Primer domingo de agosto. A las 14:30 h, en la rampa que lleva a la puerta de la prisión de Lledoners estamos a 39 ºC. Llega un autobús lleno con las visitas del domingo. Familias enteras que vienen a ver al padre, un hermano, el hijo... Nosotros estamos en la cola para acceder, como todos ellos. A mi lado están unos amigos de Josep Rull, que me explican que puede entrar papel y bolígrafo. "En Estremera no se podía", comentan, mientras hacemos tiempo para mostrar el DNI. "Intentamos que siempre venga uno u otro a las horas de visita". Quieren que no se sienta solo. Más adelante, está el hijo mayor de Jordi Cuixart, con su madre. Es la primera vez que viene a verlo a Lledoners. A Estremera iba cada mes y medio.

Prisión Almeces - G_L.

La prisión de Lladoners, donde está internado Forn junto con seis líderes independentistas más

Y cuando las agujas del reloj pasan de las 15 h, llaman: "Forn", y nos ponemos a la cola para pasar el segundo control. Atravesamos una de las pasarelas alzadas y, después de bajar unas escaleras, cruzamos uno de los patios de la prisión.

Entramos en el área de comunicaciones. Un laberinto de locutorios de cristal. Nosotros pasamos por un pasillo y los presos por otro, pero se intuyen perfectamente sus siluetas. La primera que distinguimos es la de Jordi Cuixart. Lo vi entrar el 16 de octubre en la Audiencia Nacional y desde aquella imagen ya no he tenido ninguna más de él. Su reacción es impactante, levanta los brazos como siempre lo hacía en las manifestaciones para saludar, con los ojos brillantes y un gesto de fortaleza que impresiona.

El locutorio 19

A mayor distancia vemos a Quim Forn, que nos hace señales y va diciendo "diecinueve" para que vamos hacia el locutorio que nos han asignado. En la entrada, es como si nos invitara a sentarnos en su casa. Controla cada movimiento y cada espacio. Coge el teléfono y nos acerca su mano al cristal. Y nosotros también. Sonrisas y la pregunta obvia: "¿Cómo estás?".

Está más delgado y tiene la piel más oscura por las horas de sol. Está bien. Fuerte. No lo disimula. "Todo el mundo tendría que pasar un tiempo en la prisión", dice, mientras se ríe.

"Aquí nos ha cambiado la vida con el tema de las comunicaciones", explica. No tiene nada que ver con Estremera: "Aquello era una tortura". Dice que todo lo que veían en los medios los "deshumanizaba" y lamenta cómo puede ser que la gente se lo crea.

"Aquí estamos todos juntos. Estamos bien", dice. "Se come mejor, la comida es mejor", explica entre risas.

Tenemos 40 minutos de conversación distendida por delante. Vamos saltando de un tema al otro. Desde las rutinas en la prisión —donde come con Raül Romeva y Jordi Sànchez porque Jordi Turull y Josep Rull hacen el turno de la cocina y, por lo tanto, comen antes— o del equipo de baloncesto que han formado los siete presos, todos los mencionados más el vicepresident Oriol Junqueras, hasta el momento actual de la política.

"Volví [de Bruselas] por los Mossos"

Quim Forn no se arrepiente de haber vuelto de Bruselas, aunque el 2 de noviembre la jueza de la Audiencia Nacional Carmen Lamela lo enviara a la prisión y el juez del Tribunal Supremo Pablo Llarena nunca haya considerado la posibilidad de dejarlo libre. Forn se marchó con el president Carles Puigdemont y parte del Govern al exilio la noche del 27 de octubre. El día 31 recibió la notificación de la Audiencia Nacional para ir a declarar y el día 2 aparecía con el resto de los consellers en Madrid. Él y la consellera Meritxell Borràs fueron una presencia inesperada. "Volví por los Mossos", explica a El Nacional. Forn no veía claro irse al exilio y dejar ante los tribunales a la cúpula política de Interior ni al mayor Josep Lluís Trapero y la intendente Teresa Laplana. Trapero y Laplana ya habían declarado el 16 de octubre en la Audiencia Nacional y Lamela finalmente los dejó en libertad. Pero la fiscalía pedía prisión y pronto llegaron las citaciones y los procesamientos para los hombres de confianza del conseller: Cèsar Puig, secretario de Interior, y Pere Soler, director general de la Policia. Todos ellos están ya pendientes de juicio, que no se espera que se celebre antes de que se sienten en el banquillo de los acusados los consellers y los miembros de la Mesa del Parlament.

