Es gracioso observar en las portadas de hoy el esforzado braceo de los diarios para hacer pasar con titulares viriles y altisonantes, las argumentaciones de la defensa como un "alegato político" o "línea dura". Gramsci pensaba que tutto è politica y Maurras, al otro lado, hablaba de la politique d'abord. Pero las defensas hablaban de la vulneración de derechos fundamentales, que pueden distinguirse fácilmente de "la política". Quizá quien lo mira con las anteojeras de la política son los mismos diarios, que piensan que todos son de su condición.

Sería gracioso si no fuera tan penosa la lectura de las crónicas en que se originan —con esta excepción (lástima de titular) y esta otra—, que explican muy poco de lo que en concreto dijeron los abogados de los encausados —sus razones, su hilo conductor, su estrategia—, perdidos en una maraña de apuntes superficiales y de interpretaciones, escritas en un estilo a medio camino entre la retórica áspera de un atestado aduanero y el palique castizo del arriero. De crónicas tan perezosas no puede salir una portada a la altura.

La gran mayoría de informaciones de la vista parece una sarta de impresiones planas, que presenta a los letrados de los acusados consumiendo el primer día del juicio al procés en frases vacías y gastadas de mitin encendido, o en comentarios fanáticos y parciales de tribuneros en un partido de cuarta regional. Así suenan los titulares de casi todas las portadas.

Mientras los corresponsales recuerdan que el fondo de la cosa es la peor crisis constitucional de la democracia española, la mirada torcida de muchos cronistas locales se fija, por mencionar dos casos, en si Junqueras saluda o no a Torra o que Andreu Van Den Eynde bebía "de una cantimplora [era un termo, sic] evitando el agua puesta por el Tribunal, un momento que evocó el Brasil-Argentina del 90, cuando los argentinos ofrecieron agua a sus rivales, drogándolos". Así se escribe, jijíjajà, sobre un juicio a nueve consellers, la presidenta del Parlament y los Jordis, a los que se piden más de 200 años de prisión. Esas burlas suenan a desesperación o revancha, a desidia o frivolidad —o a alguna emoción visceral, en medio de esas que es difícil de describir.

Periodismo de Estado

Van Den Eynde citó ayer más de veinte sentencias del Tribunal de Justicia de la Unión Europea, como queriendo recordar a los siete jueces del Supremo cuál será el metro con que sus colegas europeos medirán el procedimiento y la sentencia —hasta de eso  se queja un cronista porque "hay quien no se resigna a ponerle un escaparate a sus conocimientos". Por suerte no dice que pretendía intimidar al tribunal. Jordi Pina hizo un inventario minucioso y extenso de los hechos que, a su parecer, han restringido los derechos y libertades de sus clientes. Etcétera. De toda esta sustancia, poco: "alegato político" y "línea dura". Qué pena.

La impresión que queda, seguramente errónea, es que los meses  del juicio servirán a los diarios para salvar la cara del periodismo de Estado y mantener las mistificaciones fabricadas el último año y medio con su colaboración, presentando el independentismo como una rebelión violenta contra los derechos y libertades "que nos hemos dado", etcétera. Todo en sincronía con el relato que ha pasado del Gobierno y las fuerzas de seguridad a los fiscales, de los fiscales a los instructores y de los instructores en la Sala Segunda. Muchos diarios y periodistas, hoy, actúan como el magistrado Pablo Llarena, que se incluye como víctima en varios autos que ha firmado en su instrucción. Queda una esperanza: es difícil que todo empeore.

Foto: La Ley triunfando sobre el mal (1920), fresco de Marceliano Santa María Sedano en el techo de la sala del Tribunal Supremo donde se celebra el juicio del procés.