Jón Baldvin Hannibalsson era el Ministro de Asuntos Exteriores de Islandia, el primer Estado en reconocer a las repúblicas bálticas separadas de la Unión Soviética formalmente entre el 20 y 21 de agosto de 1991. Fue el hombre clave para que las potencias occidentales, que se oponían por miedo a debilitar a Mijaíl Gorbachov. Hannibalsson explica cómo lo logró.
¿Qué le movió a ser el primero en reconocer a los países bálticos cuando el día anterior todas las potencias se negaban en redondo y decían que era imposible?
Primero déjeme que le haga un poco de historia sobre Lituania, Letonia y Estonia. Sufrieron más que muchos durante y después de la Segunda Guerra Mundial. Fueron invadidas tanto por los nazis como por el Ejército Rojo. Fueron ocupadas y finalmente anexionadas a la Unión Soviética. Esta es la gran diferencia con otros países del Este de Europa: los bálticos fueron incorporados por la fuerza a la Unión Soviética. Contra su deseo. En la inmediata posguerra sufrieron la política de rusificación, sus líderes fueron deportados al gulag y muchos de sus pueblos repoblados con rusos, protegidos por las tropas del Ejército Rojo.
A pesar de todo, cuando se declararon independientes Occidente no se puso a favor.
Cuando Gorbachov llegó al poder en 1985 empezó por aflojar el estado policíaco que era la URSS. Hacia 1987 empezaron los movimientos pro-independencia en los tres países [bálticos]. Evolucionaron desde pedir respeto por su lengua y cultura a frentes políticos por la democracia y la independencia. En 1990, tras celebrar elecciones, llegaron al parlamento y al gobierno de cada uno de sus países. Y declararon la independencia. Primero que todos, Lituania [11 de marzo de 1990]. Enviaron emisarios al extranjero en busca de apoyo, esperando que los líderes de las potencias democráticas se pondrían a su lado. ¡Se llevaron un buen chasco! Todo el mundo, desde Bush Sr, Kohl, Mitterrand, Thatcher... se negó.
¿Por qué?
Las potencias decían que se habían comprometido a acabar con la Guerra Fría y que había mucho en juego: acuerdos armamentísticos sobre armas nucleares, convencionales y reducción de tropas; la liberación de la Europa Central y del Este y la reunificación pacífica de Alemania. Todo eso dependía de Gorbachov, según esos grandes países. Si él no salía adelante, los duros del Partido Comunista volverían. Los grandes poderes estaban dispuestos a sacrificar los derechos de aquellas naciones [bálticas] a cambio de resolver un asunto más importante como la Guerra Fría.
¿Y qué hizo?
Era el ministro de Asuntos Exteriores de un pequeño país, Islandia, muy en contacto con los otros países nórdicos, como siempre. Éramos muy conscientes de los vínculos antiguos que teníamos con el báltico. De hecho, muchas veces pensamos en términos de cooperación nórdica-báltica. Me di cuenta que si las grandes potencias mantenían aquella postura, a los pequeños países bálticos se les negaría su derecho de autodeterminación. Ellos, que habían sufrido más que nadie, volverían a ser sacrificados. Así que me puse en marcha para contrarrestar [a las grandes potencias], muy ayudado por el entonces ministro de Exteriores de Dinamarca, Uffe Ellemann-Jensen. Aparecimos ante del Consejo de Europa, la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), la ONU...
¿Qué les decían?
Volvieron a decirnos que no podían permitir la libertad de estas pequeñas naciones porque Gorbachov caería. Objetamos este argumento porque creíamos que su análisis era erróneo. Nosotros teníamos la seguridad de que la URSS ya no era un Estado de hecho, que se disolvería sola, como pasó con los viejos imperios europeos tras la Segunda Guerra Mundial, el inglés, el francés, etcétera. Después llegó el putsch, el golpe de estado de agosto de 1991 en Moscú. Fue una confusión total. Gorbachov perdió el poder y lo relevó Borís Yeltsin. Aprovechamos aquella oportunidad para organizar el reconocimiento formal de los estados bálticos, estableciendo relaciones diplomáticas, etcétera [Estonia y Letonia se declararon independientes entre el 20 y 21 de agosto]. Después otros estados nos siguieron. Los Estados Unidos fueron el 48º estado en reconocerlos y la Unión Soviética el 50º. Eso es un ejemplo de qué pasa si las naciones pequeñas actúan juntas cuando las grandes potencias fallan.
¿La independencia de los países bálticos era una cuestión de justicia?
Sí.
Foto: la Vía Báltica a su paso por Lituania, el 23 de agosto de 1989.