Durante años se vendió que España era la excepción europea. Una tierra libre de extrema derecha desde que el dictador nacionalcatólico murió en el lecho y sus ministros se reconvirtieron para hacer la transición a la democracia. El analista o tertuliano observaba lo que pasaba en Francia, donde el lepenismo despuntaba después de cuarenta años de existencia a caballo entre las diversas crisis. Este mismo analista lo contraponía con lo que pasaba en casa, donde como mucho surgían reacciones desde la izquierda, como el movimiento del 15-M o la aparición de Podemos como opción electoral. En febrero de 2017, incluso el Real Instituto Elcano publicaba un informe titulado 'La excepción española: el fracaso de los grupos de extrema derecha a pesar del paro, la desigualdad y una alta inmigración'. Se tomaron la molestia de traducirlo al inglés. Sólo un año y medio después, Vox irrumpía con fuerza en las instituciones, primero en Andalucía y después en el resto del Estado. La excepción era el espejismo. Aquel informe ya no está disponible en su web.
El periodista Xavier Rius Sant acaba de publicar el libro Los ultras son aquí (Pórtico, 2022), obra que hace una radiografía bien documentada de la evolución de la extrema derecha institucional durante la última década, siguiendo el hilo conductor que lleva desde la irrupción de Plataforma per Catalunya en Vic hasta el auge de Vox en todo el Estado. No son fenómenos aislados, sino interconectados. Llega después de años de picar mucha piedra, enfrentamientos internos y una gran cantidad de marcas electorales hasta encontrar la definitiva. En 281 páginas, el reportero especializado en ultraderecha consigue combinar el gran angular y el teleobjetivo para diseccionar las entrañas de nuestros ultras.
Se puede decir que los ultras ya están aquí, y se puede matizar que, de hecho, ya estaban aquó. Pero, desde Fuerza Nueva de Blas Piñar, no tenían vida orgánica propia. No en balde, en la fundación de Alianza Popular había siete ministros de la dictadura. Y el partido Vox nació como una escisión a la derecha del PP, crítica con el marianismo. Después de muchas divisiones internas y enfrentamientos sangrantes, lo que ha conseguido ahora la formación fundada por Alejo Vidal-Quadras y presidida por Santiago Abascal es unificar a los ultras, edificar una casa grande del nacionalcatolicismo. Acoger a los de dentro del PP pero también a los de fuera. El caso más paradigmático seguramente sea el de Plataforma per Catalunya, el primer experimento lepenista con cierto éxito, basado en un discurso explícitamente racista y en denunciar la "casta política podrida". Los egos de su fundador, Josep Anglada (con pasado en Fuerza Nueva), acabó desbaratando el partido. Todos los restos entraron en bloque a Vox.
El partido se ha nutrido especialmente del PP. Es un ejemplo Ignacio Garriga, hijo de la Guinea Ecuatorial española y del Opus Dei, que empezó a militar en el PP de Sant Cugat pero dejó el partido por la tibiez de Rajoy contra el aborto, el matrimonio igualitario o la ley de memoria histórica de Zapatero. Se sumó al partido fallido de Montserrat Nebrera y después se integró en Vox. Un camino parecido siguió su primo Joan Garriga, que salió del PP para entrar en la ejecutiva de Plataforma per Catalunya y hoy es diputado y portavoz de Vox en el Parlament de Catalunya. O el mismo Santiago Abascal, que empezó a hacer política en Nuevas Generaciones. O Alejo Vidal-Quadras, que durante quince años fue eurodiputado popular pero se fue harto de la debilidad ante el nacionalismo catalán.
Pero también han confluido otras corrientes, como los falangistas, que han llegado hasta la cúpula de Vox. Es el caso de su portavoz estatal y eurodiputado Jorge Buxadé, que antes de ser asesor de Dolors Montserrat en la Eurocámara militó en la falangista Organización Juvenil Española (OJE) y fue a listas tanto de Falange Española Auténtica como de la Falange Española de las JONS. También, de juventud, el diputado, concejal y secretario general Javier Ortega Smith fue militante falangista. Dejó constancia en escritos, donde reivindicaba "la doctrina falangista" y la figura de José Antonio Primo de Rivera.
A los neonazis, en cambio, no los querían. Especialmente después de que Rafael Bajardí, ex del PP y de la FAES e ideólogo de Vox, impusiera la defensa de Israel en su programa. "Bienvenidos los franquistas, los falangistas y los nostálgicos de la División Azul, pero no se quería a personas que hubieran defendido el Tercer Reich", explica Xavier Rius Sant sobre el casting que hicieron para las municipales y autonómicas de 2019. Pero algunos se han colado también. Es el caso de Jordi de la Fuente, vicesecretario de organización de Vox en Barcelona y principal asesor de Ignacio Garriga. Fue un destacado militante del Movimiento Social Republicano (MSR), formación neonazi autodisuelta en el 2018.
Les ha costado constituir una opción electoral, pero, después de una larga travesía por el desierto, lo han conseguido. El mérito no es de Santiago Abascal, que sólo llegar a la presidencia del partido, sin ninguna representación en ningún sitio, ya se asignó un sueldo como en los chiringuitos donde le había colocado Esperanza Aguirre. Fue más bien de Javier Ortega Smith, que llegó a empadronarse en Sant Cugat para llevar al independentismo a los tribunales y abanderar la catalanofobia. Y es responsabilidad, también, de determinados medios de comunicación que blanquearon a la extrema derecha como una opción política más. Ahora ya tenemos a los ultras a las instituciones. Eso no quiere decir que no existieran antes.