La historia ha sido protagonista este verano que ya se va. A principios de agosto, Gabriel Rufián lanzó una especie de fetua contra el Institut Nova Història (INH), acusando a esta entidad de hacer pseudohistoria, rápidamente hecha pública por sus seguidores en las redes. No menos impactante fue la réplica a favor del Institut de varias personalidades —incluida la ex-rectora de una universidad catalana— que han defendido encarnizadamente los objetivos y métodos de esa entidad. Entretanto, ocurría el septuagésimoquinto aniversario de la liberación de París con la destacada intervención de La Nueve, que el Gobierno en funciones y el ente España Global han querido apropiarse.

Mientras pasaba todo eso, quien escribe estaba de vacaciones en Nueva York, donde visitó el Transit  Museum (Museo del Transporte, ese que Barcelona no tiene), y allí conocía la historia de Granville T. Woods. Este nombre seguramente no te dirá nada —a mí tampoco hasta hace un mes— pero fue el inventor del trole, esa percha que los tranvías eléctricos llevaban en el techo para recoger la corriente, y que podrás ver muy pronto en el Tramvia Blau si (como todos esperamos) vuelve a circular. Bien, para ser más exactos, la invención de Woods no fue la percha en sí misma, sino la ruedecilla de su extremo que hacía la conexión con la línea aérea de contacto que daba la energía en el tranvía. Esta pequeña invención traería, sin embargo, enormes consecuencias, pues hizo posible abaratar extraordinariamente los costes y rebajar el precio del billete, lo cual puso el tranvía al alcance de las clases trabajadoras y supondría la aparición del transporte público tal como lo conocemos hoy día.

Granville T. Woods, inventor del trole

La historia avanza a partir de cuestionar verdades oficiales y mitos impuestos desde el poder

El trole no fue, sin embargo, la única invención de Woods. A lo largo de su vida llegó a registrar un total de sesenta patentes, todas ellas relacionadas con la electricidad, razón por la cual fue conocido como el "Edison Negro". Porque Woods era afroamericano. Así se entiende que la abundante historiografía sobre el origen del transporte eléctrico en los Estados Unidos haya obviado sistemáticamente su nombre. Si ahora, finalmente, ha conseguido reconocimiento oficial es porque varios estudiosos han reivindicado durante años su figura y su legado. La historia avanza a partir de cuestionar verdades oficiales y mitos impuestos desde el poder. Ahora bien, el reconocimiento de Woods, que hace todavía poco tiempo que se ha admitido oficialmente, no hubiera sido posible sin la tarea tenaz de instituciones e investigadores que han conseguido deshacer la mentira oficial sobre la invención del trole a partir de una investigación rigurosa y de la evaluación crítica de documentos contrastados (puedes encontrar una reseña de estas investigaciones en la Wikipedia, buscando "Granville Woods"). Ahora bien, si en lugar de eso se hubieran limitado a quejarse de una conspiración para esconder el origen racial del inventor del trole, a partir de suposiciones y quizás algún indicio que pudiera dar que pensar, ya te digo que el trole seguiría siendo, como hasta ahora, la invención de Charles Vandepoele, belgo-norteamericano y, por descontado, blanco.

Supongo que ya ves por dónde voy. Es cierto que la historia la escriben los vencedores y que los estados (todos) crean una mitología para justificar su poder. Pero no se puede combatir esta mitología oficial creando otra, a partir de elementos ambiguos y conclusiones extravagantes. Sólo la aportación de datos reales y contrastables, a través de los métodos utilizados por la comunidad científica, resulta eficaz para combatir la mentira difundida desde el poder. Salir de este camino sólo sirve para ridiculizar —y por lo tanto, debilitar— la causa que se dice defender.

Dicho esto, no podemos esconder que la historiografía oficialista, sobre todo la que emana de organismos estatales, produce frecuente sonrojo. Y no sólo las reales academias, que habría que adaptar ya al siglo XXI, sino también los trabajos y las declaraciones de prestigiosos académicos, que más de una vez me han hecho pensar en la frase de Jordi Pujol: "todo el mundo está a tiempo de estropear su biografía". Ahora bien, utilizar esas carencias de la historiografía oficial como único argumento para defender el INH, me parece, sencillamente, pueril y, en definitiva, supone admitir que el INH tampoco lo hace bien.

Al Institut Nova Història, le propongo que deje estar las teorías de la conspiración y haga investigación con los criterios acreditados por la academia. Queda mucho trabajo por hacer. Los documentos guardados en los archivos guardan muchas sorpresas

Hablando de historia oficialista (u oficial), es inevitable volver sobre el tema de La Nueve. La obstinación del gobierno del PSOE —en particular, de la ministra Dolores Delgado— para estar presentes en los lugares de conmemoración del antifascismo hasta tendría un punto divertido si no fuera tan grave. Desde un punto de vista histórico y jurídico, el actual régimen español arranca de aquel 1 de octubre de 1936, cuando los militares que se habían alzado en julio elevaron A Franco A jefe del Estado, tal como ha reconocido el Tribunal Supremo. Es este régimen, que todavía continúa, el que combatió la URSS del lado de los nazis a la vez que negaba la ciudadanía española a los guerrilleros antifascistas. Ya lo sé, ahora tenemos la Constitución, pero echa una ojeada a la web de condecoraciones militares españolas y cuenta cuántas tienen los excombatientes de la División Azul y cuántas los republicanos. No es necesario decir nada más.

Al Institut Nova Història, le propongo que se deje estar de teorías de la conspiración y haga investigación  histórica con los criterios acreditados por la academia. Catalunya tiene muchos (y muchas) Granvilles silenciados y olvidados. Queda mucho trabajo por hacer. En serio: los documentos guardados en los archivos nos reservan muchas sorpresas. Sin ir más lejos, la polémica en que se han visto envuelto el Institut me recuerda la situación de que vivió en 1938 el abogado, político y periodista Marià Rubió i Tudurí, diputado de Esquerra Republicana de Catalunya y director del diario La Humanitat. A raíz de unas declaraciones donde proponía dividir España en tres partes para acabar la Guerra Civil, provocó las iras del gobierno español, presidido por el socialista Juan Negrín, y eso le costaría que la dirección de ERC lo destituyera de de la dirección del diario y lo expulsara del partido. El escrito que comunicaba a Rubió su cese, mecanografiado y firmado por el entonces secretario general, Josep Tarradellas, se conserva en el Arxiu Nacional de Catalunya. Ya ves: Historia magistra vitae, como dijo Cicerón.