Produce hasta compasión ver cómo los diarios más gubernamentales pasan de puntillas —cuando menos en las portadas, que es de lo que aquí se trata— sobre el hecho de que Pedro Sánchez dé carta de naturaleza a la hasta ahora inexistente "policía patriótica". No lo ha hecho en el bar de un pueblo olvidado, no: ha hablado de ella en una sesión de control en el Congreso.

El País, que habla de "un debate crispado", cuando lo que se ventila es una pugna feroz de poderes por el control de los resortes del Estado, con el Estado profundo apuntando a todo un ministro del Interior y al secretario de organización del principal partido del gobierno, y movilizando a su servicio a los mandos de la Guardia Civil y a la mayoría de jueces y fiscales, que han saltado como un muelle al mismo tiempo, recios, marciales. Hablan de "un debate crispado", como si fuera uno de tantos: ya sabes qué pasa, que los políticos de por aquí son muy viscerales y etcétera.

La Vanguardia es otro que tal baila, quizá con un poco más de dignidad. Habla "del acoso de la derecha" —concepto amplio y poco comprometido— y subraya la necesidad de "concordia", otra palabra —como pacto— que para ese diario es lo que la campanilla al perro de Pavlov: el incentivo que les hace salivar.

Circulen, aquí no hay nada para ver, dicen esas portadas. Es lógico. A estas alturas es muy complicado hacer aparecer en primera página el concepto policía patriótica al hablar del acoso al gobierno español, aunque lo denuncie el mismísimo presidente Pedro Sánchez. Tendrían que explicar que es la misma policía patriótica que fabricó una parte esencial de la narrativa que perfila como sediciosos a los presos políticos y permitió orquestar el proceso del procés, además que sus responsables son los mismos que dirigieron la represión del 1-O y del independentismo. Entonces callaron —y ahora, qué remedio, también.

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