"No tuve mucho tiempo para pensar. Mirándolo bien, hubiera podido quedarme aquí el fin de semana y pensarlo todo más fríamente, pero me marché y después decidí volver para asumir mis responsabilidades como conseller de Interior", explica. Forn entró en prisión el 2 de noviembre, y, aunque ha renunciado a todos los cargos políticos, no lo han dejado en libertad por el riesgo de reiteración y por| el riesgo de huida. Ni siquiera cuando el resto de consellers salieron de la prisión. Quim Forn lleva el mismo tiempo que Oriol Junqueras entre rejas.

"Estaremos unos cuantos años"

"Creen que me marcharé a Alemania", dice medio sonriente. De hecho, en 40 minutos nos hemos reído y no hemos llorado porque, ¿quién tiene derecho a llorar cuando detrás del cristal hay tanta fuerza y las ideas tan claras?

"Estaremos unos cuantos años", afirma, sin problemas, mientras explica que ahora lo más importante es el juicio. "Estamos preparando el viaje a Madrid", dice con total naturalidad. Todas las declaraciones que han prestado han sido a puerta cerrada y nunca nadie, excepto los abogados, el juez, al fiscal, el abogado del estado y VOX, los han oído. Su mensaje lleno de fuerza te llega cuando tienes la oportunidad de hablar con ellos, aunque sea a través de un cristal, y de oír sus argumentos irrefutables. Se vislumbra un juicio con grandes oradores defendiendo los derechos de todo un país durante la vista, que podría llegar a finales del otoño. Será un juicio político, al menos la línea de defensa será esta. No hay ninguna otra opción. "¡Saldremos adelante!", exclama Forn con su bondad y con una sonrisa optimista, pensando en los que están dentro de la prisión y en todo el país. Tiene claro que hay salida.

Sin cambios en la fiscalía

Forn hizo un cambio de chip en el mes de marzo. Vio claro que no saldría de prisión antes del juicio y que una vez hubiera condena sería larga. Y, por tanto, acepta la estancia en la prisión con la cabeza fría y centrado en el país y en buscar la solución de la situación. No ve cambios en la fiscalía desde que Pedro Sánchez gobierna España. "Hablas con ellos y son cordiales, pero después dentro de la sala, cuando pides la libertad, te dicen que, por el tiempo que falta para ir a juicio, que ya defenderás allí tu libertad". No tiene mucha esperanza de que la fiscalía retroceda ni un centímetro y los acabe acusando de sedición en lugar de rebelión —también se los acusa de malversación—.

De repente, nos dice que nos apresuremos en decir lo que no nos queramos dejar porque el tiempo se acaba y se cortará la comunicación. Y al cabo de un rato dejamos de oír su voz. Nos decimos adiós con la mano plana sobre el cristal y salimos corriendo para mirar si todavía estamos a tiempo de volver a ver a Jordi Cuixart y a Josep Rull. Y sí. El uno levanta de nuevo los brazos y el otro muestra una sonrisa tímida mientras se despide.

Y salimos. Con aquel sentimiento de rabia y de estar ante una injusticia que no siempre se puede trasladar a los artículos periodísticos cuando se habla de hechos, pero que sí puede aparecer en las crónicas más personales. Regresamos a los 39 ºC a la puerta de Lledoners y al camino amarillo que nos lleva a otra realidad.