El pilar de nou amb folre, manilles y puntals de los Castellers de Vilafranca que está en todas las portadas de los diarios de Barcelona sería una buena metáfora del momento político mundial, donde también pasan cosas que nunca nadie había pensado que ocurrirían. Incluso funciona la metáfora por el hecho de que los Verds sólo hayan cargado el castillo —sólo no porque ahí es nada— y hayan celebrado como nunca el hundimiento, a pesar de la caída desde más de diez metros del enxaneta, voltereta en el aire incluida. Era la primera vez que se levantaba una construcción similar, con piezas nuevas, los puntales, para las que ha sido necesario buscar nombre.
Los castells son una representación de la vida, como el fútbol, cabe decir, aunque los urbanitas descreídos que desprecian las tradiciones, escarnezcan una cosa, y la otra. Tiene gracia —bueno, gracia no es exactamente la palabra adecuada— la portada de El Periódico porque al lado de una excelente foto del pilar, de arriba abajo de la página, el título principal dice que las hipotecas aun subirán más los doce meses que vienen. Como los castells, todo lo que sube, baja. Confirman la subida desde la portada de El País, donde el gobernador del Bundesbank, el banco central alemán, insiste en que hay que atornillar más los tipos de interés, lo que significa que subirá el Euríbor, índice al que están referenciadas las hipotecas.
En Israel, Binyamin Netanyahu, líder del Likud, el principal partido de la derecha, ha vuelto a salirse con la suya y podrá gobiernar, después de su exclusión en las últimas elecciones. Arriba el castell. Lo tienen en portada El Mundo y El País. Este diario también explica que, en Dinamarca, en cambio, los socialistas dependen de un nuevo partido de centro llamado Los Moderados, como el de Birgitte Nyborg en Borgen pero tumbados a conservadores en vez de a progres. Si los moderados suman con los socialistas, la exprimera ministra Mette Frederiksen mantendrá la presidencia del gobierno. Si quieren sumar con la derecha y la extrema derecha, no. Este castell trabaja, como dicen cuando sube y los pisos tiemblan, condición de la que algunos grupos de gama extra han hecho una técnica, un arte.
Ha caído el castell de Jair Bolsonaro, presidente del Brasil saliente, que ha aceptado los resultados —perdió por dos de los 118 millones de votos (el 1,6%) ejercidos en las elecciones presidenciales del Brasil. Bolsonaro es el primer presidente que pierde la reelección. El kommentariat papanatas lo interpreta como un giro a la izquierda, tal como en Colombia, Perú, Chile o Argentina. En realidad, esas izquierdas son bien diferentes entre ellas, y lo que pasa es que las democracias de América Latina apuestan por el cambio: son ya dieciséis victorias seguidas de la oposición en elecciones presidenciales celebradas en catorce países de la región desde el 2018. La democracia, en Brasil, ha superado una gran prueba de estrés —como hacer un castell—, superando las amenazas que la asedian por todo el mundo: corrupción, desigualdad, populismo, polarización y desinformación. El partido de Bolsonaro mantiene una bancada parlamentaria numerosa y no se puede llamar fascistas a los 58 millones que le votaron. Lula da Silva lo tiene claro. Por eso su vicepresidente, Geraldo Alckmin, proviene del PSDB, el tradicional partido del centroderecha ilustrado, y habla de ampliar la coalición. Lula empieza a cargar su castell. Al prometer trabajar para revertir la polarización del país ("¡No hay dos Brasiles!")" ha hecho la piña y los primeros pisos, cuando arranca la parte primera de la música de gralla y timbal. A ver si puede llegar al toc de vermut.