Algunas portadas ponen cara de susto a la vista de que la extrema derecha supera resultados de elecciones anteriores y más escaños que nunca en el Parlamento Europeo. No ha obtenido ninguna victoria decisiva, sin embargo, como venden algunas primeras páginas, sobre todo la de El País, con su título como una mueca de espanto: “Sacudida ultra en Francia y Alemania”. De acuerdo, ambos países son el núcleo central de la Unión Europea y e inquieta ver cómo la Agrupación Nacional (RN) de Marine Le Pen es el primer partido de Francia con el 32% de los votos, y Alternativa por Alemania (AfD) el tercero de Alemania, por delante de los socialdemócratas de toda la vida. Pero si se mira todo el panorama, se ve que la suma de los partidos europeístas clásicos (conservadores, democristianos, liberales, socialdemócratas) más una parte grande de los verdes (como los alemanes) suman el 64% de los escaños. Si se ponen de acuerdo, como han hecho hasta ahora, la “sacudida ultra” no tendrá consecuencias graves en las mayorías parlamentarias. Esta es la línea, menos alarmista, de La Vanguardia.

El plus de escaños de la extrema derecha se debe, sobre todo, a los buenos resultados en algunos países grandes: Francia, Italia, un poco menos en Alemania. La Unión Europea, sin embargo, no es solo Francia y Alemania. Los partidos de extrema derecha han obtenido resultados por debajo de lo que se esperaba en Bélgica, Chequia, Hungría, Polonia, Rumania, Dinamarca, Finlandia y Suecia. En Grecia, los Países Bajos y España mejoran, pero tampoco es para tirar cohetes. La extrema derecha y la derecha extrema, además, están más divididas de lo que parece. Se reúnen en dos grupos tradicionales. Por una parte, los Conservadores y Reformistas Europeos (CRE, 72 diputados, entre ellos Fratelli de d'Italia, de Georgia Meloni, o los republicanos nacionalistas de N/VA, la Nueva Alianza Flamenca). Por otra parte, los 58 escaños del grupo Identidad y Democracia (ID), donde figura, entre otros, el RN. Ambos grupos clásicos suman más o menos los mismos escaños que en el anterior quinquenio. Tampoco se comportan igual según los países. Meloni (adscrita al CRE) ha ganado en Italia, sí, pero la suma de los votos de su partido y sus aliados de la Lega es casi la misma que en 2019. En Bélgica, la extrema derecha del Vlaams Belang (adscrita a ID) solo ha quedado tercera (14,4% de votos) en el bastión de Amberes, cuna de ese partido xenófobo. Sus rivales más moderados del N/VA ganan con un 28%. Detalles.

De donde de verdad proviene el crecimiento de escaños extremistas es de partidos menores, cuyos diputados aún figuran entre los 50 “no inscritos” o entre los 45 “otros”. Ahora mismo, la formación de un solo grupo de extrema derecha se puede dar por descartada. Será un gran show ver cómo se pelean entre ellos y adónde irán a parar los diputados de AfD, expulsados del grupo ID hace una semana, y los húngaros de Fidesz, hasta ahora adscritos al Partido Popular Europeo. Es decir, los extremistas tienen más escaños que nunca y menos posibilidades de lo que parece. Solo podrán sentarse en mesa con los europeístas en la medida en que abandonen su extremismo. Eso los desactiva como factor de desestabilización, promotores de reformas indeseadas o motor de la agenda legislativa. No son una minoría, pero tampoco se han institucionalizado como alternativa.

Más que nada, las elecciones europeas del 2024 reproducen a escala europea la evolución de la ultraderecha a escala estatal. La extrema derecha en la cámara europea estaba infrarrepresentada en relación con su presencia en los parlamentos de cada estado miembro. Ahora bien, “no hay ninguna razón para ver en estos resultados una derrota de la extrema derecha o una victoria de la democracia liberal. Con aproximadamente un 25% de los escaños [del Europarlamento] y un 20% de los votos [de todos los estados miembros], la extrema derecha es mayor de lo que debería”, decía este domingo Cas Mudde, un prestigioso politólogo neerlandés especializado en el extremismo político y el populismo en Europa y en los Estados Unidos. Mudde afirma que este resultado da protagonismo a los extremistas en las grandes batallas políticas que se disputan a Bruselas y Estrasburgo: migración, Acuerdo Verde Europeo y cuestiones de derechos.

Ahora bien, “es inverosímil y poco útil [hablar] del miedo a la destrucción de la democracia” que derraman algunos diarios y columnistas a raíz de los resultados de la derecha extrema, añade el politólogo. Ciertamente, los partidos que se identifican como liberal-democráticos siguen teniendo todo el poder y no hay que asustarlos con análisis torcidos: que si “el pueblo” pide políticas de extrema derecha o que los partidos clásicos “no tienen más remedio” que aceptarlas. La pregunta relevante, según Mudde, no es si el centro resistirá, sino qué tipo de centro resistirá. Ciertamente, uno de más inclinado al eje conservador, pero no necesariamente secuestrado por los extremistas que quieren reducir la latitud de las políticas de derechos humanos y civiles o la prevención del cambio climático. Hacer girar las elecciones sobre la extrema derecha, que “solo” tiene el 20% de los votos europeos, exagera su importancia y aumenta su influencia y, según Mudde, “hace que la democracia liberal parezca más débil de lo que es”.

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