Los carteles de Don't Mess with Texas, derramados profusamente por las autopistas del estado de la estrella solitaria, avisan que arrojar basura a la vía cuestan mil dólares de multa. Pasta gansa. Eso es lo que, insólitamente, me viene a la cabeza al releer las columnas de Germà Bel reunidas en Cabòries des d'una galaxia ben llunyana, que acaba de editar Pòrtic, un sello de Planeta. Don't Mess with Bel también sería un buen título para esta recopilación. Porque embaucar, jugar o posturear con Germà Bel sale muy caro, como se ve en el libro –y han podido comprobar esta legislatura no pocos diputados, incluidos algunos de su propio grupo, Junts pel Sí. De alguna manera, Bel es también una estrella solitaria.
Cabòries recupera una selección de las 350 columnas publicadas en los últimos 25 años sobre temas y cuestiones variados del ámbito de la política pública, a condición de que sean "contenciosas", como él dice. La mayoría se escribieron para La Vanguardia, donde colaboró desde 2007 hasta agosto del 2015.
Bel, siempre político –sea como catedrático, diputado, contertulio, ebrense o como Germà Bel en general–, es alguien a quien no puedes vacilar, en sentido popular de burlarse. Él no busca tener razón sino razonar y hacer razonar, liquidando cualquier basura intelectual con mucho ingenio y una señora capacidad de cuestionar opiniones establecidas y ampliamente compartidas, a veces sacando alguna rueda por la parte de fuera del consenso general y la corrección política. Don't Mess with Bel.
Contra corriente
La profesión de Germà Bel podría ser "ir contra corriente". La mayoría de veces de manera desconcertante. Un ejemplo, fuera de libro, es su propuesta de invertir el coste del AVE a Asturias o a Huesca en pagar a los viajeros el desplazamiento en avión o taxi, no sólo porque sale más barato, sino porque es mejor política.
El ánimo del autor lo lleva a poner en solfa el buen funcionamiento de la economía española a inicios de este siglo, contradiciendo el España va bien entonces imperante; la bondad de inversiones como la del AVE o la Línea 9 del metro de Barcelona, que "debe acabarse porque se empezó", o las disputas "casi religiosas entre el idealismo público y el idealismo privado en lo referido a los servicios públicos", como él mismo explica en el prólogo.
Bel ametralla otros dogmas de la política peninsular, como la imposibilidad práctica de un acuerdo para celebrar un referéndum sobre la independencia o la lógica que justifica que en la cooperación publicoprivada en servicios públicos, la parte privada "esté exenta de riesgos relevantes, con beneficios a menudo asegurados". Ya se sabe, en unos huevos fritos con tocino (el servicio público), la gallina (los privados) está involucrada, pero quien está realmente comprometido es el cerdo (el sector público, es decir, los contribuyentes). Bel reflexiona críticamente sobre este tipo de platos que tan a menudo se sirven desde la cocina de los gobiernos.
Paso al soberanismo
Uno de los grandes qués de Cabòries es constatar las corrientes de fondo que han llevado al autor a incorporarse al movimiento soberanista. Dicen, dicen, dicen –con permiso de los dramones de Guimerà–, que las gentes de la ribera del Ebro tienen carácter robusto. Quizás. El temperamento ebrense de Bel –antiguo diputado del PSC en el Congreso– lo habrá ayudado o no a dar aquel paso, pero estas Cabòries muestran las razones y los conceptos.
Él mismo da una explicación genérica al aclarar el título del libro, una idea que agradece al exministro de Exteriores José Manuel García-Margallo y su famosa afirmación de que si Catalunya se descolgaba de España "se condenaría a vagar por el espacio sin reconocimiento". "Su afirmación –dice Bel– me hizo pensar que muchos catalanes ya vagábamos hacía tiempo por una galaxia diferente a la de las instituciones españolas cuando analizábamos y discutíamos (...) las relaciones entre Catalunya y España, y las políticas públicas que expresan la articulación territorial (...). Y, además, esta galaxia era bien lejana".
Esta recopilación tiene la ventaja de que se puede leer al margen del actual escenario político. Porque también es una especie de manifiesto, poco dogmático, contra el ludismo intelectual que propone cerrarse –como los luditas de hace dos siglos–, a los cambios tan intensos de las últimas décadas por miedo de las conmociones que originan. "Miedo al cambio, miedo al futuro", dice Bel, que es patrimonio de una cierta izquierda y derecha que se presentan como adalides de los perdedores de estos cambios, "y de los que, sin serlo, creen inaceptable la reducción del control institucional sobre las cosas cotidianas que comportan los cambios".
Un liberal hereje
Bel se presenta como otro tipo de liberal, hereje del catecismo austríaco o de los dogmas de Chicago. En este sentido, hace una reivindicación de la política mucho más contemporánea que los caudillos de la Nueva Política. Bel pide a los gobernantes, a la administración y a los agentes privados, que entiendan la política como un ejercicio de realismo ("siempre se producen consecuencias no deseadas en diferentes órdenes de la vida cotidiana") que "tiene que curar a los más débiles cuando resultan perjudicados por los cambios", sin recurrir "al nativismo de "los del barrio primero", como propone y practica el populismo a derecha e izquierda en su actitud de "defenderse de los cambios para parar el futuro".
Otro hilo del libro es el protagonismo de las ciudades, "nuestras puertas al futuro". Viene al punto aquí esta reflexión, a propósito de Barcelona: "es ingenuo pensar que una ciudad que se mantenga cerrada a los servicios Uber podrá a la vez preservar la capitalidad del Mobile World Congress, que seduce incluso a los que eran refractarios cuando lo tocan de cerca. Hay cosas que tienen que ligar".
Este es el punto del libro: hay cosas que tienen que ligar. Que la alta velocidad encaje con el territorio, que Catalunya permanezca en España o que Barcelona sea la puerta de este país al futuro. "Porque somos demasiado pequeños para encerrarnos dentro de casa; y porque siempre que nos hemos abierto nos ha ido mejor". Nueva política.