Con Ada Colau me pasa una cosa curiosa. Especialmente cuando se pone de perfil, su cabeza me hace pensar en la de Josep Pla, cuando era mayor y llevaba boina. Veo la misma frente hiperactiva, los mismos ojos mefistofélicos, la misma nariz de ave de presa, la misma boca de comodín y la misma vida interior hipersensible y tumultuosa. Veo el mismo vedetismo, y el mismo narcisismo monstruoso y enternecedor, disfrazado de falsa modestia. La misma personalidad presumida y magnética, el mismo sentido felino del escenario.
Desde el punto de vista político, Colau es como la Forcadell de los pobres. Aunque va un poco más arreglada desde que es alcaldesa, encarna a esta mujer del país que viste de pastorcilla, y que ha encontrado en la defensa de los débiles y en la denuncia de todas las injusticias del mundo una forma de princesismo alternativa. De entre las mujeres que han desembarcado en la primera línea de la política los últimos años, es de largo la que tiene más dotes de líder y la que más riesgos personales ha tomado para defender sus ideas y ser reconocida. Eso le da un aire genuino que otros no tienen.
De entre las mujeres que han desembarcado en la primera línea de la política los últimos años, es de largo la que tiene más dotes de líder y la que más riesgos personales ha tomado para defender sus ideas y ser reconocida. Eso le da un aire genuino que otros no tienen
El discurso de Colau no se agota con la unidad de España ni con la independencia de Catalunya, ni se puede satisfacer con una dedicación meramente profesional. Ni siquiera se puede satisfacer en una vida, porque la injusticia no se acaba nunca. Colau forma parte de este grupo de líderes nuevos un poco sucios y despeinados que han llegado a la política a través de los movimientos antiglobalización. La base de su éxito no es sólo la adhesión a las grandes palabras que estos sectores manejan –libertad, paz, igualdad–. También es la conexión que su humanidad tiene con el poso de insatisfacción y de rabia contra el mundo que la historia de derrotas ha socializado en el país.
La falta de poder político ha hecho que empatizar con los marginados y defenderlos haya sido una vía habitual de reconocimiento en Catalunya. Ahora que Europa también va quedando desposeída de poder, esta vía da rendimientos que eran impensables hace unos años. La capacidad para conectar con una indignación profunda, que va más allá del momento coyuntural, le ha ayudado a situarse en el centro del vasto imaginario progresista del país y actualizarlo. En el cajón de sastre de Colau cabe tanto el maragallismo, como los movimientos antiglobalización, como aquel experimento fallido que se llamó Ciutadans pel Canvi, como el barrio chino de los años treinta, con toda la tropa de escritores que venían a inspirarse en la miseria ajena.
Colau es hija única de padres divorciados de clase media. Su padre es un hippy auténtico que vive en el Cabo de Gata y su madre tiene tres hijas –una de las cuales trabaja en un fondo de inversión–, que la admiran mucho –según se pudo ver en el programa El Convidat de Albert Om. Acostumbrada a vivir en una familia poco convencional desde la adolescencia, estudió en una escuela concertada de Sant Gervasi, en la cual organizó su primera huelga. En esta escuela fue delegada de clase y conoció un profesor francmasón, de familia obrera, que la introdujo en su primer grupo político: el Movimiento de Crítica Radical.
En el cajón de sastre de Colau cabe tanto el maragallismo, como los movimientos antiglobalización, como aquel experimento fallido que se llamó Ciutadans pel Canvi, como el barrio chino de los años treinta, con toda la tropa de escritores que venían a inspirarse en la miseria ajena
En la facultad de Filosofía se implicó en la política universitaria y también fue delegada de curso. A pesar de las seis matrículas y los 16 excelentes que sacó, no acabó de licenciarse. Durante un tiempo intentó ser actriz e incluso participó en una serie de televisión pero, según dice, llegó a la conclusión de que actuar no era su fuerte. A los 27 años, cuando ya había renunciado a la fama artística, apareció en una nota breve del The New York Times. Una manifestación en Barcelona contra el Banco Mundial había dejado 39 heridos y 19 detenidos. Colau declaró: "La policía ha provocado la pelea." Antonio Baños y David Fernández también participaron en la movilización. Era junio del 2001.
Hasta la cuarentena, Colau combinó el activismo con trabajos temporales. Escribió guiones, se disfrazó de Papá Noel, hizo de figurante animado en el Museu de Cera de Barcelona. En el 2006, asistió a una conferencia de Jordi Borja, un ex-Bandera Roja con mucha influencia en el ayuntamiento de Maragall, y en el turno de preguntas lanzó un virulento ataque contra él y todo lo que respresentaba. Borja cogió aquella joven lenguaraz y no solamente se dedicó a pulirla, sino que también le dio trabajo estable. Es de esta manera que en el 2007 Colau consigue su primer contrato fijo, y entra en el Observatorio DESC, una ONG financiada por el Ajuntament de Barcelona que tuvo a Gerardo Pisarello de vicepresidente durante muchos años.
A partir de aquí la vida de la futura alcaldesa empieza a coger forma. Colau, que había flirteado con el movimiento ocupa, concentra su vocación de crítica social en el campo de la vivienda y se dedica a irrumpir en los mítines de Iniciativa disfrazada de Supervivenda. Cuando vuelve a aparecer en el The New York Times, en el 2010, lo hace denunciando que "en España, te quitan la casa pero te dejan la deuda". Son los años de los escraches, de la PAH y de los grandes debates en Tele 5 que culminan con la aparición de Colau en el Congreso de Diputados para denunciar la situación de los desahuciados.
A los 27 años, cuando ya había renunciado a la fama artística, apareció en una nota breve del The New York Times. Una manifestación en Barcelona contra el Banco Mundial había dejado a 39 heridos y 19 detenidos. Colau declaró: "La policía ha provocado la pelea"
El resto de la historia es conocida. Colau se presentó en el Ajuntament como el paradigma de la nueva política con una lista llena de viejos conocidos y ganó las elecciones. En los debates electorales se la veía muy incómoda con la crítica o las opiniones contrarias a la suya, y le salía la niña celosa de sus cosas que no dejaba que sus hermanastras le tocaran nada de la habitación. A la primera reunión del consistorio, envió al marido en representación suya, para negociar el sueldo de los concejales, cosa que indignó al resto de partidos. El marido, que trabajaba de técnico financiero en la Fundació Futbol Club Barcelona, subvencionada por Qatar, dejó el trabajo para entrar a trabajar con ella en el Ajuntament.
Colau todavía tiene que demostrar que la nueva política es diferente de la vieja, pero su prestigio es inmenso. Seguramente porque ha pisado la calle y también porque, un poco como Jordi Pujol en su tiempo, ha sabido esconder su ambición y su vanidad detrás de una aventura colectiva. Si Pujol escondía su sofisticación tras una máscara de franciscanismo y vulgaridad, ella siempre dice que es una persona normal, llora con facilidad y se pone roja con los elogios. Alguien tendría que decirle que deje de utilizar sujetadores de ropa, porque en las ruedas de prensa a veces se le marca el pezón.