Mayo, Tahrir (foto), Tiananmen, Times, Terazije, Maidan... Las imágenes de multitudes manifestándose un día y otro en lugares emblemáticos son muy poderosas. Son una espina clavada en el régimen, una manifestación del ferviente deseo de cambio de la sociedad civil. Demuestran que el movimiento no violento es numeroso, perseverante y consolidado, y crean un reclamo para aquellos ciudadanos que todavía no se han movilizado. Aunque estas acciones han otorgado a los movimientos de resistencia civil toda una serie de ventajas, también han demostrado ser una opción arriesgada, incluso han sido contraproducentes en ciertas circunstancias.
Las plazas ofrecen un escenario de donde se proyecta un porvenir potente e ilusionante, por el cual se lucha, reforzando el relato del movimiento. Representan un microcosmos del sueño que conseguir, en el que reina un clima de optimismo y compañerismo. Se organizan debates sobre los objetivos, y los intérpretes más carismáticos entonan las alabanzas del sueño perseguido. A nivel mediático, ofrecen plataformas desde dónde proyectar mensajes contundentes que fácilmente llegan a una audiencia global.
La ocupación de plazas también es una acción de alto riesgo. Es fácil que los movimientos no-violentos no calculen bien los peligros que implica
De primer momento, parecen una iniciativa ganadora dentro de toda estrategia de no-violencia. Pero la ocupación de plazas también es una acción de alto riesgo. Deslumbradas por sus potenciales ganancias estratégicas, es fácil que los movimientos no violentos no calculen bien los peligros que la ocupación implica.
Por ejemplo, el estado chino supo aprovechar las divisiones entre los líderes estudiantiles, activistas veteranos y otros miembros de la sociedad civil que lideraban el movimiento "de los paraguas" de Hong Kong en 2017. En un caso extremo, 80 mujeres fueron violadas durante las celebraciones en la plaza Tahrir de El Cairo, la noche que Mohamed Morsi dejó el poder en Egipto. Son, por tanto, y nunca mejor dicho, un arma no violenta de doble filo.
Las plazas son un reclamo para la intervención de las fuerzas antidisturbios, que se sienten atraídas como las abejas a la miel. Los antidisturbios juegan en casa, porque han pasado su vida entrenándose para desalojarlas: su arquitectura urbana favorece las cargas, conocen las entradas y salidas, pueden utilizar elementos infiltrados para precipitar reacciones que les favorezcan, y tienen, por lo tanto, la capacidad de llevar la iniciativa.
Pero también existen numerosos ejemplos históricos en que los movimientos no violentos han sabido hacerse fuertes. Los casos históricos señalan que, generalmente, los movimientos que más han estudiado y preparado las ocupaciones son los que les sacan más rédito, como se hace en el ámbito militar.
Siempre ha sido una opción planificar acciones que reduzcan la probabilidad de cargas policiales. Cuanto más gente se concetró, más difícil ha sido para las fuerzas de seguridad controlarla. Si los movimientos no tenían previamente asegurado un fuerte quórum, hacían lo posible para hacer crecer el número de ocupantes rápidamente, mediante campañas de prensa agresivas (invitando a corresponsales internacionales, si es posible), organizando conciertos, dibujando "grafitis", atrayendo la atención de celebridades, etc. También se aseguraban la logística y el bienestar de los presentes (comida, higiene, etc.) con el fin de reducir potenciales bajas.
Ese fue el caso en Ucrania durante la ocupación de la plaza Maidan en 2014 durante el movimiento que desbancó a Viktor Yanukovich de la presidencia en 88 días. Abogados ucranianos ofrecieron ayuda legal a los activistas detenidos con la iniciativa "Euromaidan SOS". La población ofreció a los ocupantes dinero, comida, ropa, mantas y tiendas, mientras que el mismo movimiento organizó centros médicos de calidad, y cocinas con centenares de voluntarios.
En Ucrania, antiguos policías antidisturbios formaron a los jóvenes en las tácticas policiales, explicando como montar barricadas o protegerse mejor de los golpes
En ciertos casos, los manifestantes habían estudiado las tácticas de las fuerzas del orden. En Ucrania, antiguos agentes antidisturbios formaron a los jóvenes en las tácticas policiales, explicando como montar barricadas o protegerse mejor de los golpes de la policía. ¿Además, centenares de voluntarios en sillas de ruedas salieron a la calle con pancartas que decían "a mí también me dispararéis"? Se trataba, en definitiva, de diseñar acciones que dieran al movimiento una imagen de fortaleza organizativa, impactando de esta manera en los cálculos de riesgo de las fuerzas policiales.
Asimismo, los ocupantes de Maidan mantuvieron atareadas a las fuerzas policiales diseñando acciones complementarias, bloquearon trenes llenos de policía que iban hacia Kiev y ocuparon edificios emblemáticos, abriendo nuevos frentes. Una alternativa complementaria fue diseñar acciones desvinculadas de la ocupación, como boicots comerciales a empresas relacionadas con el adversario.
La estrategia, sin embargo, no siempre ha pasado por la defensa a ultranza de la plaza, hasta el desalojo del último manifestante. Por ejemplo, los opositores al régimen serbio de Slobodan Milosevic ocuparon la plaza de Terazije el 10 de marzo de 1991, pero la desalojaron a cambio que las fuerzas armadas abandonaran Belgrado. Esta victoria parcial fortaleció el movimiento, rompiendo el mito de que el adversario era todopoderoso. En lugar de enrocarse en una demanda total que el régimen nunca habría aceptado, y que habría llevado al desalojo en un momento en que el movimiento todavía estaba tomando impulso, actuaron estratégicamente. El objetivo final no era la plaza, sino la caída de Milosevic.
Del mismo modo, la reacción violenta de la policía mientras trata de desalojar la plaza puede ser también un objetivo, porque motiva la creación de una corriente de simpatía hacia el movimiento, y de aversión hacia el adversario. Esta es una de las tácticas más conocidas de la no-violencia, que Gene Sharp definió como jiu-jitsu político: utilizar la propia fuerza del adversario a tu favor.
Finalmente, si las fuerzas del orden no permiten la ocupación de la plaza en primera instancia, se puede recurrir a la argucia. Es el caso de las madres de los desaparecidos argentinos, que se manifestaron contra la junta militar que gobernó Argentina con mano de hierro de 1976 en 1983. El régimen no supo identificar el rol de las manifestantes, llamándolas "las locas", y como explica Marie Principe en el monográfico Women in Nonviolent Movements, los militares concluyeron que las mujeres no representaban ningún riesgo. Sólo podían ser madres que "se movían en el ámbito doméstico". Cuando advirtieron su importancia, ya habían consolidado su posición. Pasaron de hacer una vela por los hijos a convertirse en la imagen simbólica del movimiento, contribuyendo a provocar las elecciones que acabaron con el régimen. Su fuerza quedó poéticamente consagrada en la canción de Luis Alberto Spinetta:
Las golondrinas de Plaza de Mayo,
se van en invierno,
vuelven en verano y si las observas,
comprenderás que solo vuelan en libertad...
Para concluir, la ocupación de las plazas puede comportar importantes ventajas estratégicas por los movimientos no violentos, pero también riesgos considerables. Las experiencias pasadas demuestran que los manifestantes tienen la capacidad de reducir el riesgo siempre que planifiquen bien las acciones, y sobre todo mantengan a los suyos motivados.
Eduard Peris Deprez es especialista en estudios de la guerra y doctorando del King's College (Londres) @misterperis.