El afán de explicar la campaña de vacunación contra la covid-19 ocupa muchas portadas, hoy. También algún aspecto menos conocido de la pandemia, como las consecuencias para la salud mental (El Periódico) o las quejas de adolescentes que se sienten marginados de las decisiones sobre la enfermedad y acusados de comportamientos irresponsables que la propagan (Ara). En El País y El Punt Avui hablan de la competencia entre farmacéuticas para poner en el mercado una vacuna eficaz y de la inquietud de los gobiernos por adquirir dosis por adelantado. El Mundo explica que no pasa nada por vacunarse en un reportaje que aborda las inquietudes de la gente con la imagen potente de San Sebastián atravesado de jeringas.
El tema grueso, sin embargo, es si será obligatorio vacunarse o no. El gobierno español dice que no, que sería una ilegalidad y que habría que cambiar las leyes a fondo para obligar a todos. En estas condiciones, el ministro de Sanidad, de aquella manera, porque lo dice pero no lo acaba de decir, aspira a un máximo del 60% de población vacunada a final de 2021. Por el tono de las declaraciones, parece que vacunar a todos es una tarea que va más allá del músculo logístico del Estado, autonomías incluidas, y quizás también de su capacidad presupuestaria. Las leyes actuales ya le van bien, pues.
Hay cuestiones de fondo en juego, porque el, digamos propietario, de su salud es cada uno, y aquí interviene la libertad personal. La salud de cada uno, sin embargo, tiene repercusiones en los otros. Directas (puedes contagiarlos o perjudicarlos porque la enfermedad es causa de tu comportamiento nocivo para otros...) e indirectas (si no te cuidas, es muy probable que el sistema sanitario público tenga que hacerse cargo... con los impuestos que pagan tus conciudadanos). Entre una cosa y otra, no se sabe qué repercusiones son más directas. Después hay que sumar el espectro de personas que va desde los vacunafóbicos hasta quienes no lo ven claro, gente que tiene un miedo de base quizás racional que origina una conducta irracional.
El debate surgirá y lo veremos en los diarios. Será una oportunidad para explicar que las epidemias no se van solas: desaparecen porque no les queda nadie más a quien contagiar. Los virus tienen el mismo interés que los humanos en sobrevivir y lo hacen contagiando otros seres vivos. Si estos seres vivos se han vacunado, son inmunes. Si no, no.
Es complicado. Un 40% de los franceses y un 25% de los italianos cree que las vacunas no son seguras. En ambos países, la tasa de vacunación ha caído por debajo de lo que se considera adecuado para proteger a la población, cosa que ha obligado al Estado a aplicar medidas coactivas. "Obligar a vacunar garantiza unas tasas [de protección], pero no genera confianza en las vacunas, que es lo que la gente debe tener", ha explicado Roi Piñeiro, jefe del Servicio de Pediatría del Hospital General de Villalba, en Madrid. La confianza es uno de los combustibles de la libertad. Los diarios de hoy empiezan a entrar en el debate. Continuará.