"Terra si pronuncio
el teu nom
perquè vull la teua paraula
per cantar
els herois vestits de blanc
exhaustes no coneixen
els dies ni les hores
diligents per cada
lleu respir
de inermes creatures
lluiten contre
un enemic diabòlic
junts a blanques heroïnes
que vanen i venen
llarg cambrades
de patiment
parlant de fe i d'esperança
tenen encès
el sagrat foc de la vida”

 

Nacido en la ciudad sarda de Ocier e hijo adoptivo de L'Alguer, cuya lengua ha convertido en poesía, se puede decir sin ningún exceso que Antoni Canu es uno de los grandes poetas catalanes, y que, si es poco conocido en Catalunya, no se debe a su categoría poética, sino al desconocimiento global que sufrimos con respecto a la literatura catalana hecha en L'Alguer. El poema que encabeza este artículo, "Herois" es una pequeña muestra de su profundidad lírica. Cuando lo he leído, después de haber vivido un intenso día en Sassari, la ciudad donde este lunes ha tenido lugar la vista por la extradición del presidente Carles Puigdemont, he percibido el fuerte amor por la tierra que el poeta expresa, y he recordado que el territorio común del idioma nos liga más allá de la distancia geográfica y del azar de la historia. Y, lo confieso con pudor, me he emocionado.

Las emociones..., sinuoso territorio, siempre vulnerable al desprecio y a la insidia. Y, sin embargo, si algún término define el día de hoy es justamente este: un vaivén de emociones que oscilaban entre la desazón y la esperanza, entre la inquietud y la confianza, entre el miedo y la alegría. Durante las largas horas de espera ante el Tribunal de Apelación de Sassari, acompañados por los cantos infatigables de los grupos de sardos y corsos que hoy han venido a expresar su apoyo al president y a Catalunya, toda la variedad de sentimientos ha rondado, en un momento u otro, por el ánimo de la gente que estábamos allí, y también por los millares de catalanes que han vivido en la distancia el desarrollo de los hechos. Es cierto que estábamos convencidos del resultado feliz de la vista, y así lo testificaban las bolsas de palomitas que Gonzalo Boye había acumulado en los días anteriores. Pero toda prudencia es obligada cuando todavía no se conoce el resultado, y si la prudencia, con permiso del gran Jordi Carbonell, no nos ha hecho traidores, sí que nos ha hecho sufridores innecesarios.

¿Quieres decir, Toni, que todo irá bien?

La sesión se alargaba, las noticias no se filtraban por ninguna parte, ni siquiera en los móviles de los más próximos, ansiosos de alguna insinuación de los que estaban dentro, pero todo estaba en silencio, y la guillotina del tiempo migraba los buenos ánimos. ¿"Quieres decir, a Toni, que todo va bien?" y el entusiasmo siempre desbordante de Comín, "sí todo irá bien", temperaba los miedos. "Tranquilos, tranquilos", remachaba Clara Ponsatí, más divertida que preocupada. ¿"Y vosotros? Ahora, Llarena pide que os detengan", decía alguien con la noticia en el móvil, y la incredulidad daba paso al hazmerreír general. La respuesta era innecesaria. Era tan delirante que este juez estrambótico volviera a pedir la detención, después del flag rotundo de Italia negándose a ello, que sólo cabía analizar quién movía los hilos de un juez patético que arrastraba la credibilidad judicial de España por todos los lodazales de Europa. Alguien explicaba un chiste que corría por las redes: ¿"Sabes que Llarena ha contratado a un abogado belga"? ¿"Sí, quién"? "Un tal Van de Kulo", y continuaba la bufonería a costa del esperpéntico juez.

