Manuel Marchena preside el tribunal que juzga el procés.

Con todas las miradas encima, el magistrado tiene un ademán atento y quiere ser impecable. Quiere ser el más justo. Después ya veremos su contundencia en la sentencia. Pero ahora, y delante de las cámaras, Marchena es un juez proactivo que no deja pasar ni una a las acusaciones y que muestra una cierta permisividad a los presos.

Da el doble de tiempo a los abogados para hacer sus intervenciones según la jurisprudencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, que sobrevuela permanentemente la sala. Deja que las familias les puedan ir a ver en algún receso en la sala donde están recluidos en el Supremo. Deja llevar lazos amarillos a los acusados. Y en el momento de argumentarlo llevaba la jurisprudencia preparada y aprendida.

No cortó el discurso político de Oriol Junqueras, aunque advirtió que no quería mítines. De hecho, los siete magistrados que juzgan la causa del procés estuvieron en silencio e impertérritos y en ningún momento lo interrumpieron, sino que se limitaron a escucharlo atentamente, y sin hacer anotaciones de ningún tipo.

Marchena ha accedido a que los presos se sienten con sus abogados. Aunque tendrá que ser detrás de ellos, porque por el gran número de defensas, al lado no caben.

Lo que no ha autorizado es la traducción simutània y ha alegado temas técnicos. De hecho, dijo que no había auriculares para todo el mundo. Y es que en una sala de plenos de hace 200 años, la tecnología cuesta de adaptarse. Las traductoras, dos chicas que compartieron espacio con la prensa durante todo el día, admitieron que un juicio con traducción consecutiva no era lo mejor y que entendían que ninguno de los acusados hiciera uso de ella.

Manuel Marchena se mostró especialmente severo con la fiscalía y la Abogacía del Estado: 

Y con Vox, por supuesto. Y más estricto que tendrá que ser, porque su condición de partido político con la campaña de las elecciones generales a la vista, todavía complica más el papel de esta acusación particular y de Manuel Marchena, que tiene que hacer de árbitro.

Incluso el público recibió:

Marchena no quiere problemas. Se quiere mostrar justo y estricto. Impecable. Para evitar desajustes de forma y posibles males mayores si el caso acaba, como parece lo más probable, en el Tribunal Europeo de Derechos Humanos.

Y es que Manuel Marchena ya ha estado bajo la lupa del TEDH por el caso Garzón. De hecho, Marchena participa en las tres causas contra el juez Baltasar Garzón en las que acabó inhabilitado. Garzón recurrió a altas instancias para recusar y tumbar las sentencias e instrucciones de Marchena, su verdugo judicial.

Marchena, el camaleón

Marchena accede a la judicatura como fiscal y el año 2007 fue designado por el Consejo General del Poder Judicial magistrado del Tribunal Supremo. Su carrera es meteórica a partir de 2012.

Y es que el magistrado era el presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial que querían PSOE y PP y que no se escondieron de hacerlo evidente.

Los mensajes de Whatsapp de Ignacio Cosidó, donde se hacía evidente que "controlando la sala segunda por detrás" podían controlar el juicio del procés, frustraron las expectativas de tener un presidente del Consejo General del Poder Judicial que ha sido camaleónico con los gobiernos del PSOE y del PP.

Los mensajes evidenciaban, además, la mano política en la elección del máximo responsable del poder judicial, que tienen que escoger los vocales, unos vocales que aún no ha escogido nadie.

Eso provocó la renuncia de Manuel Marchena, que, en medio de la polémica, emitió un comunicado renunciando a la posibilidad de ejercer el cargo, aunque ha quedado como presidente de la sala segunda del Tribunal Supremo que juzga el procés.

La sombra de duda sobre la independencia judicial de Marchena sobrevuela la sala de plenos donde se hace el juicio, y hace que el magistrado sea escrupuloso en todos sus movimientos y todas sus palabras. El mundo lo mira. Y el Tribunal Europeo de los Derechos Humanos, también.