Sentados en la mesa, junto al equipo de abogados italianos que han llevado la causa del president Puigdemont, se alzan las copas para el brindis. La dueña de Sa Mandra ha explicado que el vino espumoso que se beberá es un blanco que proviene de unas cepas originales de Tarragona, trasladadas a L'Alguer antes de 1546, según el Llibre de les grandeses de Tarragona de Lluís Ponç d'Icard. Se llama torbat o trobat y es hermano gemelo de la malvasía del Rosselló, que proviene del mismo tipo de cepa, aunque se mezcla con otra variedad de uva. Elaborado con mucho cuidado, dado que es un tipo de uva muy sensible, se ha convertido en uno de los mejores vinos de Cerdeña y ha alcanzado una importante fama en toda Italia. Y, desaparecido completamente en Catalunya después de la filoxera, es el último testimonio de unas cepas tarraconenses que se han mantenido puras en L'Alguer desde hace siglos.
Con este blanco espumoso de historia secular, se cierra el brindis del president por la victoria judicial conseguida, una más en la ya nutrida lista que acumula el exilio. Después, las conversaciones coloridas, las canciones, los despidos y el retorno a las diferentes destinaciones previstas, unos a Waterloo, los otros a Estrasburgo y el resto a Madrid y Barcelona. Se ha cerrado otra etapa en la larga carrera de los líderes catalanes contra la represión española, y, aunque todo el mundo es consciente de que habrá más batallas, el triunfo de L'Alguer redobla las energías y la confianza. Una a una, van cayendo las euroórdenes de Llarena por toda Europa, y, en el proceso de descrédito de España, se va consolidando la razón del exilio. "Hasta la próxima", dice uno de los presentes, y la sonrisa cómplice del resto no necesita aclaraciones: todo el mundo sabe que la obstinación enfermiza de la judicatura española es tan obsesiva como enorme su capacidad de hacer el ridículo. Y nadie descarta que, antes de la resolución de Luxemburgo, el juez Llarena no se ingenie una nueva barrabasada. Al fin y al cabo acaba de recibir el previsible visto bueno del Constitucional, el mismo que ha ido negando, una tras otra, todas las razones de los líderes catalanes. Es la maquinaria del poder judicial, un estado dentro del estado que se retroalimenta y se protege.
¿Qué se ha movido y qué ha cambiado?
Acabado el viaje, la resaca obliga a tomar la temperatura en los tres ámbitos de actuación: Catalunya, España y Europa. ¿Qué se ha movido y que ha cambiado después de esta nueva victoria catalana? Si la lupa se sitúa en el global europeo, es evidente que cada éxito judicial de Puigdemont aumenta su imagen internacional como líder y como resistente, a la vez que el Reino de España se degrada todavía más como democracia homologable. Llarena está consiguiendo que se vayan sumando países a la lista de naciones que le niegan la razón jurídica, con la doble consecuencia de aumentar el prestigio y la simpatía por el líder catalán, tanto como escandaliza la falta de prurito democrático del Reino de España.
Es una batalla que se gana en el ámbito jurídico pero que, con cada éxito judicial, también refuerza la victoria en el relato público. Por eso, Puigdemont es invitado a la Asamblea Francesa y a todo tipo de acontecimientos y conferencias, mientras son muchos los líderes europeos que lo tienen en consideración. Cuando empezó el exilio, Puigdemont era un desconocido que tenía un minuto de fama. Ahora es un líder respetado y reconocido como interlocutor necesario en el gran debate de los derechos democráticos en Europa. Por eso Llarena no lo podrá detener nunca. Y, por eso mismo, parece posible imaginar que será en Europa donde ganaremos nuestros derechos nacionales. Quedan muchos movimientos de pelota, pero estamos jugando la partida.
Si la lupa se sitúa sobre España, se empiezan a ver algunos cambios estratégicos muy significativos. No se ha movido ni un milímetro la pétrea obstinación sobre la unidad de España en ningún ámbito, ni en el político, ni en el mediático, y mucho menos en el judicial. España no es una realidad dinámica, ni un debate abierto, sino una idea sagrada, inamovible en el tiempo y en la lógica de los pueblos, y esta concepción antimoderna y antidemocrática está plenamente aceptada en todos los centros de poder españoles. Es evidente, pues, que la lucha y los éxitos del exilio no han modificado la obsesión jacobina española, pero la impotencia ante Puigdemont está variando el relato en algunos ámbitos. A raíz de la victoria de L'Alguer, empieza a haber voces, tanto políticas como mediáticas, que están pasando de la idea de "traerlo a España" a "dejarlo estar". El lunes mismo vendía esta tesis el director de La Vanguardia, y, en algunos portales influyentes españoles se defendía la misma estrategia: si no se puede vencer a Puigdemont, hay que ignorarlo, y al silenciar sus victorias, se relativizan las razones del exilio y se minimizan los daños en España. Es la táctica del avestruz, que ha llegado al paroxismo esperpéntico de los de Vox, que han pasado de hacer de Curro Jiménez y perseguirlo por Europa, a asegurar que están contentos si no está en Catalunya. El patético zorro, que dice que no están maduras...
España, atrapada en el 'sostenella y no enmendalla'
España no pierde las batallas hasta el día después de perderlas y, atrapada en el sostenella y no enmendalla, prefiere ignorar que debatir, silenciar que hablar, enterrar bajo los escombros en lugar de reconocer el conflicto y resolverlo. Por eso las portadas españolas han escondido la gran victoria jurídica del president, y por eso mismo empiezan a insinuar que ni habría que intentar atraparlo. Puigdemont da miedo al Estado porque es, a estas alturas, el espejo reflector más potente de las miserias del Reino de España. Y, si no ganan la razón en Europa, esconden la verdad en España, en un proceso de aislacionismo internacional que viene de una larga tradición, desde los Borbones del XIX, hasta el Spain is different del franquismo. Pero, por mucho que tapen, maquillen, minimicen y escondan, la realidad del exilio es tan tozuda, como es importante el impacto de sus éxitos. En un momento u otro, España se tropezará de cara con el conflicto catalán, por muchos intentos de rehuirlo que haga. Y el primer gran choque será Luxemburgo, el resultado del cual puede cambiar el paradigma de la política española. Por eso, algunos influyentes del españolismo empiezan a intentar minimizar los daños, rebajando la importancia del president.
Luxemburgo, la siguiente parada
Si Luxemburgo puede cambiar el paradigma español, también puede cambiar el paradigma de la política catalana. En una sociedad acostumbrada a las derrotas, especialmente entre la masa ciudadana independentista, las victorias del exilio son un motor anímico, social y político de enorme relevancia, cuyas consecuencias todavía no podemos valorar. A diferencia de otras estrategias más o menos inmovilistas, que aplazan el conflicto catalán al infinito y muestran signos evidentes de fatiga y de derrotismo, la resiliencia de Puigdemont abre expectativas, refuerza los ánimos y genera esperanzas. El exilio ha demostrado que la causa catalana no estaba derrotada sino bien viva y que era capaz de plantar batalla y ganar. Y este es un hilo de éxito que puede cambiar el rumbo estratégico del independentismo. También, en este caso, Luxemburgo es un hito muy importante.
Sea como sea, y a la espera de las siguientes batallas, L'Alguer ha sido la última etapa del camino. Dice el final del himno alguerés, escrito por Ramon Clavellet, un intelectual del siglo XIX de enorme importancia para el despertar de la identidad de L'Alguer: “O germans, no disperem!/ Catalunya està fent via./ Prest arribarà lo dia/ en que tots renaixerem!”. ¿Nostalgia o premonición? Luxemburgo, la siguiente parada...