La cárcel está concebida como un lugar misterioso y obsceno, por eso consiste en una caja ciega donde todo lo que ocurre, en secreto ocurre, en especial para la sociedad que la financia pagando impuestos. De ahí que el interiorismo del trullo estimule el sadismo fanático de los carceleros y fomente la invalidez permanente de los cautivos. Un ser humano que ha sido secuestrado, legal o ilegalmente, se llame Maria Àngels Feliu o Jordi Cuixart, nunca vuelve a ser la misma persona, y nunca más se quita de encima la experiencia incomunicable de la muerte en vida, de la propia fragilidad de cristal ante la crueldad del vigilante que le está torturando de manera profesional. Antes de cenar y de irse al cine. Y es que la privación de libertad es una tortura para cualquier ser vivo pero también lo es la destrucción de la dignidad humana y, por encima de todo, cuando la cárcel se transforma en un formidable yunque donde se desploman todos los martillos de la inhumanidad. El presidio existe en todo el mundo porque funciona muy bien, por eso se encarcela a la gente. Porque allí dentro el reo se transforma para siempre jamás en un individuo asustadizo, escaldado, amputada cualquier tentación de disidencia, de libre albedrío, de discrepancia o de protesta. Se le destruye. O, si lo preferimos, destruyen a la mayoría. Una persona que haya pasado años en un agujero, con todas las excepciones que ustedes quieran, habrá experimentado en primera persona en qué consiste la tan vanidosa condición humana, en especial, la parte oscura de esa condición humana. Un secuestrado pronto se dará cuenta de la vigencia cotidiana del sadismo camuflado dentro de las personalidades que parecen más respetables y civilizadas. Un secuestrado pronto identifica en el propio cuerpo el odio y el fanatismo que se asemeja demasiado al 0dio y al fanatismo antropológicos que vienen directamente de la antigua prehistoria, de los prehumanoides, y que cristalizan en fascismo. La cárcel es una escuela de animalidad y fascismo que se te tatúa por dentro y, a veces, también por fuera. Quizá por eso se ven tantos convictos decorados con la cruz gamada. Y por eso los democráticos soldaditos americanos también cometieron torturas en Irak y allí donde los quieran destinar, porque la tortura ya va en el ambiente, porque entre barrotes el sadismo, la humillación, la violencia, la sangre, hacen juego con la exclusiva decoración de las celdas. El Marqués de Sade estaba encarcelado en la Bastilla pocos días antes de la toma de la fortaleza, el 14 de julio de 1789. Quizás no existe un lugar mejor donde entender y escribir sobre el mal gratuito y la crueldad humana, sobre la destrucción de la personalidad de un individuo como juego de sociedad. Goya, Picasso y Bacon también lo corroboran, con imágenes.
Cuanto más días pasan más manifestaciones de los antiguos presos políticos estamos oyendo, más declaraciones vergonzosas que irritan a cualquier independentista con dos dedos de frente. Es más o menos como cuando oyes a un abuelo que había sido sabio y ahora va por el mundo chocheando. Es como si nos impusieran un rock. El rock de la cárcel, y deberemos acostumbrarnos. Y no es que la capacidad de persuasión del Gran Inquisidor Marchena haya aumentado desde aquél lastimoso juicio supremo. Lo que ha pasado es que el jarabe de palo ⸺metafórico, ¿verdad? ⸺ administrado dentro de las mazmorras ya está produciendo el efecto previsto. Ahora ya no trabajan ni trabajarán por la independencia porque todos los presos políticos vienen a decir lo mismo, que se desdicen, que dejemos correr el proyecto de independencia. No falla ni uno. Ninguno ha salido más independentista de lo que entró. Todos proclaman, con matices diversos la misma nueva verdad, redentora. Todos siguen el patrón, el cliché descrito por aquel prodigioso sabio llamado Michel Foucault en su libro Vigilar y castigar. También en su seminario La sociedad punitiva. Nuestros presos ya no son presos políticos, ahora sólo son un cliché. Gracias al mecanismo del panóptico, los presos han sido profundamente transformados. Constantemente observados por los guardias dentro de la cárcel, al final, el castigo de privación de libertad ha acabado provocando el sometimiento del espíritu, el desgarro en el alma de los esposados. “Se os va a acabar el cuento” dicen que les aseguraron al llegar al presidio y parece que acertaron. El prisionero, obsesionado porque siempre le vigilan, acaba interiorizando la mirada del vigilante. Al final el funcionario de prisiones acaba siendo el protagonista de la conciencia del preso. De modo que, sin quererlo, al final, sin darse cuenta, el prisionero acaba vigilándose a sí mismo. Examinando la propia conducta. De tanto controlarte al final tú ya te controlas solo. “¿Estamos dispuestos a asumir que nuestros hijos vayan a prisión?”. “Porque quienes sufren más la cárcel son los padres”, dice ahora Cuixart. Y ahora Carme Forcadell afirma que la vía unilateral creó “dolor y frustración”. Dolors Bassa añade que “con la información que tengo ahora, no volvería a repetir el referendo”. Jordi Sànchez, por su parte, reconoce que no volvería a subirse sobre un coche de la Guardia Civil. Un gesto, recordémoslo, que no pretendía enardecer a las masas, sino enviar a todo el mundo a casa. (Continuará)