Esquerra Republicana se encuentra en una situación en la que no se veía desde hace muchos años. Tres porrazos electorales consecutivos, dejándose por el camino centenares de miles de votos en el último año en estas tres elecciones, la pérdida de la presidencia de la Generalitat, que los republicanos han podido atesorar solo tres años en manos de Pere Aragonès, que ya ha anunciado que se retira de la primera línea política con solo 41 años, con un Congreso nacional extraordinario convocado dentro de medio año, un espacio de tiempo lo bastante ancho para ponerlo todo en su sitio pero también para acabar de desarreglarlo.

Todo con una dirección, que hacía 13 años que gobernaba el partido sin sobresaltos, siempre con una tendencia electoral al alza, de repente decapitada: la secretaria general, Marta Rovira, partidaria de un cambio de liderazgos, ha anunciado que se queda en el partido hasta este congreso que se celebrará menos de dos años después del último, pero que no se presentará a la reelección del cargo; el presidente, Oriol Junqueras, todo lo contrario. Se marcha después de las europeas, que el partido tendrá que afrontar en medio de esta crisis y liderando la coalición de Ahora Repúblicas a pesar de sacar peores resultados en Catalunya que EH Bildu y el BNG en el País Vasco y Galicia, respectivamente, y ya sin el cargo de presidente empezará un "periodo de reflexión" para escuchar a la militancia de igual a igual, sin en ningún caso renunciar a presentar y optar de nuevo a ser presidente del partido.

Originalmente, los estatutos fijaban que el tiempo máximo que una persona puede ocupar este cargo son 12 años —Junqueras y Rovira superaron este umbral en el 2023—, en el 2019 se introdujo una modificación que aclaraba que en caso de que los cargos no hubieran podido llevar a cabo sus funciones "a consecuencia de la represión política (prisión, inhabilitación, exilio o causas políticas pendientes de juicio) y de los efectos de la represión sobre su derecho político, este plazo quedará suspendido". Junqueras continúa inhabilitado —dejará de estarlo cuando entre en vigor la amnistía— y Rovira en el exilio desde 2018.

Efecto dominó

La semana postelectoral ha sido muy intensa para los republicanos. Ya la misma noche en que se constató la pérdida de hasta 13 diputados —un porrazo solo comparable con el del 2010 que llevó al partido a una renovación que culminó con la llegada a la dirección de Junqueras y Rovira— Aragonès adelantó que se asumirían responsabilidades individuales mientras reclamaba colectivas. Al día siguiente las concretó, anunciando que dejaba la primera línea política —entró en el Parlament por primera vez en el 2006, pero ya hacía años que era portavoz de las JERC— y que ni siquiera recogería el acta de diputado. Ya había adelantado que no sería vicepresident de ningún Govern de coalición y siendo tercero en las elecciones tampoco no podía ser jefe de la oposición. Al día siguiente, martes, Oriol Junqueras publicaba una carta en el sentido contrario de Aragonès, asegurando que se sentía "con fuerza" para seguir liderando el partido.

El miércoles, la Ejecutiva se reunió durante más de cuatro horas de intenso debate y como resultado de aquel encuentro salió una fecha para el Congreso extraordinario del partido —normalmente se celebran cada cuatro años— para el 30 de noviembre y un comunicado anunciando que Junqueras dimitirá después de las europeas y que empezaría un periodo de reflexión. Pocos minutos después, Marta Rovira publicó una carta en las redes anunciando su decisión de no repetir como secretaria general del partido, defendiendo una "transición serena" hacia nuevos liderazgos y subrayando que su partido no puede "reproducir liderazgos mesiánicos" contra los cuales ha clamado Esquerra durante la campaña, disparando contra Carles Puigdemont y Pedro Sánchez. El jueves, Junqueras compareció en rueda de prensa para explicar su decisión, rechazando atribuirla a la presión de la Ejecutiva y remarcando que pasará estos meses tratando de reconectar con la sociedad. Y el viernes, Sergi Sabrià, se alineaba con Rovira y Aragonès y anunciaba que tan pronto como haya un nuevo Govern —él es viceconseller en funciones— dejará la política institucional.

¿Debate responsable o crisis de partido?

Esta situación dentro del partido llega después de los malos resultados en las catalanas, que son el punto culminante a un ciclo electoral muy malo, después, eso sí, de uno muy bueno con la victoria de los republicanos en las generales del 2019, el triunfo en las municipales que les llevó a ganar a Barcelona, Lleida y Tarragona y sacar buenos resultados en el área metropolitana, uno de los objetivos de Junqueras, y la presidencia de la Generalitat de Aragonès después de superar a Junts en febrero del 2021.

