Hoy es el día n eque algunos diarios han decidido ya rebasar la fase de fiscalía (o de defensa) mediática y ejercer directamente de tribunal de papel, otorgándose el papel de jueces del Supremo para dictar sentencia según su sesgo. Se ha visto estos últimos días. Los testigos que no encajan en la sentencia de esos tribunales impresos son despreciados —desaparecen de los titulares— y los que suman en favor de su juicio previo —o prejuicio— son ensalzados en primera página. Es lo que hacen, al resumir la sesión de ayer, El Mundo, ABC y La Razón, por una parte, y El Punt Avui por otra. Ambos lados sentencian un proceso al que todavía le quedan semanas de vista sobre la base de un único testigo, la secretaria judicial Montserrat del Toro, que es sólo uno, por muy "clave" que lo pinte el tabloide monárquico.

La mayoría de los medios intentan ordinariamente averiguar los hechos limpios y desnudos y procuran no sacar conclusiones más allá de lo que es evidente, obvio o lógico. En este sentido, decía  Walter Cronkite, mítico presentador del telediario noche de la CBS entre 1962 y 1991, "el hombre más fiable de América": "Si camina como un pato y canta como un pato ¡es un pato!". Pero no es lo mismo deducir del miedo de la secretaria judicial a salir del Departament d'Economia el 20-S que los Jordis promueven un "falso pacifismo", que se trataba de "falsa violencia" o, por el contrario, de una "prueba de violencia".

Todo eso es más típico del género panfletario o de un cierto activismo. Tiene muy poco que ver con la información. ¿Qué diríamos si a los partidos de fútbol se pitaran según las protestas del público o el jaleo de la tertulia de Pedrerol? Sería cargarse la competición. Eso no quiere decir que los aficionados —o los tertulianos de Pedrerol— no entienden nada, sino que el gentío que acude a los estadios lo hace para ver ganar a su equipo, y es esa misma actitud la que los inhabilita como árbitros, por muy buenas personas y doctos que sean, y por mucho que estén en el mismo estadio que el árbitro, que sale al campo con un afán bien diferente: que los equipos respeten las reglas del juego.

Sesgo a escondidas

Hay, sin embargo, una manera más sutil de sesgar los hechos en favor del propio prejuicio que muchas veces se disimula como una expresión de estilo. Según qué palabras se emplean para describir los hechos, estos quedan orientados en una u otra dirección o cargados de un sentido o su contrario. El uso del lenguaje es aquí decisivo.

Compara, por ejemplo, los titulares de El Periódico y de La Vanguardia. El diario de los Godó titula llanamente: "La secretaria judicial tuvo 'miedo' en el registro del 20-S". De este hecho puedes concluir lo que te parezca: que la funcionaria era asustadiza, que lo dice para perjudicar a los acusados, que estaba confundida, que es comprensible que se alborotara... y cualquier otra conclusión y matiz que quepa entre esas cuatro. El diario te informa de qué dijo la testigo y... tú mismo.

El Periódico, en cambio, dice que la secretaria tuvo miedo "al verse sitiada por la multitud". El verbo "sitiar" oportunamente acompañado del nombre "multitud" hace todo el trabajo: es difícil no empatizar con la secretaria judicial y pensar que, mira, pobrecita, tenía toda la razón, y qué bestias los concentrados que le causaron ese padecimiento. La cuestión, sin embargo, es otra: ¿es una descripción imparcial del gentío que el 20-S rodeaba la conselleria la "multitud" de un "sitio"? Ya puestos ¿por qué no llamarla "un encuentro festivo"?

A nadie se le escapa que aquellas dos palabras juntas tienen un deje negativo, casi de calificación penal. ¿Quién no tendría miedo de una multitud en un asedio? Todavía peor, más allá de que no es lo que dijo la secretaria judicial, la descripción deja al lector muy pocas opciones para hacer su valoración y el relato que se desprende de ellas es, exacto, el que ahora mismo imaginas. Mejor si no te haces mala sangre.