Vicenç Villatoro es periodista y escritor, pero en su último trabajo editorial ha ejercido más bien de confesor, de psicoanalista y de notario escuchando horas y horas a Jordi Pujol, el 126.º president de la Generalitat, que a sus 90 años ha tenido la necesidad de hacer testamento, testamento político, claro está. Pujol, que se había recluido en un autoimpuesto ostracismo, ha decidido levantar la cabeza para primero pedir perdón a los catalanes, pero, sobre todo, sobre todo, sobre todo, para reivindicar su legado político, su obra de Govern, que él mismo considera mucho más importante y trascendente que su "pecado".
"No soy un corrupto", dice Pujol de forma categórica, "me siento culpable por un error que cometí por ligereza, desidia y debilidad, pero es de justicia que mi vida sea juzgada con el pasivo y con el activo".
Las confesiones de Pujol las recoge Villatoro en un libro que adopta el formato de entrevista, titulado Entre el dolor y la esperanza (Proa editorial) que ha sido presentado este miércoles por Josep Ramoneda y Villatoro mismo, pero sin Pujol presente, que ha preferido explicarse en vídeo.
"La perfección no existe"
El expresident mantiene su versión de los hechos que hicieron tambalear su figura de político extraordinario. Sólo se reprocha no haber regularizado con Hacienda los ahorros de Andorra, y no se priva de considerarlo un hecho menor, comparado con la magnitud de su labor política. "La deixa era de mi padre, el dinero no procedía de ningún soborno, ni estaba relacionado con la política, era un dinero que no utilicé, ni gasté... Había cosas que tenía que hacer, porque obligaba Hacienda, pero pensé 'ya lo haré mañana', y este mañana no llegaba. A cualquiera le puede asaltar el error o la debilidad", se excusa y compara su biografía política con un precioso tapiz del Renacimiento que presenta una rasgadura pequeña, un error irrecuperable, un error humano, "que se puede perdonar, porque es un error humano y la perfección no existe o es muy difícil".
En el fondo, todo el texto evidencia, por una parte, el orgullo de Pujol por la obra hecha y la rabia por el oprobio y lo que considera "acción sistemática de demolición" contra su persona, a la cual, según dice, ha sido sometido "por envidia o ánimo de revancha". Está tan convencido Pujol de la valía de su legado político y de la injusticia con la que se lo juzga, que no tiene inconveniente en comparar su suerte con la del canciller alemán Helmut Kohl, "uno de los políticos más relevantes, más positivos y de más éxito de Alemania durante el siglo XX... El canciller de la reunificación que tuvo un papel decisivo en la implantación del euro, pero que al final de su vida política fue obligado a dimitir como canciller y abandonar todos sus cargos en el partido, por un escándalo de financiación ilegal".
Desde este punto de vista, dice Pujol que está "preparado para la prisión, la ruina o la muerte, pero no para el deshonor y la vergüenza pública, para la crítica encarnizada que ni es justa, ni responde a la realidad y, en gran parte, se trata de un ajuste de cuentas".
El perdón
Porque, a pesar de todo, Pujol sigue reivindicando sus principios éticos, morales y religiosos —"Soy de la escuela de [Charles] Péguy!"—; rechaza la codicia, pero defiende la grandeza de la política "cuando el poder se pone al servicio de un proyecto que vaya más allá de la propia persona, con generosidad, pasión por el bien común, altruismo...". Y precisamente, "el hecho de que yo haya sido un predicador y que constantemente haya puesto el acento en la ejemplaridad de los dirigentes hace que mi caso sea más grave y, por lo tanto, más doloroso". "Es por eso que sí, pido perdón... que no es exactamente indulgencia a quien me pudiera castigar. Sí que se lo pido a las personas próximas... y también pido perdón al hombre joven que yo era y a mi país, a la gente de mi país".
El libro, como ha dejado constancia Vicenç Villatoro, no responde sólo a cuestiones de la actualidad, sino que va más allá de la coyuntura. Hay referencias al pasado y al futuro y análisis del presente contextualizado en el marco catalán, español, europeo y global.
Los que quieran buscar polémica, la encontrarán. Pujol hace testamento y deja claro que no ha sido nunca independentista. Reivindica la Transición y hace un reconocimiento del papel de la monarquía en la consolidación de la democracia, que puede resultar ahora provocativo en algunos hiperventilados. En todo caso, lamenta que los éxitos del pasado reciente se estropeen ahora.
También aprovecha Pujol para puntualizar algunos aspectos controvertidos de su biografía. Por ejemplo, niega en redondo haber renunciado en algún momento al concierto económico cuando se debatió el primer Estatuto. Y recuerda "el autogol" que supuso el segundo, aunque lo atribuye a una ofensiva del deep state. En todo caso, queda claro, como dijo Villatoro, que "sin Pujol no se puede explicar la España y la Catalunya del siglo XX y principios del XXI"