Aunque esta derrota ha sido la chispa que ha acabado provocando un debate interno inédito en los últimos años, las diferencias vienen de lejos. Dentro del partido, hay quien circunscribe esta discusión al debate lógico después de una derrota tan importante como esta y se felicita porque este haya llegado tan lejos, hasta el punto de convocar un congreso extraordinario solo una semana después. Como también hay quien defiende que hay que ir mucho más allá con esta renovación, que también tendría que afectar a Junqueras y no solo a Rovira y a Aragonès. Son personas que reclaman hacer un fuego nuevo real dentro del partido haciendo subir a personas dentro de la formación que hasta ahora estaban en un segundo plano para empezar una nueva etapa.

La situación de Junqueras

Uno de los problemas que se presentan en este sentido es el vacío de nuevos liderazgos, ya que, lamentan estas voces, no se ha promocionado a otros perfiles durante la dirección de Junqueras y Rovira cuando todo salía bien en la formación, con buenos resultados por todas partes y alcanzando grandes cuotas de poder. También el riesgo de que finalmente, después de este periodo de reflexión que empezará tras las europeas, Junqueras confirme su voluntad de repetir como presidente del partido y que nadie opte por presentar una candidatura alternativa.

Al otro lado de la balanza, hay quien reconoce a Junqueras su derecho a continuar al frente del partido, señalando la represión que ha sufrido por parte de la justicia española a raíz del 1 de octubre y recordando que durante su presidencia se han conseguido los mejores resultados de la formación desde la transición democrática, destacando el millón de votos en las generales de abril del 2019, encabezada por Junqueras en pleno juicio a los presos políticos. En la misma línea destacan que es uno de los líderes más conocidos en el país (según el CEO de este abril sabe quién es un 94% de los catalanes, cifra que solo supera Carles Puigdemont) y uno de los líderes mejor valorados: según la misma encuesta, los catalanes lo aprueban con un 5,1 de nota, solo por detrás de Jaume Asens (5,5) y significativamente superior al resto de los rivales. Los catalanes son muy críticos a la hora de poner nota a sus representantes políticos. Su aprobado pelado se debe al hecho de que solo lo suspenden los votantes de derechas, mientras que los del PSC, comunes, CUP y Junts le dan más de uno cinco.

Decisiones pendientes: o investir a Illa o repetición electoral sin candidato

Toda esta discusión coincide con la resaca postelectoral de unos comicios que han dejado una aritmética parlamentaría complicadísima en una cámara donde el independentismo ha perdido la mayoría absoluta de la que ha disfrutado los últimos años. Lo único en lo que han ido coincidiendo los dirigentes de Esquerra que se han pronunciado públicamente es en que hay que ir a la oposición después de que PSC y Junts hayan quedado por encima de ellos, unos partidos a quien acusan de querer hacer caer el Govern republicano de Aragonès durante toda la legislatura pasada, instándolos a ellos a ponerse de acuerdo para formar gobierno. Salvador Illa, ganador de los comicios, apuesta por un tripartito de izquierdas, pero todas las voces coinciden en el hecho de que sería prácticamente un suicidio investir a Salvador Illa y entrar en su gobierno. Solo Joan Tardà, que ya no tiene ningún cargo orgánico, ha reclamado que no se bloquee la investidura de Illa. Cuando los republicanos pactan con los socialistas, son castigados en las urnas, tal como quedó demostrado en 2010 y ahora de nuevo.

Otra opción es investir a Salvador Illa, que necesitaría los votos afirmativos de ERC y comunes, pero  sin entrar en el Govern. Mientras tanto, Carles Puigdemont insiste en intentar una investidura con los votos de ERC para la cual es imprescindible la abstención del PSC, hecho que parece imposible y que los republicanos descartan: reclaman que Junts se asegure antes esta abstención antes de entrar a discutirlo. Con todo, voces como la del exalcalde de Vilassar de Mar, Damià del Clot, ha apostado por esta vía.

Investir a Illa, contra el que los republicanos han cargado muy duramente durante la campaña por alejarse del catalanismo y las políticas de izquierdas que añoran de la época de Margall, parece un mal negocio que les podría provocar perder todavía más apoyos. La alternativa, sin embargo, no parece mucho mejor: una repetición electoral en el mes de octubre, antes de celebrarse el congreso que tiene que redefinir la estrategia del partido. Además, las tendrían que afrontar sin un candidato claro a estas alturas, con Junqueras (que solo ha sido candidato "efectivo" en el 2012, hace más de una década) todavía inhabilitado y con Aragonès borrado del mapa. Sea cual sea la decisión de los republicanos, no la tomarán con Junqueras al frente. Ya será expresidente del partido, una situación que puede ser temporal si finalmente se presenta a la reelección y las bases le apoyan.