Una subida de los precios de los carburantes, concretamente del diésel, es la que hizo colmar el vaso e incendió toda Francia. Y el 17 de noviembre de 2018 más de 280.000 franceses cogieron sus chalecos amarillos y salieron a las carreteras y las rotondas a bloquearlas. Decenas de miles de personas llegaron a confluir en París para hacer escuchar su voz. Unas manifestaciones que llegaron a ser violentas, con casi 3.000 heridos, 3.000 más condenados y once muertos (la mayoría por atropellos). Los manifestantes no eran necesariamente ultras (como los llegó a calificar el Elíseo), sino gente harta. Pero la extrema derecha penetró para intentar cabalgar la ola de malestar.
También ha sido una subida de los precios de los carburantes la que ha desencadenado las protestas en España durante los últimos días. En lugar de chalecos amarillos, muchos de ellos llevaban chalecos naranjas, y hace una semana confluyeron en el centro de Madrid: 150.000 según el Gobierno y 400.000 según los organizadores. Venían del mundo rural: agricultores, cazadores, tauromaquia... En paralelo, también han salido los transportistas con piquetes informativos en las carreteras y rotondas. Los manifestantes no son necesariamente ultras (como los ha llegado a calificar la Moncloa), sino gente harta. Pero la extrema derecha, que también ha salido a la calle a través de Vox, intenta penetrar para cabalgar la ola de malestar.
Hay un malestar, que es real, y un riesgo, que también es muy real: que la extrema derecha pueda apropiarse de la indignación a las calles y capitalizarla en las urnas. Ya ha pasado en Francia. "Mi partido es el que mejor defiende a los auténticos chalecos amarillos, que son los trabajadores pobres, las admirables madres solteras y los jubilados que tienen pensiones miserables," reivindicaba Marine Le Pen. Y no le faltaba razón, como han revelado muchas encuestas. Por ejemplo, un sondeo de Ifop, que señalaba que el 44% de los ciudadanos próximos al movimiento de los chalecos amarillos votaron a Reagrupamiento Nacional a las elecciones europeas de 2019. En cambio, solo el 4% lo hizo por La República en Marcha, el partido del presidente Emmanuel Macron. Habrá que ver si en España esta estrategia acaba dando frutos.
Hay un malestar, que es real, y un riesgo, que también es muy real: que la extrema derecha pueda apropiarse de la indignación en las calles
Justamente la llegada de Marine Le Pen a la presidencia del entonces Frente Nacional supuso un revulsivo para la formación, que había tocado techo con Jean-Marie Le Pen, lastrado por las acusaciones de antisemitismo y negacionismo. Puso en marcha un proceso de renovación de fachada, de "desdemonización", para liberarse de las rémoras del pasado e interpelar a votantes más allá de los ultras de toda la vida y los pied-noirs (retornados de Argelia). La inmigración seguía y sigue siendo el gran caballo de batalla, pero introducían nuevos chivos expiatorios: la Unión Europea, los burócratas, la globalización... Un discurso que puede llegar a parecer de izquierdas y que ha acabado obteniendo sus frutos.
No solo Marine Le Pen llegó a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales del 2017 o fue la primera fuerza a las elecciones europeas del 2019 (5,3 millones, casi uno de cada cuatro franceses). También ha convertido a Reagrupamiento Nacional en el primer partido de los obreros en Francia. Una encuesta de Ipsos-Sopra Steria, justamente sobre las últimas europeas, revelaba que el RN fue la primera fuerza entre los obreros, con más del 40%, y entre los asalariados, con el 27%. En el caso de las profesiones intermedias, empataba con La República en Marcha en el 19%. La candidatura macronista se imponía en los ejecutivos de las empresas. El mismo cribado se repetía por nivel de ingresos: Le Pen ganaba en todos los tramos menos en el superior.
Hoy el Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen es el primer partido de los obreros franceses
De momento, la extrema derecha no ha roto este techo en España. Al menos no hay evidencias de ello. Hasta ahora ha sido un partido que no ha interpelado a los votantes con menos ingresos ni los que tienen menos formación. En las últimas elecciones madrileñas, en mayo de 2021, Vox registró en la capital los mejores resultados en los distritos de Salamanca (10,3%) y Chamartín (9,9%). En cambio, en los barrios del sur, más humildes, hizo entre el 5% y el 7%. Sin embargo, según el último CIS, empieza a despuntar entre algunos sectores de la población: hasta el 23,8% de agricultores y pescadores dice que votaría la formación de Santiago Abascal, frente al 22,2% del PSOE y el 11,1% del PP.
No es casual que Vox haya creado un sindicato, Solidaridad, una copia de la histórica organización polaca pero que se parece más al sindicato vertical franquista. Tampoco es azar que se haya sumado a las manifestaciones de los últimos días en la calle. Ni que este viernes estuviera presente en las puertas del Ministerio de Transportes con la plataforma minoritaria de transportistas que rechazaba el acuerdo para paliar la subida de los carburantes (unas medidas en la línea del resto de países europeos). Ni que en su momento intentaran hacerse un hueco al lado de los huelguistas de Cádiz. "Ustedes han perdido las calles", sentenciaba la portavoz ultra Macarena Olona esta semana al hemiciclo del Congreso. Siguen picando piedra.