Vladimir Putin recibió a Marine Le Pen en el Kremlin el 24 de marzo de 2017. La reunión tuvo lugar a un par de meses de las elecciones presidenciales, y pretendía exhibir su sintonía en temas como la oposición a la UE y la OTAN. La líder del entonces Frente Nacional, que ha recibido financiación rusa por al menos diez millones de dólares, aprovechó para trasladarle el apoyo a la anexión de la península de Crimea y el rechazo a las sanciones europeas. Sin inconvenientes, el encuentro quedó documentado en varias fotografías. Incluso era un reclamo electoral. Hasta que dejó de serlo con una brutal invasión de Ucrania hace diez días.
Esta semana se ha conocido que aquella fotografía del presidente de la Federación Rusa y la presidenta del Reagrupamiento Nacional aparecía en un folleto, de ocho páginas, editado para las elecciones presidenciales francesas de abril. Y se ha conocido que Le Pen ha ordenado destruirlo inmediatamente, detener la difusión, argumentando un supuesto error ortográfico que nadie ha sido capaz de encontrar. Se habían imprimido más de un millón de ejemplares, que ya se habían empezado a distribuir por todo el país.
Un intento de borrar el rastro fotográfico que han llevado a cabo otros dirigentes de la extrema derecha europea. Es el caso también del exministro italiano Matteo Salvini, líder de la Liga y que también ha mantenido encuentros y exhibido sintonía con Vladimir Putin. Era uno de sus fanboys más fieles, y podría haber sido recompensado con millones de petroleras rusas, según una investigación de Buzfeed. Llegó a fotografiarse con una camiseta con el rostro del presidente ruso en puntos tan emblemáticos como la Plaza Roja de Moscú o al Parlamento Europeo. La invasión de Ucrania también le pilló en una posición muy incómoda. Empezó rechazando, en genérico, "cualquier agresión militar". Acabó borrando de las redes sociales las polémicas fotografías, que él mismo había difundido orgulloso en su momento. Pero en 2022 es difícil hacer desaparecer este tipo de contenidos.
Más allá de las anécdotas, la relación entre Putin y las extremas derechas europeas ha sido muy fluida. Ha sido como una especie de padrino. Hay bastante terreno compartido. Todos ellos son ultranacionalistas, como Putin. Todos ellos son ultraconservadores y defensores de una Europa cristiana, como Putin. Todos ellos desprecian los derechos humanos y determinados colectivos, como las mujeres o el movimiento LGBTI. Incluso son compartidos los objetivos geopolíticos aunque puedan partir de diagnósticos diferentes: debilitar el proyecto de la Unión Europea en favor de una Europa más dividida, en pequeños Estados-nación soberanos. Detrás está Aleksandr Dugin, uno de los principales asesores de Putin.
Un informe del Parlamento Europeo, aprobado el pasado febrero, ya alertaba de que las formaciones de extrema derecha estaban "al servicio de la Rusia de Putin". Ponía como ejemplos los acuerdos de cooperación firmados por el francés Reagrupamiento Nacional, la italiana Liga o el austríaco FPÖ con Rusia Unida, el partido de Vladimir Putin, pero también los "contactos estrechos" con Alternativa por Alemania, los húngaros Fidesz y Jobbik o el británico Partido del Brexit. El documento, elaborado después de 18 meses de trabajos, advertía que Rusia "busca apoyarse en agentes dentro de las instituciones de la Unión para legitimar las posiciones rusas y los gobiernos interpuestos y presionar para que se atenúen las sanciones y se mitiguen las consecuencias del aislamiento internacional".
No sólo en Europa, también en el resto de Occidente. Varios informes documentaron las injerencias rusas en los Estados Unidos de Donald Trump. El expresidente y magnate norteamericano empezó la invasión rusa de Ucrania elogiando la "inteligencia" de Vladimir Putin por el reconocimiento de la independencia de las repúblicas autoproclamadas de Donetsk y Lugansk, pero también ha acabado reculando. Este miércoles definía la invasión como "holocausto" e instaba el presidente ruso a "dejar de matar" a los ucranianos.
Es sintomático lo que pasó en la cumbre de la extrema derecha europea que tuvo lugar a finales de enero en Madrid. Participaron, entre otros dirigentes ultras, el húngaro Viktor Orbán, la francesa Marine Le Pen y el anfitrión, Santiago Abascal. No tenían previsto abordar la cuestión rusa durante el cónclave, sobre la que pretendían pasar de puntillas. Fueron las presiones del primer ministro polaco, Mateusz Morawiecki (país fronterizo con Ucrania y Bielorrusia), las que hicieron que en el comunicado final se hiciera una mínima mención y se señalara al Kremlin por sus acciones militares, con una incomodidad patente.
Si bien no ha tenido relaciones tan publicas y notorias con el Kremlin, la extrema derecha española también se encuentra en una posición incómoda. Le ha costado tomar posición en el actual conflicto, pero viene de lejos. En un libro-entrevista con el escritor Fernando Sánchez Dragó publicado en 2019, Santiago Abascal decía que no se había reunido con el presidente ruso "por prudencia", pero subrayaba que nunca se había metido con él. De hecho, aquel mismo año, la Fundación para la Defensa de la Nación Española (DENAES), creada por Abascal en 2006, publicaba un artículo donde se le calificaba de "líder patriota", de "estadista" y del "mayor genio geopolítico", como recogía Infolibre.
Santiago Abascal también ha intentado borrar cualquier rastro, como un tuit que hizo en noviembre de 2015, citando a Vladimir Putin: "Os iremos a buscar al final del mundo y, allí, os mataremos". Enlazaba unas declaraciones del presidente ruso dirigiéndose a los responsables de la explosión de un avión de pasajeros ruso en Egipto. El líder de Vox añadía una frase en latín: Si vis pacem, para bellum (Si quieres la paz, prepara la guerra). El mensaje en Twitter ya ha sido suprimido. La cuenta de Vox también borró más de 200 tuits el 8 de febrero, en plena escalada de la tensión.
Ciertamente Vox es un partido más joven institucionalmente (no obtiene representación hasta hace tres años en Andalucía). Y, aunque haya distintas sensibilidades entre quienes venían del PP y quienes venían de la ultraderecha marginal, tiene una vocación más atlantista. La impuso a Rafael Bajardí, ex de la FAES y el PP e ideólogo de Vox. Los vínculos con el Kremlin son más indirectos. Por ejemplo, a través de HazteOír, lobby ultraconservador alineado con Vox y que habría sido financiado por el oligarca ruso Konstantin Malofeyev a través de CitizenGo. Pero, aún así, Abascal y los suyos tratan borrar cualquier rastro de putinismo. Como el resto de la extrema derecha europea. Ahora no conviene.