La previsión meteorológica pronosticaba chubascos para este miércoles en Bruselas, pero finalmente ha brillado el sol. Si será o no una metáfora que acabe implementando el independentismo sólo lo dirá el tiempo. De momento, este miércoles, los dos tótems del procés han regalado a las bases una imagen esperada desde hacía mucho. Carles Puigdemont y Oriol Junqueras, Junts de nou per primer cop (Juntos de nuevo por primera vez) como dice la vieja canción de Sau.
Tocaba imprimir oxígeno al movimiento, aunque las divergencias de fondo no se hayan disipado ni mucho menos. Sin reproches, según ha explicado Junqueras a la salida, después de dos horas y media largas compartiendo mesa con el presidente y medio gobierno del 1-O. De puertas para afuera, nadie ha hablado mucho. Los protagonistas han querido circunscribirlo al ámbito estrictamente personal. Si ha habido trapos sucios, se han lavado en casa, en la Casa de la República.
Se han escrito ríos de tinta sobre el inicio del deshielo entre los gobiernos catalán y español para encauzar una salida al conflicto político existente. Si hace un par de semanas los flashes apuntaban a la reanudación formal de relaciones entre Pere Aragonès y Pedro Sánchez, hoy el epicentro informativo se ha desplazado a Bélgica, donde Carles Puigdemont y Oriol Junqueras han protagonizado su propia agenda del reencuentro -apropiándose del título de la única propuesta de que hasta ahora ha trasladado la Moncloa al Govern de la Generalitat.
El vecino hostil
La expectación para volver a ver cara a cara los puntales de los dos principales partidos del independentismo, Esquerra Republicana y Junts per Catalunya, era evidentemente notable. Además del enjambre de periodistas y cámaras que se han concentrado en la entrada, una decena de simpatizantes independentistas se ha acercado a la residencia de Puigdemont para hacer el enésimo llamamiento a la unidad. Només la unitat fa la força (Sólo la unidad hace la fuerza), decían los carteles que aguantaban al lado de la estelada. La delegación de ERC se ha parado a saludarlos.
No han sido los únicos curiosos o espontáneos. Desde que Puigdemont se instaló en la Rue de l'Avocat, un vecino incómodo le recuerda siempre que puede que no comparte su ideario. Cuando han llegado las primeras cámaras, el individuo ha colgado la bandera española en el balcón. Y desde allí ha estado lanzando improperios. A la llegada de Junqueras, durante el momento de la fotografía, ha bajado a la calle para seguir renegando. Nadie le ha hecho caso. Y se ha ido por donde ha venido.
Ciertamente, la cita en Waterloo tenía un componente humano imperante. El necesario encaje estratégico tendrá que esperar a próximas reuniones, con un componente más político, y con más explicaciones públicas que las que ha habido hoy.
Junts de nou
per primer cop,
poder continuar
o tornar a començar,
però tant se val,
avui pot ser demà
i riure pot ser plorar.
Junts de nou,
passem lentament
les hores que encara ens quedaran
per compartit
moltes nits plegats
que mai no es perdran.
No sé fins quan
haurem de ser valents.
No sé fins quan, si per sempre més.
Però si demà ja no puc somniar
o no puc segur,
fes-ho per mi.
Junts de nou
tornar a navegar
lluny del temporal
sense port on tornar.
Però tant se val,
el vent ens portarà,
qui sap on ens durà?