Soy fan de Masterchef. De esas fans que cada vez que les sale el momento patriótico y sacan el ejército (porque en Masterchef España, de vez en cuando, sacan el ejército) se indigesta. Soy una fan de Masterchef secesionista que el pasado domingo votó, y votó por el sí. Voy a intentar contaros una versión muy parcial de lo que ha pasado a través de la comida, confiando en que quizás la comida explica más el sentimiento de comunidad que una asamblea, aunque también las ha habido.
El pasado domingo voté en un instituto de mi barrio que permaneció ocupado por familias y adolescentes haciendo una maratón de 50 horas de voleibol todo el fin de semana. La ocupación, que no sólamente se produjo en este instituto, también en centenares de otros colegios en Barcelona y en Catalunya, tenía como objetivo proteger los espacios que iban a servir de colegio electoral el domingo durante todo el día. Los colegios estaban llenos de niños porque a nadie se le pasaba por la cabeza que podría haber violencia, yo creo que todos esperábamos ninguneo y desprecio, pero no porrazos. Tampoco pelotas de goma. Tuvimos de todo.
El sábado mi marido cocinó un guiso de garbanzos, berenjenas y cúrcuma delicioso, lo metió en un tuper, y juntos caminamos hacia el colegio para llevar un poco de cena a las familias que iban a pasar la segunda noche en el gimnasio. De camino al colegio le dije a mi marido: “qué bien, has hecho un guiso vegano, todo el mundo podrá comer”. Cuando llegamos al colegio preguntamos por los ánimos y por la mesa de la comida para dejar el tuper. Los ánimos andaban bien, la comida, mejor todavía. Nos explicaron allí en el patio que durante el fin de semana, y de manera totalmente espontánea, las vecinas habían organizado una paella popular de traje (yo traje esto, y tu lo otro), una paella deliciosa. Mi teléfono rezumaba de whatsapps informando de las zonas potencialmente peligrosas a evitar, y de las acciones coordinadas para el día siguiente en los distintos barrios de la ciudad. Lo de este fin de semana ha tenido la magia que hace posible Wikipedia, que te lo dicen hace una década y no te lo crees, que tratas de organizarlo de manera más jerárquica y no te sale. Un milagro de la autogestión colaborativa.
Lo de este fin de semana ha sido un milagro de la autogestión colaborativa
Esa noche yo no pude pegar ojo, a las 5 de la mañana estábamos convocados a proteger los colegios, porque a las 6 podría producirse un desalojo. Sobre las 4 y media empecé a preparar café para llenar termos, a las 5 llegamos al patio de recreo del instituto. Buscamos la mesa del desayuno para dejar el termo de café caliente y nos encontramos un termo gigante de café solo, un termo de café con leche, galletas, magdalenas, bizcocho, zumo. A las 5 de la mañana de un domingo. Los observadores internacionales estaban fascinados por el esfuerzo y coordinación popular, pero también por los manjares de la revolución, y hay quien de esto va a extraer el estereotipo del buen comer, yo, como feminista, me emociono, porque cuando digo que lo personal es político, me refiero a gestos cotidianos como los cuidados. Alimentar a tu comunidad no solo nutre, tambié tranquiliza, también aglutina. Eso es política.
El domingo por la mañana llegué muy pronto al colegio electoral y tardé 9 horas en poder votar. El colegio sufrió reiterados ataques informáticos, fuera éramos cientos, y dábamos prioridad para acceder al recinto a las personas mayores y con movilidad reducida. Vi muchísimas abuelas que han vivido la Barcelona tardofranquista llenas de dignidad llegar con sus bastones, con sus caminadores y con sus sillas de ruedas y salir con un gesto triunfante. Las aplaudimos a todas. Decir que estas abuelas han sido manipuladas por Puigdemont es no tener memoria, estas mujeres nacieron sin derecho a voto, han cambiado pañales y dado meriendas a muchos Puigdemont. No las tomen por tontas, porque no lo son. A estas abuelas las están cuidando y acompañando a votar mujeres migradas, no está de más decirlo.
