Las portadas de hoy no habrán sido de lectura agradable en la Moncloa. Incluso ABC dedica a los presidentes Torra, Urkullu y Feijóo una de esas primeras de estética de póster promocional de spaghetti western. Podría ser "El bueno, el feo y el malo". El mismo presidente Torra se habrá llevado un buen susto al verse relativamente bien tratado por el tabloide monárquico. Las noticias que abren el resto de diarios tampoco son muy halagüeñas para el gobierno español. El País habla de "tormenta perfecta" contra Pedro Sánchez y La Razón cuantifica las pérdidas por la gestión de la Covid-19 en 800.000 votos. La alegría no es completa porque la derecha aún no suma: los votos de cada bloque cambian de habitación pero no de casa.
El establishment se mueve inquieto y quizás el comentario de portadas de ayer era menos fantasioso de lo que parecía. Hoy, Juan Luis Cebrián, exdirector de El País, escribe una cosa larguísima y alambicada que va a parar a esta frase final: "Es verdad que de esta no saldremos si no actuamos todos juntos, o al menos una gran mayoría, pero no habrá unidad mientras los dos principales grupos parlamentarios que han gobernado este país durante las pasadas cuatro décadas sean incapaces de establecer un programa conjunto, no excluyente respecto al resto de las fuerzas políticas". Tarjeta amarilla del establishment al Gobierno.
Esta es la partida que se está jugando: un pacto nacional entre partidos dinásticos, los de la transición, donde encaja mal el particular divide et impera que Pedro Sánchez aplica y que el editorial de ElNacional.cat describe así: "La derecha está temerosa de que los independentistas tengan un peso específico en la toma de decisiones y los independentistas están asustados por el crecimiento de la derecha". Esta es la táctica que irrita a todo el mundo —y no resuelve gran cosa— y ahí aprieta el zapato —perdón, las portadas.
Una última nota. El Mundo hace una de esas maniobras que tanto le gustan, especialidad antigua de la casa: decir que ocurre algo que aún no ocurre con afán de provocarlo —al estilo de una carrera bancaria de los años 20 y 30 del siglo pasado—. Nadie ha puesto todavía ninguna demanda, ni ningún juzgado la ha aceptado, pero lo vas diciendo, lo vas diciendo, lo vas diciendo… hasta que un abogado con hambre de fama escoge la aventura y motiva a otros a seguirle, a ver si sale un juez que se anime. No sería la primera vez.