La única vez que efectivamente Catalunya buscó el apoyo de Rusia fue con Francesc Macià durante la dictadura de Primo de Rivera. Macià se había exiliado e hizo una ronda por varios países para buscar apoyo para su proyecto de Estat Català y de una revuelta independentista.
Según explican Enric Ucelay-Da Cal y Joan Esculies en el libro Macià en el país dels soviets, en otoño de 1925 el futuro presidente catalán viajó a Moscú para establecer contactos, que le facilitó el posterior dirigente del POUM, el traductor Andreu Nin. Fue acompañado de su secretario, Josep Carner Ribalta.
Cuando Macià llegó a Moscú hacía poco más de un año que había fallecido el fundador de la URSS, Vladímir Ílitx Lenin, y se había formado una troika convulsa con Grigori Zinóviev, Lev Kàmenev e Ióssif Stalin para dirigir el país. Lev Trotsky empezaba a caer en desgracia.
Macià se reunió por separado con Zinóviev, contrario a Stalin y que moriría ejecutado, y con Nikolai Bukharin, próximo a Stalin y que también moriría ejecutado. El dirigente catalán también tenía que encontrarse con Trotsky, de quien Andreu Nin era seguidor, pero la reunión no fue posible, por la convulsa situación política.
Nin desaparecería el 1937 en Barcelona a manos de estalinistas. Y Trotsky seria asesinado en México el 1940 por un militante del PSUC, entonces alineado con Stalin.
El futuro president catalán encontró a los políticos rusos preocupados sólo por repartirse la herencia de Lenin y sin interés por lo que sucedía en el Mediterráneo. Y no consiguió gran cosa de Rusia.
En 1926, sin embargo, un año después, Macià protagonizó el complot de Prats de Molló, que fracasó, pero que le dio el impulso para proclamar en 1931 la República catalana, posteriormente reconvertida en Generalitat.