Francisco Marhuenda es, desde hace muchísimos años, un soldado de los hermanos Fernández Díaz. Si el independentismo supiera cómo se ha gobernado este país bajo el régimen autonómico, habría visto las míticas riñas radiofónicas entre el director de La Razón y Pilar Rahola como si fueran discusiones de familia -o entre empleados de la misma multinacional-, más que no como el fruto del conflicto entre Catalunya y España.
Para comprender los enfados que Marhuenda cogía en las tertulias catalanas y porque se marchó del programa de Jordi Basté, hay que tener presente que, en Catalunya, el poder es una especie de monstruo de dos cabezas. Hijo de una pescadera que con los años ha podido poner varios establecimientos en Barcelona, Marhuenda cayó del lado de los hermanos Fernández Díaz igual que habría podido caer del lado de Jordi Pujol, si la situación lo hubiera conllevado.
En 1995 se afilió al PP y concurrió a las autonómicas con Vidal Quadras, firmando como Francesc Marhuenda. Es difícil decir qué habría pasado si Aznar no lo hubiera llamado a la Moncloa, justo despues de ganar las primeras elecciones. Sus abuelos, ha contado, venían de Valencia y Aragón. Sus padres lo educaron en los valores liberales catalanistas, aunque de joven se afilió a la UCD. Ya hace años que Marhuenda va de catalán para dividir, y que se le escapan frases de un gusto discutible como que Catalunya tiene una base independentista que "ni el franquismo pudo corregir".
Aunque se le ve emborrachado de poder, es un hombre sociable y simpático, que coge el teléfono a sus subordinados a la hora que sea y que lee libros constantemente. Como siempre ha tenido claro el sitio que ocupaba en la pirámide alimenticia, no es un sectario visceral. A base de recibir insultos, no ha podido evitar ver al nacionalismo catalán como un mundo de gente ambiciosa que no escogió bien y que se consuela explotando la rabia de la gente. Si se ofende no es por motivos ideológicos, sino porque se siente maltratado e incomprendido.
Marhuenda tiene un aire de figura balzaquiana o de personaje atormentado de Charles Dickens que produce cierta ternura. La piel amarilla y brillante, los labios delgados y secos, el cabello fino y apagado, la dentadura pequeña y hacia adentro, todo lleva a verlo como un hombre frágil y tenaz, que ha buscado en el poder político el amor y la amistad que no tenía fuerza para encontrar por sí mismo. Astuto, analítico e hiperactivo, detrás de las gafas de miope tiene una mirada fría de monstruo submarino. Es un hombre que capta rápidamente qué quieren los otros y eso le permite complacerlos o tratar de manipularlos.
El contacto con el poder le ha dejado cicatrizada una mueca de asco que emerge cuando su rostro se relaja. Eso no quiere decir que no tenga sus buenos momentos. Ejerce de director de La Razón con la motivación de un niño que juega con su tren eléctrico. Tiene un despacho grande, con una colección de máquinas de escribir de anticuario y una librería con perlas de bibliófilo, muchas de las cuales dicen que se hace regalar cuando le piden un favor. También tiene una colección de ranitas, que si no recuerdo mal es la mascota de la Universidad de Salamanca. I cajas con puros de Cohiba.
Una vez coincidí con él en una tertulia en la Sexta y recuerdo que dejó caer sin mirarme, con una piedad pontifical y perdona vidas habitual en Catalunya: "Él se cree de verdad lo que dice. Pero Mas no quiere la independencia". Es una de las imágenes que a menudo me hace pensar que si conseguimos celebrar un referéndum como Dios manda, más de un periodista y político quedará horrorizado al descubrir que no es tan claro quién domina los resortes del poder en Catalunya.
Marhuenda es doctor en Derecho y licenciado en Periodismo. Empezó en el Noticiero Universal y fue uno de los pocos periodistas que defendió a Javier de la Rosa mientras estaba en la prisión, seguramente porque formaba parte del círculo que lo había protegido, junto con los hermanos Fernández Díaz y Enrique Lacalle. En 1996, cuando Aznar ganó las elecciones, dejó el escaño en el Parlament catalán para entrar de jefe de gabinete de Rajoy, que fue nombrado ministro de Administraciones Públicas. "¡Estoy en el despacho de Sagasta!", le dijo a un periodista, después de tomar posesión.
En 1999, siguió a Rajoy en el Ministerio de Educación y Cultura y, cuando éste fue nombrado ministro de la Presidencia en el año 2000, ascendió a director general de relaciones con las Cortes. En el 2001, Aznar lo hizo dimitir cuando el PSOE denunció que se había saltado la ley de incompatibilidades vendiendo un fondo de libros de su propiedad a la Universidad Juan Carlos I, de la cual ahora es profesor. Según la prensa, ganó 32 millones de pesetas con la operación y, recientemente, se ha publicado que, mientras estuvo con Rajoy, cobró sobresueldos de entre 2.400 y 2.700 euros al mes.
Protegido en Barcelona, Marhuenda enseguida encontró refugio como director de la delegación catalana de La Razón. Puso orden en la redacción y dio visibilidad al diario en Catalunya. En las tertulias catalanas encontró una manera de hacerse valer defendiendo con un coraje hasta entonces poco habitual las posiciones españolistas de sus protectores. Entre 2002 y 2006 también fue miembro del Consejo de Administración de Eurobank, que fue a la quiebra en condiciones que todavía son investigadas, y que estaba presidido por Eduardo Pascual, que ahora está en la prisión.
En el 2008, ABC decapitó por sorpresa la cúpula de La Razón, y José Manuel Lara y Mauricio Casals lo hicieron director de la edición española del diario. Con la amoralidad y la pedantería infantiloide que lo caracterizan, enseguida encajó en el ambiente mediático de Madrid. Convertido en una especie de portavoz oficioso del PP, se le ha oído decir que no se toma nunca vacaciones de tertulias porque tiene que defender la posición de sus valedores. Aun así, El Español ha calculado que su aparición constante en radios y televisiones le hace ganar hasta 13.000 euros al mes extras.
Los últimos años, con el auge del independentismo, Marhuenda se ha hartado de potenciar la imagen de una Catalunya carcomida por la intolerancia y la corrupción. En el 2014, fue imputado por publicar en su diario los DNI de 22 jueces catalanes que firmaron un manifiesto a favor de la independencia. Amigo de Rajoy, ha evitado las purgas que Soraya de Santamaria ha hecho en las cúpulas de otros diarios de Madrid. A pesar del dinero que La Razón ha perdido, y el cachondeo que a menudo suscitan sus portadas, Marhuenda no ha sido discutido.
Esta semana, la llamada Operación Lezo lo ha puesto en el corazón de una tormenta que le puede costar el sitio. Imputado por presunta coacción y pertenencia a una organización criminal, Marhuenda ha defendido su inocencia en todos los medios de comunicación que ha podido, antes de ir a declarar ante el juez. Una anécdota que me divierte porque me parece el resumen de la pintoresca situación de Catalunya en España, es que el único artículo que he escrito en castellano para un diario de papel se publicó en La Razón, bajo su dirección.
Naturalmente, me dejaron escribir lo que me dio la gana.