Es una evidencia que la monarquía española atraviesa el momento de máxima debilidad desde la muerte de Franco, pero lo que más sorprende son las actitudes públicas a la defensiva adoptadas por el rey Felipe VI como si la institución se sintiera amenazada y fuera necesario asegurarse los apoyos. Y ya se sabe que cuando alguien se siente inseguro, es cuando comete los peores errores.
El sábado se produjo un hecho especialmente significativo que dice mucho de la estrategia de la Zarzuela. Todo el mundo sabía que buena parte de los aficionados del Barça iba a silbar al rey y al himno español. Y qué hizo el rey? Ponerse una corbata con los colores del Sevilla FC. No es un hecho anecdótico, ni una casualidad. Todos los movimientos y las indumentarias de los miembros de la realeza están siempre milimetrados. Que el rey llevara aquella corbata fue una decisión política premeditada que pretendía con un guiño granjearse la complicidad de los aficionados andaluces con la corona.
Esto significa que Felipe VI confunde los aficionados al Barça con el conjunto de los catalanes soberanistas y republicanos y que da por perdido su apoyo. Considera que ya no hay que hacer ningún esfuerzo para seducirlos e incluso prefiere ofenderlos si esto le garantiza el apoyo andaluz. Es, más o menos, el mismo planteamiento que ha realizado el PP. Ganar votos en el resto de España con una política y un discurso anticatalán. Esto es lo que denota un comportamiento partidista o electoral por parte del rey que resultaría insólito en las monarquías consolidadas del norte de Europa. Está claro que el apoyo de Andalucía es imprescindible para que la monarquía perdure. No en vano es la comunidad más poblada de España y tiene una tradición republicana que en la Zarzuela también debe valorar ahora como una amenaza.
En cualquier caso, la ocurrencia no podía resultar estratégicamente más errónea. De entrada, porque ofende a los aficionados azulgrana que no son catalanes ni soberanistas, es decir, los de toda España, que son muchos. También ofende a los aficionados del Betis, que se llevan a matar con los sevillistas; pero lo peor de todo, el error monumental del monarca fue que, a fin de cuentas, tras un contundente 0 a 5 el rey salió derrotado del estadio. Cuando los reyes toman partido, comienza la cuenta atrás, porque tarde o temprano llegar el día en que pierden. Es una constante de la dinastía borbónica.
La verdad es que tras el relevo casi clandestino que se tuvo que realizar sustituyendo a Juan Carlos I por Felipe VI a raíz de los casos de corrupción que afectaban a la empresa familiar, todo ha ido a peor. La debilidad de la institución monárquica queda patente ahora más que nunca con las patéticas campañas de promoción mediática —como el ridículo vídeo navideño— y sobre todo con las maniobras represivas contra las expresiones de carácter republicano antimonárquico. Es bastante conocida y ha sido comentada la condena a tres años y medio de cárcel para el rapero Valtònyc, pero no hay que olvidar el secuestro y la multa a la revista El Jueves por un chiste o los 800 euros de multa a un hombre que opinó en su página de Facebook que Juan Carlos I era "corrupto y mal nacido".
A pesar de que el Tribunal de Derechos Humanos ha sentenciado que quemar fotografías del monarca es un acto de libertad de expresión, los partidos monárquicos y el PSOE se han negado a despenalizar las injurias al rey. Tanta protección, más propia del rey de Marruecos que del presidente de Estados Unidos, solo se justifica por el miedo que quizá esté justificado. El nuevo monarca ha tenido escenas de protesta como nunca había tenido su padre; la nueva reina no ha terminado de ganarse las simpatías del público y las banderas republicanas ya están presentes en cualquier movilización de protesta en toda España.
El mantenimiento de la monarquía es ahora mismo lo que impide llevar a cabo ningún tipo de reforma constitucional que modernice las estructuras del Estado español. Cualquier reforma que se plantee con un mínimo de ambición abriría el debate sobre la forma de Estado y el referéndum sería inexcusable. Adolfo Suárez ya reconoció que en la transición se evitó que los ciudadanos ratificaran en las urnas al rey designado por Franco, porque las encuestas vaticinaban una derrota. Ahora el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) ha optado por no preguntar sobre la monarquía, se supone que para evitar disgustos a su majestad.