Quien ha perdido de verdad las elecciones regionales de Castilla y León ha sido la ética. Como otras sociedades enfermas del mismo mal en el mundo occidental. Sean cuales sean los resultados electorales, no aislar a la extrema derecha, aquellas formaciones que quieren a los demócratas callados o liquidados, incluso al precio de renunciar a gobernar, es un imperativo ético tan básico del cual nadie habla.
Los análisis postelectorales desde el domingo por la noche, con menos o más alegría, dan por descontado que Vox formará parte del gobierno en Valladolid. La communis opinio lo da por hecho, como la cosa más natural del mundo. Lo sería, pues, en una democracia, cuando las elecciones —por suerte no se ganan por mayoría absoluta— obligan a las fuerzas políticas a toda clase de pactos de legislatura o de gobierno, incluso, de los que son tributarios de la geometría variable.
De todos modos, en la Europa Occidental —al Oriental los populares de extrema derecha reinan desde hace tiempo en Polonia y Hungría— no todo es perfecto. En Noruega y Dinamarca, consideradas socialmente y políticamente modélicas, la extrema derecha ha entrado durante una legislatura en los respectivos gobiernos a mediados de la pasada década. Italia, sin contar a Berlusconi, fue feudo de la extrema derecha y de una macedonia antisistema, que estuvo a punto de hundir a los transalpinos. Suecia, con un pacto exprés, y los Países Bajos, con uno tácito, han mantenido los extremistas de derecha de todo tipo fuera de sus gobiernos. Buenos ejemplos, estos últimos.
Con todo, la gran contenedora de la extrema derecha, filonazi, antisemita, antiislamista, antifeminista, ha sido de palabra y de obra la excanciller federal Angela Merkel. No solo para llevar a cabo una política favorable a una inmigración masiva, pero ordenada. Se dijo, seguramente con bastante razón, que era una política de necesidad en un país, como el resto de nuestra Europa, envejecido. Puede ser.
Pero el impulso definitivo para mantener sanitariamente fuera de las instituciones a los bellacos de la extrema derecha y sus inmorales bellaquerías fue el puñetazo sobre la mesa de Turingia. A las elecciones estatales del 2020 los cristianodemócratas, el partido de la canciller federal, pactó con los filofeixistes de Alternativa por Alemania con el fin de construir un gobierno de coalición presidido por el liberal Thomas Kemmerich. Duró 24 horas.
El lío de los democratacristianos les supuso un estruendo, ya que decían que no podían pactar con extremistas ni de derechas ni de izquierdas. Ahora bien, como el partido mayoritario en aquel land era Die Linke, considerado extremista por los que habían olvidado el extremismo en su pacto anterior. Después de una fuerte tormenta, acabó dimitiendo la secretaria general de los democratacristianos, Annegret Kramp-Karrenbauer, que además estaba llamada suceder a Merkel como candidata a las elecciones federales del septiembre pasado. No hay que recordar la derrota que sufrieron con un baile de candidatos a dirigir un partido desgastado y herido.
La lección ética. A pesar de los daños que una decisión correcta desde el punto de vista de los valores básicos de la democracia pueda reportar a quien la toma, la salida ética es tomarla. No hay soluciones éticas a medias. La ética se da o no se da: no es una corbata de longitud variable según la moda.
Más grave todavía es que no se hable, al analizar los resultados electorales de ayer, de que, lo que realmente ha pinchado ha sido la ética política
En España, con un sistema político donde la ética aparece muy de vez en cuando, nadie ni siquiera se ha planteado que el PP se plante y lidere, como partido ahora mayoritario en Castilla y León, un pacto sanitario para aislar a Vox. Después de escenificar un simulacro negociador con los representantes electos de las provincias vaciadas, se prevé que cierre un gobierno de coalición con el partido más antidemócrata del sistema político español. Sin mover una pestaña, sin tener el alma en un hilo. Confirmará toda su deriva trumpista, de mentiras de padre y muy señor mío —como decir que estaba en marcha una moción de censura en Valladolid—, captura ilegítima de votos, maledicencias por todas partes... Eso, sin exageración, es una patada en el cielo del paladar de la democracia. Comporta, además, proseguir rodando por una pendiente hacia una crisis insoportable del sistema, de consecuencias imprevisibles. Sin embargo, más grave todavía, mucho más grave, es que no se hable, al analizar los resultados electorales de ayer, de que, lo que realmente ha pinchado ha sido la ética política o, tout court, la ética.
Después, si hacen el favor, que no nos vengan con lecciones.