Una portada implica una elección complicada que, a la fuerza, acota, simplifica y fija una realidad extensa, compleja y poliédrica en los límites de una sola página. Meter el día en una hoja de papel obliga a dejar fuera hechos significativos que dan contexto, que sitúan, que perfilan. Cuando un diario se decide por una selección de material informativo no sólo explica una versión del día. También pone de manifiesto su mirada, su criterio, su actitud. Muchas veces no sabes qué hacer.
En el caso del conflicto en Catalunya, hay diarios que eligen reducirlo todo a los disturbios en Barcelona, evidenciando su afán de presentar el conflicto como un grave problema de orden público que se resuelve con policías y jueces, y su intención de manchar al soberanismo asociándolo con la violencia de una minoría (el ministro Marlaska y el conseller Buch han dicho que, pese a todo, no hay más de 500 radicales detrás).
Otros diarios, en cambio, destacan la protesta pacífica de más de medio millón de personas reunidas en las cinco Marchas por la Libertad, quizás porque quieren señalar que las sentencias y las porras no detendrán la movilización soberanista ni reducirán su parroquia y, en consecuencia, hay que dar entrada a la política, al diálogo, a la negociación.
Con esta perspectiva, digamos, ideológica, las portadas de hoy se comentan solas. Sólo hay que comparar los diarios que quieren ser parte del problema y los que quieren ser parte de la solución —y los que se quedan a medias.
Los diarios (y teles y radios) que empiezan a advertir que son parte del remedio, y no quieren añadir más leña al fuego, también deben vencer la salida fácil de titular con la angustia y la tensión que generan las barricadas, el fuego y las peleas, siempre difíciles de explicar con apenas dos o tres hechos chillones. La espectacularidad de los disturbios, que son una novedad continua, y su épica simple de riña de buenos contra malos, hacen de ellos un espectáculo tentador para editar una portada que realmente grite a los lectores desde el quiosco.
En cambio, una manifestación de medio millón de personas puede ser más aparatosa pero también la tenemos muy vista —en Catalunya mucho más todavía y en diversas variantes—, es menos dinámica, más previsible: gente desfilando y discursos. Encima, la televisión y la radio, tan influyentes a la hora de marcar el paso a los diarios en días como estos, tienden a conectar más a menudo y más tiempo con la continua primicia de los alborotos que con la concentración estática y las arengas, más muermos.
En días como ayer, todo conspira contra las portadas de buen juicio. Por eso, los diarios debían tener nervio para dar importancia en su portada a la letra y la imagen de las Marchas, que representaban el grueso del mensaje del mundo indepe. Necesitaban rigor frío para evitar extraviarse en los titulares sensacionales de las algaradas y las fotos emocionantes que proporcionan. Debían también vencer el miedo a que esa decisión les haga parecer favorables o blandos con el soberanismo, y superar la seducción de criminalizar al independentismo y/o de presentarlo como una especie de terrorismo posmoderno. Si mantienen este rumbo, les será más fácil ser parte de la solución que del problema. A ver si dura.