Tenemos la guerra de Putin en Ucrania y las represalias rusas contra Europa, cortando el suministro de gas. Las protestas intensas y fuertes de los ganaderos holandeses contra el plan del gobierno de cerrar granjas para recortar al 50% las emisiones de óxido de nitrógeno. El gentío que asaltó e incendió el palacio presidencial de Sri Lanka echando al jefe del Estado. La revuelta en Ecuador contra la incompetencia del gobierno. La crisis en Sudáfrica, gobernada por políticos que no saben salir del pozo de la corrupción. La lista de embrollos globales es larga. El pronóstico es que este otoño será duro, largo y empinado para la gran mayoría de los ciudadanos. La cosa recuerda la serie Occupied, ambientada en un futuro donde Noruega ha abandonado la extracción de gas y petróleo para proteger el clima. Para evitarlo, la UE subcontrata a Rusia para que ocupe y gestione las plataformas y refinerías del mar del Norte y asegurarse así el suministro de carburante. Después la cosa se enreda. El momento actual parece imposible, que no pueda ser, como la situación que describe en la serie noruega. En este contexto, las portadas de este martes parecen poca cosa a la vista de la que se viene. Parece que ninguna consigue comprender y transmitir en toda su magnitud la tormenta que llega. El caso contra Laura Borràs, la renovación del Poder Judicial español, la reforma del delito de sedición, el plan de medidas sociales del gobierno español para aliviar la crisis... todo parece material de juguete, política en miniatura.
No es así. En todos esos casos, España se juega la democracia o una buena parte de la democracia, la cultura política que acompaña su ejercicio y la sociedad abierta que crece a su alrededor. Pasar un poco de frío el invierno que viene porque se debe racionar el suministro energético es un precio muy barato para ganar la guerra al tirano ruso Vladímir Putin y mantener aquella cultura y aquella sociedad. Pero que la justicia se perciba como politizada y los ciudadanos desconfien; que las instituciones del Estado se vean como artefactos opacos y manipulables en manos de una élite que quiere preservar sus privilegios y su poder; que se persiga impunemente opciones políticas legítimas sin respetar los derechos de los que las profesan; que el gobierno español gobierne a base de decretos ley sin pasar por las cámaras; que no se sepa exactamente a qué se dedica el Govern... Todo eso hace que un país tenga un aire más a la Rusia de Putin que a una democracia homologable. Cuando menos, que esté contaminado de ese ambiente tóxico iliberal. Dirás que cuánto pesimismo. Bien. Son hechos, no inventos. Quizá los diarios no llegan y no pueden presentar en buena forma un estado de cosas del mundo que los desborda, los supera de tan denso y de tanta temperatura y presión como soporta.
Algunos no parece que se esfuercen mucho y no hay manera de saber cuáles. Fíjate en las diferentes narrativas con que El País y El Mundo explican el plan de medidas de protección social que el gobierno de Pedro Sánchez quiere presentar este martes en el Congreso. Mientras El País lo ofrece como un "rearme ideológico frente al PP", El Mundo lo cuenta como una nueva improvisación de Sánchez, que no sabe atacar la crisis y tiene que inventar decisiones a medida que las dificultades lo desbordan. La Razón añade su particular interpretación: el plan de medidas abrirá una grieta irremediable entre los socios de la coalición que compone el gobierno español. Quizás es alguna de estas cosas, o dos o las tres al mismo tiempo y quizás alguna más. La desgracia no es sólo que la situación económica y social empieza a complicarse, sino que la información está tan sesgada que ya no sabes qué pasa realmente porque los diarios sólo hablan de qué les parece, cómo lo valoran y qué les interesa. Para pensar.