Debido a los ataques informáticos, estuve toda la mañana de domingo sin Internet, concentrada en resistir delante del colegio para proteger las urnas y garantizar que el voto ilegal pero legítimo pudiera producirse con la máxima seguridad posible, a estas alturas ya habíamos renunciado a la normalidad. Lo normal también fue que las mujeres no tuvieran derecho al voto. Cuando lo normal se entiende como lo legal, las sociedades no avanzan, lo normal es lo legítimo, lo normal es lo pacífico. Posiblemente la excepcionalidad hizo que se sintiera todavía más como una fiesta, a pesar del frío y de la lluvia que había estado azotando toda la madrugada. Sobre las dos conseguí votar y me fuí a casa de mis padres tentada por una espalda de cordero al horno que mi madre nos tenía preparada. Primero come, me dijo mi madre, luego ya lo que sea. Yo todavía no había visto las imágenes más duras, pero ella sí.
Yo lo que quiero es una república feminista en Catalunya, hermanada con el resto de pueblos de España; pero a falta de eso, de este jodido unicornio político, mi corazón se va con el sí
Lo que pasó el fin de semana en Barcelona antes de que llegara la brutalidad policial me emociona porque para mí apela a lo que también nos mueve cuando nos pronunciamos a favor de la libre circulación de personas para que los refugiados dejen de morir en el mediterráneo, apela a lo que os movió a salir a la calle durante el 15M. Yo entonces estaba en Vietnam aprendiendo a tolerar la salsa de pescado y preparada para sacar la bandera republicana. Y no hace falta que me vaya tan lejos, la semana pasada, antes la represión policial, estaba discutiendo con mi marido por primera vez en todo este proceso porque en realidad yo lo que quiero es una república feminista en Catalunya, hermanada con el resto de pueblos de España, a lo Libertarias. A falta de eso, de este jodido unicornio político, mi corazón se va con el sí. Entre una república de naciones y una república independiente puedo tener dudas, pero entre un estado represor que coquetea con ser un estado policial, y una república independiente, no las tengo, no tengo ninguna duda. Qué pena que solamente me acuerde de una película para alimentar ese imaginario libertario. Qué pena que no salgamos a la calle cuando zurran a las personas migradas, para las cuales esta violencia que hemos vivido es normal y también está en nuestras manos.
Vaya por delante que Masterchef me parece bastante problemático en sus representaciones de la feminidad, la masculinidad, la jerarquía de clase, el paternalismo hacia las personas pobres y racializadas, y todo lo casposo en general. Pero Silvia Abril y Anabel Alonso nos brindaron hace poco un momento que quiero recuperar para explicar cómo estoy viviendo toda esta mierda. En realidad, me parece bastante bien como esta edición está mostrando una gestión de la vulnerabilidad que no estoy muy acostumbrada a ver en televisión, y que nos conviene a todas. Al caso, os cuento el beef: Anabel Alonso, que es un sol de primavera que no se puede callar, se derrumbó de la presión delante del jurado de Masterchef, y Silvia Abril, que ahora mismo me representa muchísimo, percibiendo por qué su amiga estaba tan callada, se desmoronó con ella. “‘Esta se ha roto”’ dijo, “y yo me he roto con ella”. Todas las que estábamos en casa comentando el programa desde Twitter nos desmoronamos juntas. Colectivizamos la llorera, y fué un poco catártico, pero claro, una cosa es que te rompan el alma, otra cosa es que te rompan la cabeza, y otra cosa es que se te rompa el alma porque acabas de ver a una abuela sangrando porque un policía le ha roto la cabeza. Ayer hubo una huelga general donde intentamos colectivizar el dolor, pero no tuve valor de salir de casa porque estaba rota. Viendo las imágenes por internet y por televisión un cartel hizo que mi llorera arrancara de nuevo: Somos las nietas de las abuelas que pegasteis ayer.
Hoy ha ocurrido algo patético, me he enfadado con una de mis mejores amigas después de discutir en un chat de grupo, no ha sido ni cara a cara. Como os digo, patético. Me he enfadado porque he sentido que yo me he roto y que ella se ha roto, pero que ella no se ha roto conmigo. Estando en el mismo balcón yo he visto a alguien romperse y me he roto con ella, y cuando me he girado a ver si todas nos rompiamos juntas - qué absurdo, verdad?- me he sentido doblemente abandonada, ayer por el estado y hoy por mi amiga. Reprocharle a mi amiga que estoy enfadada por no romperse conmigo es chantaje emocional, y el chantaje emocional, es violencia. Es una estrategia de mierda. Hoy solo sé que también hemos colectivizado la vulnerabilidad, y como no aprendamos a gestionarla nos quedaremos solas y rotas en nuestros balcones.
Marta Delatte es periodista i directora de investigación en Liquendatalab.com