Las portadas de este sábado se comentan entre sí. El mejor resumen lo lleva El País, que en una sola frase explica el resultado del Consejo de Ministros celebrado en Barcelona (“gestos”) y sus consecuencias (“inflama a la oposición”). No han podido encajar la manifestación de protesta de la tarde del viernes y en el subtítulo han optado por destacar los “altercados” de la mañana. Altercados (“disputas”, “porfías”, según el DRAE) es buena palabra para el resultado de las protestas: 77 heridos y 13 detenidos. Solo por comparar, equivale al 1% de los arrestos hechos por la gendarmería francesa tras el cuarto sábado de protestas de los chalecos amarillos y al 7% de los heridos ese día.
La inflamación de la oposición se percibe también en la prensa de oposición (El Mundo, ABC, La Razón), que ha llegado al punto de saturación con las exageraciones e hipérboles con que fabrican la realidad paralela sobre Catalunya y todo lo que se le aproxima. Su catastrofismo está a punto de agotar las palabras para ser expresado y la normalidad anormal del 21-D parece que ha descolocado su obsesión por explicarlo todo como un conflicto violento, inacabable y creciente. Dos gobiernos que se sientan a hablar son una “humillación”, según ABC o una “indigna dejación”, según La Razón. El Mundo opta por una táctica más sibilina y habla de un “motín jacobino” contra Sánchez, que “desestabiliza al PSOE” a causa de su “apuesta personal” por desinflamar Catalunya.
Sorprende tanta verborragia apocalíptica para tan poca cosa, pues el resultado de la presencia de Pedro Sánchez y sus ministros en Barcelona —heridos y detenidos al margen— son “gestos simbólicos”, (La Vanguardia y Ara), o “Mucho ruido y pocas nueces” (Avui). El Periódico lo decora como “medidas de calado”. Serán de bajo calado, pues consisten en cambiar de nombre al aeropuerto del Prat, echar unas flores a Lluís Companys y anunciar un plan de mantenimiento de carreteras de 112 millones de euros. No pasa nada. Es bien conocida la tendencia de ese diario a vestir de novia las actuaciones del gobierno español: ayer Sánchez aprobó “medidas de calado”, como en 2017 Rajoy anunció una “lluvia de millones”. Todo en orden.
El lenguaje cataclísmico de los diarios españoles de oposición está bien sincronizado con la retórica incendiaria de los partidos de oposición. Unos y otros consideran una hecatombe cualquier iniciativa del gobierno socialista —no digamos ya del Govern. El fin del mundo se acerca. Cualquier cosa se trata con desmesura tremendista. Hasta un asunto tan sencillo como las restricciones al tráfico en el centro de Madrid se califica como “medida totalitaria”, según el PP. Un concierto en Castellón, donde algunos músicos se desnudaron, “convierte” la plaza mayor de esa ciudad en una sucursal de la Cataluña del Torra independentista y radical”, según la portavoz municipal del PP.
¡Vivan las cadenas!
En esas condiciones demenciales, el espacio que queda para el debate y la discrepancia típicos de la democracia es el mismo que queda entre este párrafo y el siguiente. El efecto de esos relatos de violencia, rayanos en la mentira, con que se retroalimentan esos partidos y esos diarios, es dejar como únicas opciones vivas la represión —vía judicial, policial o 155, que es lo que promueve la derecha española— o huir a otro país —cosa que, mira por dónde, se parece a la propuesta independentista. Tamebién queda la ironía:
He visto la portada de “El Mundo” en papel y no me extraña si sus lectores se cortan las venas, huyen a otra galaxia o se hacen nazis: han atacado Gatwick, España se rinde ante Cataluña, Trump regala Oriente Próximo a Putin y 7 ángeles con 7 trompetas se disponen a tocarlas.
— Mauro Entrialgo (@Tyrexito) 21 de desembre de 2018
La bofetada a un periodista de Intereconomía ayer en Barcelona es una “brutal agresión”, según Inés Arrimadas, quien concluye de ese penoso que “millones de catalanes nos sentimos abandonados en manos de Torra en un territorio sin ley dominado por los comandos separatistas”. Para Albert Rivera “es un día de indignación y de miedo para muchos catalanes. Torra ha decidido secuestrar Cataluña para destruir España”. Teodoro López, secretario general del PP, tuitea: “Exijo al PSOE que restaure el orden en Cataluña”. La diputada Andrea Levy sube la apuesta: “Cataluña está secuestrada por los radicales violentos. Pedro Sánchez ha claudicado ante los independentistas y la violencia”. En fin, el presidente de ese partido, Pablo Casado, asegura muy serio que “Sánchez negocia la ruptura de la soberanía nacional, es un acto de traición a España. Urgen elecciones generales ya”.
Decepción y rabia
Quizá es ese el verdadero motivo de la inflamación de esas portadas. La reunión Sánchez-Torra y el Consejo de Ministros en Barcelona son vistos como la reconstrucción de la mayoría que aupó a Sánchez, quien podría así terminar la legislatura en 2020 con sus propios presupuestos. Esa perspectiva ha encendido todas las alarmas en la caverna política y mediática, que se las prometía muy felices tras los resultados de las elecciones andaluzas y la desorientación indepe. Por lo visto, en ausencia de una realidad favorable, han decidido fabricarse otra más conveniente para sus intereses. Bien podrían aplicarse a esos diarios los versos satíricos que escribió Bertolt Brecht tras la represión de las revueltas de 1953 en la Alemania comunista:
Tras la sublevación de 17 de junio,
el Secretario de las Unión de Escritores
mandó distribuir panfletos por la Avenida Stalin.
Decían que la gente había perdido la confianza del gobierno
y sólo podría recuperarla con esfuerzos redoblados.
En este caso, ¿no sería más fácil para el gobierno
disolver el pueblo y elegir otro?