El Partido Popular tiene todo el viento a favor para recuperar el trono de La Moncloa. Le sopla a favor en todas las direcciones: arrastra una tendencia positiva en las encuestas desde la llegada de Alberto Núñez Feijóo a los mandos de Génova y aterriza a la convocatoria de julio con la moral por las nubes después de ganar la partida a Pedro Sánchez en las municipales y autonómicas del 28 de mayo. Los pactos firmados con Vox en ayuntamientos y comunidades autónomas hace pensar que, si hace falta, el líder del PP no dudará en apoyarse con la extrema derecha para desbancar al gobierno progresista del PSOE y Unidas Podemos. 7 años después de la última victoria en las generales, Feijóo se muere de ganas de ser el heredero popular de Mariona Rajoy al frente del ejecutivo español porque, al final, todo queda en Galicia.
De la mayoría absoluta a la nueva política
En la sala de máquinas del PP tienen grabada en la retina el último gran paseo triunfal en unas elecciones estatales. Fue en el 2011 cuando Mariano Rajoy ganó por mayoría absoluta con 186 diputados (11 en Catalunya), superando con creces la candidatura del PSOE (110), encabezada por Alfredo Pérez Rubalcaba, que arrastraba el éxito, como ministro del Interior, de haber contribuido al fin de la actividad armada de ETA. Aquel elemento resultó ser insuficiente porque Rubalcaba también llevaba colgando una losa: José Luis Rodríguez Zapatero bregó los años anteriores con una macrocrisis inmobiliaria global que se llevó la mayoría de gobiernos europeos. La deuda pública, la cifra de paro y la bajada económica en general pesaron demasiado a los socialistas, que cayeron derrotados por el Partido Popular, que posteriormente aplicaría un severo plan de recortes.
Se hace muy difícil pensar que, 12 años más tarde, haya posibilidades de repetir una mayoría absoluta en un parlamento tan fragmentado. Pero la fragmentación como tal se empezó a avistar en las elecciones generales del 2015, que dilapidaron definitivamente el concepto político del bipartidismo. Rajoy las convocó en tiempo y forma, agotando la legislatura, aunque los escándalos de corrupción que habían aflorado hicieron aparecer nuevas formaciones regeneradoras, que pretendían representar lo que se llamó como nueva política. Así, a la izquierda apareció Podemos, como cristalización del movimiento del 15M, y a la derecha Ciudadanos entró a la competencia con el PP. Unos y otros arañaron una trozo importante del pastel a los partidos mayoritarios. De aquí que se acabara la mayoría absoluta del PP, que en el 2015 ganó en minoría consiguiendo 123 diputados (5 en Catalunya). La incapacidad de llegar a acuerdo con el resto de grupos parlamentarios empujó a Rajoy a volver a convocar estatales para junio de 2016.
Los grandes partidos tradicionales (PP – PSOE) veían amenazado el coto electoral que mantenían y se repartían desde la Transición, aunque los conservadores aprovecharon la repetición para concentrar el voto útil para salir del bloqueo político y vencieron de nuevo aumentando la representación (137 escaños en todo el Estado, 6 en Catalunya). Después de pactar con Ciudadanos la investidura, la parálisis política trasladó la presión al PSOE para que se abstuviera en la investidura del gallego. Tanta fue la presión que Pedro Sánchez dimitió como secretario general del PSOE y el grupo parlamentario socialista -a excepción de 15 diputados- permitieron que la legislatura empezara a rodar: Rajoy seguía avanzando, a pesar de que con poca fuerza parlamentaria.
El choque de la moción de censura
El idilio electoral del PP se empezó a tambalear cuando las denuncias por corrupción que lo asediaban avanzaron en los juzgados y empezaron a dar sus frutos. Por eso, la condena del PP por el caso Gürtel provocó un cataclismo político en el Congreso de los Diputados. Las costuras saltaron por los aires y los conservadores vieron la amenaza de cara: la oposición se armaba para echar a Rajoy mediante una moción de censura. El PSOE de Pedro Sánchez, con solo 84 diputados, sumó con todas las fuerzas de izquierdas, soberanistas, regionalistas, independentistas y nacionalistas para desbancar al PP de La Moncloa en la única moción que ha triunfado desde la recuperación democrática. A raíz de aquellas jornadas frenéticas, Rajoy abandonó la política, en favor de su sucesor, Pablo Casado.
La mayoría parlamentaria tan frágil de Pedro Sánchez y la voluntad de Esquerra para no aprobar los presupuestos propiciaron elecciones anticipadas para abril del 2019. Entonces el PP de Casado obtuvo los peores resultados en democracia (66 diputados en conjunto, 1 en Catalunya) y se quedó a las puertas del sorpasso de Albert Rivera (57 representantes). En aquellos comicios, Vox entraba en el Congreso por primera vez haciendo un buen arañazo gracias a los 24 escaños. Por primera vez, la derecha estaba ultrafragmentada en base a la competición de tres partidos.
Aun así, la obstinación de Rivera para sustituir al PP y rechazar un pacto con Sánchez, sumado a la negativa del PSOE para hacer una coalición con Unidas Podemos, abocó España a otras elecciones para noviembre. El PP recuperó terreno y se situó a los 89 escaños (2 en Catalunya), muy lejos de sumar una mayoría sólida para gobernar. Pero la tendencia a la derecha ya se evidenciaba: Ciudadanos empezaba a entrar en el túnel más oscuro (10 escaños) y Vox se consolidaba como tercera fuerza (52 escaños). El PP empezó el reagrupamiento de la derecha, absorbió a los votantes de Ciudadanos y, a raíz de la guerra fratricida entre Casado y Ayuso, ha empezado a recuperar terreno paulatinamente hasta las buenas perspectivas que se observan para el 23 de julio.