A lo largo de la última década, Catalunya ha estado sucesivamente al borde del precipicio electoral desde los primeros compases de cada nueva legislatura. La última vez que un president fue elegido en la primera sesión de investidura, que debe celebrarse en los diez días posteriores a la constitución del Parlament, fue Artur Mas en el año 2012, fruto de un pacto entre CDC y ERC. A partir de entonces quedaba inaugurado el procés independentista, dando paso a un periodo de inestabilidad política que, de momento, se ha alargado hasta la actualidad.
De tanto repetirlo, los que se dedican a narrar la información política catalana han terminado por aprenderse de memoria el artículo cuarto del capítulo primero de la Ley de Presidencia de la Generalitat. El texto estipula que para ser investido, el aspirante tiene que presentar su plan de gobierno en el Parlament y recoger la mayoría absoluta de 68 diputados. Si no lo consigue, dos días después se efectúa una segunda votación donde bastará con más sís que nos, con mayoría simple. En caso de que tampoco así obtenga la confianza mínima necesaria, durante los dos meses siguientes se podrá seguir intentando. Si pasado este periodo ningún candidato ha sido elegido, la legislatura queda disuelta automáticamente y se convocan nuevas elecciones, que deben celebrarse entre 40 y 60 días después.
Este 26 de marzo, como muy tarde, la presidenta del Parlament debe convocar el primer debate de investidura de Pere Aragonès y, ahora mismo, no hay ninguna garantía de que pueda prosperar a la primera. Fijando la vista atrás, desde la décima hasta la duodécima legislatura, la tónica dominante han sido las investiduras fallidas y en tiempo de descuento: Mas, Puigdemont, Sànchez, Turull y Torra.
2012, el acuerdo Mas-Junqueras abre el camino
La reelección de Artur Mas como president de la Generalitat en el año 2012 fue la última sin sobresaltos. Con el objetivo de aprovechar el empuje de las recientes movilizaciones a favor del derecho a decidir, el expresident optó por convocar elecciones a medio mandato buscando la mayoría absoluta. Pasó justo lo contrario, a pesar de ganar las elecciones con una cincuentena de escaños -impensables de alcanzar en la actualidad- perdió 12 con respecto a los que ya tenía.
Habiéndose estrenado poniendo en práctica la geometría variable que lo llevó a pactar su primera investidura con el PSC y sus primeros presupuestos con el PP, Mas cambiaba el rumbo apostando por asociarse a Esquerra Republicana. Él y Oriol Junqueras sellaron un acuerdo de estabilidad por el que los republicanos garantizaban ser el apoyo del gobierno Mas desde fuera a cambio de la celebración de una consulta -el famoso 9-N- al cabo de dos años.
2015, con el paso al lado llega Puigdemont
El camino hasta la consulta del 9-N resquebraja las relaciones entre Convergència e Esquerra, dejando al descubierto desconfianzas que todavía hoy perduran. La CUP de David Fernàndez había acabado haciendo de rótula. Para la posteridad quedará el abrazo de Mas con Fernàndez el 9-N, que ejemplarizaba la buena relación entre los dos dirigentes políticos. Una sintonía que quedaría enterrada con la nueva legislatura.
Después de meses de insistencia y gracias a la intervención de Jordi Sànchez -entonces presidente de la ANC-, Mas consiguió arrastrar a ERC a una lista unitaria para concurrir a las elecciones. Raül Romeva fue la cabeza de cartel, pero el compromiso era que Mas, cuarto de la lista, sería el presidenciable. La candidatura se quedó a 6 escaños de la mayoría absoluta y la CUP, con 10, pasó a tener la llave, como ahora. Liderados por Anna Gabriel, los cupaires cerraron el paso a Mas en las dos primeras votaciones.
Ni haber accedido a la aprobación de la controvertida declaración de soberanía del Parlament -que dejaba por escrito la negativa de la cámara a aceptar las directrices del TC- sirvieron al expresident para convencer a la CUP de que, al límite de tener que repetirse las elecciones y después de una asamblea partida por la mitad, ratificaba su veto. Para evitar unos nuevos comicios, y en contra de lo que muchos de los suyos le aconsejaron, Mas se aparta, cediendo el relevo a Carles Puigdemont. El hasta entonces alcalde de Girona fue investido a la primera votación con el "sí crítico" de la CUP. No había margen para una segunda vuelta, pues aquella medianoche expiraba el plazo de la repetición electoral.
2018, tres intentos fallidos llevan a Torra a la presidencia
La duodécima legislatura se ha acabado llevando la palma de los giros de guion. Nada más empezar, se certificaba el divorcio entre Junts per Catalunya y Esquerra Republicana. Los de Puigdemont se habían acabado imponiendo contra pronóstico y por la mínima, con la promesa del retorno del president si ganaba las elecciones. Aunque el pleno de investidura llegó a convocarse, Roger Torrent optó por suspenderlo, ante la imposibilidad de organizar una investidura telemática impugnada por los tribunales. Aquel 30 de enero marcaría un antes y un después en las relaciones entre los dos principales partidos independentistas.
Fueron semanas de reproches, de disputas, hasta que finalmente JxCat accedió a cambiar de candidato. La propuesta de Jordi Sánchez, encarcelado en Lledoners, fue aceptada por el presidente del Parlament, que convocó un pleno para investirle el 12 de marzo. El Supremo, sin embargo, denegó su salida para asistir al debate, forzando un nuevo cambio de candidato. El tercer aspirante, Jordi Turull, se encontraba en libertad a la espera de la apertura de juicio. El exconseller pudo pronunciar su discurso en la cámara el 22 de marzo. La CUP le negó el apoyo porque lo acusaban de ser imagen de la vieja corrupción convergente. Fueron 64 votos a favor y 65 en contra. No hubo oportunidad de una segunda votación, porque el Supremo lo volvió a encarcelar al día siguiente.
Antes de designar a Quim Torra, el independentismo volvería a intentar investir a Jordi Sànchez, pero el Supremo volvió a prohibir su permiso para ir al Parlament. Finalmente, Torra -el undécimo de la lista de JxCat- fue investido en segunda votación, con el apoyo de ERC y la abstención de los anticapitalistas.