El 2 de marzo de 1974 el Estado español utilizó, por última vez en la historia, el siniestro garrote vil como método de ejecución. Las condenas a muerte todavía continuarían hasta al fin del régimen franquista, pero por la vía del fusilamiento. Los dos últimos ejecutados corrieron la misma suerte y el mismo día, con pocos minutos de diferencia entre las 9 y las 10 de la mañana, pero llegaron por dos caminos diferentes pero relacionados. Salvador Puig Antich es el más conocido, recordado y reivindicado por su papel como militante anarquista y antifascista y las sombras que cubrieron su proceso judicial. Paradójicamente, el caso Puig Antich también proyectó sombra sobre el otro ejecutado, conocido como Heinz Ches -aunque no era su nombre real-, que murió precisamente para justificar la sentencia de muerte de Puig Antich.
En un macabro juego de correlaciones, si a Puig Antich lo ejecutaron como reacción del régimen por el asesinato de Luis Carrero Blanco, aquel atentado de ETA fue también en cierta manera la causa de la muerte de Ches, convertido en una fatídica 'torna' o, en este contexto, comodín -La torna, precisamente, fue el título de la célebre obra de teatro con que Els Joglars quisieron dignificar la figura de Ches y que les valió un Consejo de Guerra- con la que el franquismo pudo vender la ejecución de Puig Antich desvinculada del evidente móvil político que la causó. ¿Pero quién era Heinz Ches y qué hizo que se mereciera una sentencia de muerte y la ejecución en el garrote vil la misma nefasta jornada que puso fin a la vida de Puig Antich?
Tras el seudónimo de Heinz Ches -o Chez, según recogieron erróneamente los medios de la época- y una supuesta nacionalidad polaca, se escondía Georg Michael Welzel, ciudadano de la República Democrática Alemana (RDA), nacido en Cottbus (Brandenburgo) en 1944, que consiguió huir del régimen comunista en mayo de 1972 después de llegar a estar encarcelado hasta tres veces por intentar cruzar el telón de acero, los años 1964, 1967 y 1970. Si escapar del comunismo no era nada fácil, su vida posterior tampoco lo fue, según se refleja en la investigación elaborada por el periodista valenciano Raúl Riebenbauer, descubridor de la verdadera identidad de Ches y autor de la obra canónica sobre este personaje, El silencio de Georg (editado en catalán en La Magrana y en castellano en RBA), donde se apunta que Welzel/Ches "llegó en el país equivocado en el peor momento".
La llegada al Estado español se produjo el 12 de diciembre de 1972 por Portbou (Alt Empordà), con pasaporte falso. Solo siete días más tarde, el 19 de diciembre, habría sido el autor del asesinato del guardia civil Antonio Torralbo en el bar del camping Cala d'Oques de l'Hospitalet de l'Infant (Baix Camp). Sin motivo aparente, el alemán le disparó con una escopeta que había robado. Al día siguiente, 20 de diciembre, fue detenido en la estación de tren de l'Ametlla de Mar (Baix Ebre), donde se identificó como Heinz Ches, un seudónimo que, siguiendo la investigación de Riebenbauer, habría fabricado a partir del nombre de su padre, Kart-Heinz, y el apellido de soltera de su madre. También se identificó como polaco de Silesia, un territorio alemán anexionado por Polonia al fin de la Segunda Guerra Mundial. La razón de tanta mentira puede encontrarse en la necesidad de ocultar su identidad a la Stasi, la implacable y temible policía política de la RDA.
Consejo de Guerra de una mañana
En una siniestra casualidad, Ches fue detenido el mismo día que Carrero Blanco volaba por los aires en la calle Claudio Coello de Madrid, un hecho que sería determinante para su ejecución solo dos meses y medio después. El régimen franquista necesitaba reaccionar con dureza al asesinato del presidente del gobierno de España y encontró en Puig Antich a la víctima idónea, pero, para salvar las apariencias y despolitizar la ejecución, se vio en la necesidad de disfrazar el asesinato del militante de MIL y, en aquel contexto, Ches apareció en el momento oportuno. Asesinar a un guardia civil, aunque el móvil no quedó nunca claro, fue motivo suficiente para someterlo a un Consejo de Guerra que duró justo una mañana, donde también se le acusó del asesinato de otro guardia civil, Jesús Martínez, en el puerto de Barcelona, el 13 de diciembre, una acusación que nunca quedó aclarada del todo.
En todo caso, Welzel/Ches fue sentenciado a muerte y, como Puig Antich, pasó la noche del 1 al 2 de marzo pendiente de un posible indulto. No se tiene constancia que llegaran a encontrarse nunca, ya que mientras Puig Antich estaba preso en Barcelona, el falso polaco fue recluido en la de Tarragona. La diferencia es que, mientras en Barcelona se hizo lo imposible para evitar la ejecución, el abogado de Ches, Jordi Salvà Cortés, quizás convencido de que llegaría el indulto, se marchó a cenar. Así lo reflejó La Vanguardia en su edición del 3 de marzo de 1974: “A eso de las ocho de la tarde, la sentencia fue notificada a su abogado defensor, señor Salva Córtese [sic], que no pudo recibirla, por estar fuera de su despacho, hasta las 4,30 de la madrugada, pero que, sin embargo, la recibió el letrado sustituto".
“A partir de esta hora -continúa la crónica de La Vanguardia-, el abogado defensor y el decano del Colegio de Abogados de Tarragona, don Enrique Ixaet Ventosa, se trasladaron a la cárcel provincial, donde pudieron mantener una entrevista de media hora con el reo. Según ha manifestado el abogado defensor, el señor Heinz Chez «en todo momento se comportó de una manera admirable, departió con nosotros amablemente y con mucha serenidad»”. El abogado y el decano declinaron asistir a la ejecución, que contó con la presencia del director de la prisión, un médico militar, un cura católico y un pastor protestante y tres testigos. El verdugo de la circunscripción de Sevilla fue el encargado de la ejecución.
Welzel/Ches fue ejecutado por el sistema del garrote vil a las nueve y media en la prisión provincial de Tarragona, a la edad de 33 años. Diez minutos más tarde, Salvador Puig Antich, de 25 años, corría la misma suerte en la prisión Model de Barcelona. Al día siguiente, los diarios mostraban los retratos de los dos -el de Ches chapuceramente manipulado para hacerlo parecer más siniestro-, en un intento de hermanarlos y justificar las ejecuciones, pero la popularidad creciente de Puig Antich condenó, aún una vez más, a aquel Heinz Ches que, quedaría para siempre como la 'torna', el falso polaco que murió a la sombra de Puig Antich.