¿Hoy hay grandes consensos en Catalunya?
Es una realidad: los hay. Algunos consensos muy vertebrales del país, como el rechazo a la represión del Estado, llegan a porcentajes del 80%. Desborda en mucho el perímetro independentista. Cuando hablamos del reconocimiento de la lengua y la escuela, incluso es superior. Cuando hablamos del derecho a decidir o de autodeterminación, también se acerca al 80%. Sí que existen grandes consensos sociales en torno a cuestiones nucleares. Y a partir de aquí tenemos que trabajar.

Pero quizás no hay consenso para avanzar hacia la República.
Diría que no hay acuerdos estratégicos en los instrumentos que permiten avanzar, que es diferente de los objetivos. Este es el núcleo de la batalla, en la que llevamos un ciclo que no ha permitido ponernos de acuerdo en los instrumentos. Probablemente porque se ha puesto más énfasis en la incompatibilidad de instrumentos que en su compatibilidad.

Desde 2017 sí que se ha observado, al menos en las encuestas, cómo el apoyo a la independencia ha ido retrocediendo.
Es lo que se observa y seguramente es fruto de esta fase de desánimo, desmovilización y desorientación fruto de que no haya sobre la mesa un acuerdo estratégico de grandes dimensiones respecto de los instrumentos.

¿Pero hoy el independentismo tiene suficiente fuerza social?
En la medida en que estamos hablando de grandes acuerdos de cuestiones esenciales, creemos que la fuerza existe. De alguna manera lo que nos indican las informaciones demoscópicas es la traducción del desánimo, no el cambio de convicciones. Es la expresión de que efectivamente no hay sobre la mesa un acuerdo sobre los instrumentos que nos tienen que permitir avanzar.

Uno de estos consensos, la lucha contra la represión. ¿Cómo se combate contra un Estado que no tiene escrúpulos a la hora de pinchar teléfonos o infiltrar policías en organizaciones políticas y sociales?
A través de dos cosas fundamentales: solidaridad anti-represiva y convertir la represión en una palanca de debilitamiento del Estado, empoderamiento y autoorganización colectiva. La represión es indicio de dos cosas: de la democracia anómala del Estado español y de la fuerza e implantación social del movimiento independentista. Nos escandaliza el nivel de la represión del Estado español, que no sólo continúa activo sino incrementado. El informe del Ministerio del Interior que dice que ha infiltrado a policías en organizaciones juveniles da un indicio que la represión del Estado no es una broma. La justificación de este informe va mucho más allá, a todo el movimiento independentista.

El principal agente saboteador de la mesa de diálogo es el Estado español

Foto: Montse Giralt

Otro consenso, la lengua. ¿Cómo se defiende sin un Estado propio, enfrente de una justicia que la remueve como quiere?
Luchando por ella. Un Estado no es garantía de preservación de la lengua. Basta mencionando el caso de Irlanda. Y la situación en que nos encontramos es doble. Por una parte, todos los datos indican un descenso alarmante en los porcentajes de uso social. Hablamos de poco más de un 30% en todo el dominio lingüístico de los Países Catalanes. Por otra parte, tenemos un Estado hostil, que hace de la batalla contra la lengua una batalla identitaria. Eso afecta al legislativo, el ejecutivo y el judicial. Nunca ha sido asumida como una riqueza, sino como un fastidio.

¿Y qué se puede hacer?
Se lucha por ella fortaleciéndola a través de todas las herramientas. A través de las instituciones pero básicamente a través de la sociedad civil organizada. Òmnium nace para la defensa de la lengua, empieza con cursos de catalán el año 61. Y las acciones vinculadas a la lengua catalana son hoy el grueso de nuestro presupuesto en todos los frentes.

Parece que, tanto cuando hablamos de represión como cuando hablamos de lengua, desde aquí sólo se pueden poner vendas a las heridas y no revertir la situación.
En la represión es inevitable. Cuando hablamos de más de 700 causas abiertas, hablamos de una ofensiva todavía activa del Estado español. Por lo tanto, yo no diría poner vendas, sino a como eso se hace frente, permite hacer crecer la solidaridad anti-represiva y es una herramienta para que internacionalmente podamos explicar que el Estado español está haciendo lo que no hacen las democracias homologables. Y en el caso de la lengua, lo mismo: se trabaja construyendo. Desde Òmnium hemos puesto en marcha muchos programas entre los chiquillos y los jóvenes. Quizás ya no tenemos que fomentar las redacciones en catalán sino dar apoyo a tiktokers.

¿Y qué espera de este otoño?
Todos los indicadores hacen prever que será muy dura desde el punto de vista social. Para Òmnium, que tiene una de sus prioridades en la cohesión social, es un otoño muy importante. Hay riesgo de fractura social y aumento de la desigualdad. Eso va de la mano de la batalla de incidencia política: el movimiento para avanzar en el Estado propio no es independiente de la lucha contra las desigualdades. Tenemos muy claro que no son batallas parciales ni por descontado batallas separadas. La lucha para avanzar hacia la independencia se libra en muchos frentes.