Los eurodiputados Ponsatí, Puigdemont y Comín, en L'Alguer / Consell per la República

Indolentes e impacientes, iban pasando las horas, aunque siempre estaba el consuelo de observar, a través del cristal, las caras sosas de los tres de Vox, que habían venido a salvar España contra la insidia catalana. La señora en cuestión, dirigente jurídica, o cualquier otro cargo del partido de ultraderecha, había venido vestida de negro de arriba abajo, como si fuera una penitente de alguna procesión mariana: medias negras gruesas y un traje negro lleno de tachas, de cuello alto y brazos tapados: todo un poema surrealista bajo el calor abrasador del sol de L'Alguer. Un poema y una predicción porque la de Vox había venido de negro y se había vuelto de duelo. No sólo no les habían permitido entrar en la causa, sino que no hubieran entrado ni en la sala, y el juez había tardado a penas 3 minutos en rechazar de manera fulminante la petición. En la calle, los sardos habían gritado, "fuera fascistas", y por eso los tres penitentes patrióticos decidieron no salir durante horas del interior, escondidos de la vergüenza y del ridículo.

Entre la gente reunida, un nutrido grupo de dirigentes políticos, desde el secretario general de Junts, Jordi Sànchez o el portavoz Albert Batet, hasta la presidenta de la ANC Elisenda Paluzie, pasando por consellers, diputados y cargos políticos diversos, incluyendo a la dirigente de ERC Meritxell Serret, el de Demòcrates, Antoni Castellà, o la de la CUP, Dolors Sabaté. Y durante el largo rato, el cruce de las conversaciones políticas, a menudo intensas, con un ojo permanente fijado en la puerta del tribunal.

¿España forma parte de la Unión Europea?

Finalmente, sobre las dos y media, se abría la puerta, salía el presidente con una amplia sonrisa y se confirmaban los buenos augurios: Italia decía no a España, se remitía al Tribunal de Luxemburgo y la fiscal añadía que, si se hubiera entrado en la cuestión de la extradición, tampoco habría habido motivos para sostenerla. El éxito del exilio contra la persecución judicial española volvía a ser rotundo e inapelable, y Llarena volvía a cubrirse de gloria. Más tarde, reunidos en la comida en el bonito recinto de Sa Mandra, el president Puigdemont se preguntaba si España forma parte de la Unión Europea, y Boye añadía: "esta pregunta la tendremos que hacer", convencidos de la vergüenza jurídica que representa España en el conjunto europeo.

Nuevamente el conflicto catalán y la resiliencia del exilio ponían en evidencia las miserias de España, miserias en varios frentes, porque tan miserable resulta la perversión de la justicia, como el aplauso político o la aquiescencia mediática. ¿"Quién, en la prensa española, sacará los colores a Llarena?" y la respuesta es conocida: nadie. Con respecto al conflicto catalán, la prensa española no hace periodismo, hace propaganda. Por eso son importantes los éxitos de Puigdemont ante las persecuciones de Llarena, porque rompen la impunidad de que disfruta la represión española dentro del Estado, y la hace evidente en Europa. El Reino de España no es un país seguro jurídicamente, ni es solvente democráticamente, pero lo más grave es que no existe una masa crítica, ni intelectuales, ni cantantes, ni periodistas, que lo pongan de manifiesto. Es en Europa donde se está jugando la partida de los derechos catalanes, y es en Europa donde la democracia española se muestra como es: herida, agujereada y agónica. Se habla de ello en la comida y la conclusión es general: también será en Europa donde se ganará la libertad de Catalunya. En España no hay ni opción, ni cabida.

Pronto se levanta la mesa. No hay tiempo para la jarana: los tres eurodiputados tienen sesión parlamentaria y se marchan a las habitaciones a conectarse on-line. No quieren abstenerse de sus responsabilidades, ni siquiera en un día tan intenso como hoy. Pero la metáfora es brutal: Llarena los quiere detenidos y ellos están libres en Italia y participando en una sesión parlamentaria europea. Nuevamente la pregunta del presidente: ¿todavía pertenece España a la Unión?

Después, cuando acabe la sesión, rueda de prensa en el centro de L'Alguer, donde se darán todas las explicaciones y, por la noche, una cena relajada. Tiempo de respirar, religar complicidades y dejarse querer por los amigos y la compañía. Se ha ganado una nueva batalla. Quedan muchas más. Los presentes están decididos a ganarlas.

Imagen principal: el president Puigdemont después de declarar en el tribunal de Sassari