Su retorno acaparó flashes y titulares, pero desde que disfruta del tercer grado penitenciario, Oriol Junqueras ha pasado más horas lejos de la luz de los focos que sobre el escenario. Tras el telón, el presidente de Esquerra Republicana ha exprimido cada uno de los segundos fuera de prisión para hacer compatible la vida en familia con la misión trepidante de impulsar a Pere Aragonès a la presidencia de la Generalitat.
Los republicanos se han entregado a lo que ya han bautizado como efecto Junqueras, la inyección de adrenalina que necesitaban para levantar la moral y las expectativas. Desde el partido explican a ElNacional.cat que han notado la irrupción en campaña de su tótem. "Estábamos estancados y con la salida del Oriol hemos revertido la tendencia", asegura sobre los trackings internos el director de campaña, Sergi Sabrià.
Más allá de la repercusión pública de haber recuperado a su líder en la carrera por las elecciones catalanas, el equipo de campaña resalta que de puertas adentro, Junqueras es sinónimo de esperanza, que su presencia "impregna de fuerza al equipo". No en vano ha hecho célebre la frase "trabajad, trabajad, trabajad". Ahora bien, según Sabrià, si bien es cierto que "da muchas instrucciones" también "escucha".
A lo largo de la última semana, la que ha vivido en régimen de semilibertad, Junqueras ha estado pegado al teléfono y a la pantalla para conectar con todos los cuadros del partido. A los que no ha podido ver in situ en la sede de la calle Calàbria, los ha contactado vía Zoom. Se ha entrevistado con los grandes alcaldes del territorio, pero también con el resto de alcaldes y concejales de ERC. "Ha insuflado oxígeno a nuestra representación municipal", aseguran desde su equipo. El mensaje, que ante el miedo extendido y contagioso que genera ir a votar en pandemia, toda la militancia debe volcarse para hacer campaña y movilizar el voto. Y es que ERC tiene claro que, más allá de Illa o Puigdemont, la gran amenaza el 14-F es la abstención.
La consigna es clara, apelar al voto útil, mostrar la cara amable y pragmática del independentismo, con el objetivo de seducir al electorado de izquierdas que hasta ahora ha visto con recelo y miedo el proyecto de ERC para construir una república. La estrategia es doble. Por una parte, lanzar una OPA al electorado socialista y de los comunes advirtiéndoles de que sus votos pueden acabar sumados a los de Vox para hacer president a Illa. De la otra, convencer a los independentistas de que para ganar al bloque del 155 hay que concentrar el voto en un solo partido, el que hasta ahora es favorito en las encuestas.
Desde el backstage Junqueras no se ha dedicado, sólo, a dirigir la orquesta republicana, sino que también ha cogido el teléfono para abrir líneas más allá de ERC. Lo ha hecho con sindicatos y patronal, con representantes de la sociedad civil. Y también con su aliado y a la vez rival, Carles Puigdemont.
El pasado martes, con el ruido de fondo de la batalla permanente entre Junts y ERC, decidió descolgar el teléfono para llamar al expresident. Primero no tuvo respuesta, pero un par de horas después, Puigdemont devolvió la llamada. En ese momento, Junqueras se encontraba en el Parlament, en el despacho del presidente Roger Torrent. Fue, eminentemente, una conversación personal, humana, entre dos padres de familia forzosamente alejados de los hijos, pero también comentaron el contexto electoral. En algún momento de la llamada, Junqueras aprovechó para apuntar la necesidad de encontrar sinergias para seguir ampliando y sumando aliados a la causa.
La burbuja tuitera
En una de las primeras intervenciones públicas en campaña, Junqueras confesó que no había podido resistir la tentación de volver a adentrarse a escrutar las redes sociales. Fue después de su primer mitin en Badalona, donde entró en tromba para reivindicar que ha llegado "el momento de ERC" de gobernar la Generalitat y echar "a los de siempre", en alusión al PSC y Junts per Catalunya.
La afirmación generó una cadena de descalificaciones en Twitter, donde Junqueras se ha convertido en blanco de muchas críticas, también por su apuesta por la negociación y la receta de no volver a transitar por el camino fracasado de octubre de 2017 con una DUI que no pueda sostenerse. Para aliviar el exceso de tensión en la red, uno de sus hombres de confianza lo animó a salir a pasear por la calle, por los alrededores de la sede de Calabria. Según explican, la caminata fue balsámica, pudo conversar con gente a pie de calle, sin reproches, pinchando así la burbuja de Twitter. Desde entonces ha repetido la salida ahí donde ha tenido ocasión.
Cenicienta y el tren de Joana
Hace diez días que ha empezado la campaña y Junqueras ha actuado en tres mítines, en Badalona -el día de su reaparición-, en l'Hospitalet y en Lleida. Salvo el primer día, cada vez que él ha participado, ERC ha adelantado la hora del acto. Si habitualmente arrancan a partir de las siete de la tarde, cuando ha intervenido Junqueras, todo ha ido más temprano. Por dos razones.
Entre el lunes y jueves, el exvicepresident debe volver a dormir en su celda. Por lo tanto, como en el cuento de La Cenicienta, a las ocho y media se desvanece la vida en libertad y como la carroza que se reconvertía en calabaza, vuelven a alzarse las rejas.
El soplo de aire es más duradero los fines de semana, entre el viernes y domingo, cuando los presos pueden quedarse a pasar la noche en casa. El primer viernes, Junqueras había pasado el día con sus hijos, y cuando a media tarde se volvía a marchar para ir de mitin, ellos le preguntaron si ya volvía a la prisión. El siguiente viernes, el presidente de ERC avisó al comité de campaña que no contaran con él.
Aprovechando el tercer grado, Junqueras ha salido de la prisión cada día sobre las siete y media de la mañana para poder llegar a tiempo de acompañar a los niños a la escuela. La última vez que había podido hacerlo, la pequeña, Joana, iba al jardín de infancia. Ahora está a punto de hacer seis años y más de media vida la ha pasado con el padre encarcelado. El lunes pasado, camino del colegio, ella le hizo una confesión. Cuando iban juntos al jardín de infancia, pasaban por delante de la vía del tren y cuando pasaba uno, siempre silbaba. Mientras Junqueras no ha estado, el tren había dejado de saludar, le explicó a la pequeña a su padre.