Si yo apareciera en una obra de James Salter me parece que sería uno de estos pilotos de avión de Burning Days, que son abatidos sobre el mar de Corea o que bien se estrellan en un aterrizaje desgraciado, el día antes de volver a casa. Quizás incluso podría ser un álter ego del mismo autor, que decidió colgar el uniforme a media carrera militar, después de haber salvado la piel con más suerte que destreza.
Cuando la sociedad de consumo funcionaba a todo trapo, los libros de Salter costaban de entender, se consideraban vacíos y banales. Ahora que la crisis lo ha ensuciado todo, se lo lee desde el fatalismo, como si el autor norteamericano te estuviera diciendo que hay que adornar la vida porque la vida no es suficiente para ella misma. Ninguna de las dos lecturas encaja con la manera de estar en el mundo de un autor que decidió dejarlo todo para "escribir o morir".
Yo creo que a Salter se lo tiene que leer desde la distancia que la educación militar le daba con respecto a los valores de la sociedad de consumo americana. Sin esta distancia los libros no anticiparían tan bien la decadencia de la época que le tocó vivir. Cuando lees Salter es más fácil de entender por qué hoy la democracia corre el peligro de convertirse en una idea crepuscular, casi tan opresiva como el fascismo o el comunismo, que también tuvieron legiones de admiradores y de profetas bienintencionados.
Las dos novelas que le he leído ponen a los personajes en el centro de un escenario de confort brillante y entonces describen lentamente su caída. El motivo de fondo de esta caída permanece escondido tras un chorro dulcísimo de frases sensuales, siempre de un corte poético o aforístico deslumbrante. Su prosa hipnótica contrasta con la crudeza del vacío que va llenando las vidas de sus protagonistas en las historias que describe.
El problema de los personajes de las novelas de Salter no son las decisiones que toman; es que buscan las soluciones fuera de ellos mismos, es que no viven para ningún ideal que les interese lo suficiente para arriesgarse de verdad, como el autor hizo en los cielos de Corea o, más tarde, escribiendo novelas que no encontraban a su público. Abatidos por el confort, los personajes de Salter sólo saben resistir el desgaste de sus vidas como animalitos, empequeñeciéndose en un mar de excusas y recuerdos, que les impiden comprender porque se van decolorando.
Yo no soy crítico, ni lo he leído mucho, pero estos días, viendo el curso que está tomando la política catalana y el destino de algunos de sus protagonistas, no puedo dejar de pensar. España parece aquella tortuga que aparece al final de Light Years. Cuando Salter la hace aparecer en un acto de genialidad, queda clarísimo que el problema no es la vida, ni la condición humana, ni las dificultades materiales que pone el entorno, sino qué hacemos con el tiempo que nos es dado y por qué motivos de fondo.
No es casualidad que, cuando Viri coge la tortuga, la tortuga se vuelva a encerrar dentro de su concha. Todo pasa por una buena razón: si intentas conservar un tesoro a cualquier precio, este tesoro te escarnecerá; tanto da si te quejas o das la culpa a los otros. Yo, por ejemplo, hace tiempo que sé que mis mejores artículos son los que escribo sin tener en cuenta como serán leídos y qué reacciones producirán. No se puede acceder a la vida a través de intermediarios, y da igual si el intermediario es un libro, tu familia, tus votantes o un juez español.
Me parece que Junqueras se equivoca cuando declara: "Me clavo en el pecho la espada que ya no me servirá para combatir". Siempre vale más morir por la estocada de una espada ajena, que por tu propia espada. Cuando leo Salter me da la impresión que viene a decir: "Si sólo pensáis en conservar vuestro bienestar, el bienestar os destruirá". Sin el riesgo y la cantidad de trabajo que comporta defender el significado de cada palabra y cada acción importante, la persona se consume, como ahora se consume la política catalana.
En China, el activista Wu Gan ha sido encerrado por sedición y ha declarado: "El hecho de que un régimen dictatorial se me declare culpable es un premio, un trofeo dorado que sólo pueden tener los guerreros de la democracia, la libertad y los derechos civiles". En Catalunya, Puigdemont ganó unas elecciones prometiendo a los electores que devolvería de forma unilateral y ahora no descarta elecciones si no es investido en el exterior. ¿Porque en China sí y en Catalunya no? La respuesta es tan de fondo que si se tuviera el talento de Salter me parece que podría explicarlo a través de las conversaciones y señales que pesco por el tuiter.