Como ya es una costumbre, las elecciones vascas y gallegas, una vez más, han vuelto a coincidir en la misma jornada. Si bien son comicios que se mueven en claves muy internas, por las singularidades nacionales y políticas de los dos territorios, una vez más han sido seguidas muy de cerca desde Madrid. Son un buen termómetro de la política española. A juzgar por los resultados que han dejado vascos y gallegos en las urnas, ninguno de los líderes estatales dormirá aliviado, y no será por el calor que hace en la capital del Estado. En mayor o menor proporción, todos se han estrellado contra el 12-J. Los grandes ganadores, los nacionalistas. En Euskadi suman 53 de los 75 escaños; en Galicia pasan a liderar la oposición.
Ha pasado mal recuento el presidente español, Pedro Sánchez, que ha vivido una noche electoral agridulce. Es cierto que ha subido ligeramente en el País Vasco, de los nueve a los diez escaños, y que podrá gobernar con comodidad bajo la batuta del lehendakari Iñigo Urkullu. Pero hay otra cara de la moneda: Galicia. No sólo no han construido una alternativa a las mayorías absolutas de Alberto Núñez Feijóo, sino que incluso han perdido el liderazgo de la oposición. Mientras los socialistas han retenido los 14 escaños, el BNG de Ana Pontón se ha disparado de los 6 a los 19 diputados, convirtiéndose en la segunda fuerza. El sorpasso que sólo consiguió Xosé Manuel Beiras en 2001 (y empatando con el PSdG). La mano derecha de Sánchez en Ferraz, el ministro José Luis Ábalos, ha sacado hierro, justificando que los resultados no son tan desastrosos como los del PP y Ciudadanos. "Nosotros no hemos ido para atrás; como mucho nos hemos estancado", ha defendido Ábalos.
También ha salido maltrecho Pablo Casado, que ha recibido una doble bofetada, una directa y otra indirecta. La directa, en el País Vasco, donde apartó al presidente del PP vasco, el moderado Alfonso Alonso, para imponer a su propio candidato, el ultra Carlos Iturgaiz, más de su cuerda. Ni yendo en coalición con Ciudadanos han salvado los muebles, pasando de los 9 escaños al 5 escaños. En Galicia, la mayoría absoluta de Feijóo es una victoria agridulce, teniendo en cuenta que el presidente de la Xunta es el principal opositor interno a la dirección de Génova. Tras el batacazo, Casado ha escurrido el bulto, ha felicitado a Feijóo, y también a Iturgaiz por "liderar el constitucionalismo". Su mano derecha, Teodoro García Egea, incluso se ha colgado la medalla: "El modelo Casado-Feijóo se ha impuesto al modelo Sánchez-Iglesias".
Quizás el gran perdedor de la noche es Pablo Iglesias. En primer lugar, porque su nueva marca, Galicia en Común, ha quedado directamente fuera del Parlamento gallego, donde tenían 14 diputados. Las disputas y fragmentaciones internas han sido el caldo de cultivo perfecto para ser barridos por el BNG. Ni han podido capitalizar la acción al gobierno español ni la ministra gallega Yolanda Díaz, una de las mejor valoradas del ejecutivo. En Euskadi, Elkarrekin Podemos ha perdido casi medio grupo parlamentario, pasando de los 11 a los 6 diputados. Ni siquiera suma la vía del tripartito de izquierdas, alimentada sólo por la formación de Iglesias. Él mismo ha admitido que se trata de una "derrota sin paliativos".
El listón de Inés Arrimadas tampoco estaba muy alto: no tenía representación ni en Galicia ni en Euskadi. En tierras gallegas, presentándose por separado del PP, han vuelto a quedarse bien lejos de los escaños. En el País Vasco, han conseguido entrar en coalición con el PP, pero perdiendo fuerza respecto de la que tenía el PP en solitario ahora hace cuatro años.
El único que ha tenido una pequeña alegría es el ultraderechista Santiago Abascal, que se ha beneficiado del abstencionismo y el sistema electoral vasco para obtener un escaño por Álava. En cambio, en Galicia no han tenido nada que hacer. Feijóo es el propietario único de todo el espacio de la derecha.