El título de este Quioscos & Pantallas, aparentemente, debería decir lo contrario, porque las portadas de unos cuantos diarios quieren presentar las elecciones europeas como un plebiscito entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, entre el PSOE y el PP, en clave española. Esta narrativa —mentirosa por simplista— es la que venden en sus títulos principales las portadas de este sábado de La Vanguardia, El Periódico, La RazónEl Mundo. Es un relato esquemático y mezquino, que excluye las confrontaciones de fondo y las esconde bajo el griterío de los grandes partidos dinásticos españoles, intoxicados por sus querellas domésticas, ruines, paletas. Quizás la principal es el papel que tendrá en el Parlamento Europeo la ultraderecha, la extrema derecha, la derecha dura —como la llamen—, bajo cuyo paraguas se cobijan los partidarios de valores, políticas y alianzas opuestas por completo a los valores, políticas y alianzas que fundamentan este épico proyecto en marcha que es la Unión Europea. Son valores, políticas y alianzas arraigadas en las ideologías totalitarias causantes de la Segunda Guerra Mundial. Derrotarlas le costó a Europa unos 40 millones de muertos, sin contar los millones de desplazados o la destrucción terrible de recursos, de tradiciones, de culturas. La de El País es la única portada despierta.

Pocas veces las elecciones europeas han contado tanto, cuarenta y cinco años después de las primeras. Lógico. En las últimas dos décadas, la Unión Europea —los estados que la conforman—, ha subcontratado todo excepto, quizás, su alma. Ha subcontratado la manufactura a China y a otros países de Asia. Ha subcontratado la mano de obra a América, África y al Oriente Próximo. Ha subcontratado el suministro energético a Rusia, al Magreb, al Golfo Pérsico. Ha subcontratado la seguridad a los Estados Unidos. Las consecuencias ya se ven y se sienten. Hay una guerra en el corazón del continente movida por Rusia y otra en Oriente Medio donde se combate el radicalismo islamista, pero se aplasta a población civil inocente. Son un hecho el declive industrial de Europa y la caída de su competitividad y productividad. Hay dificultades para estar presentes en un mundo tecnológico y digital dominado por la pugna entre China y los Estados Unidos. Se alarga la sombra de Rusia, que ahoga a los países europeos con gas barato, siembra desinformación para debilitar sus instituciones y sociedades, y financia buena parte del extremismo y sus mensajes xenófobos y eurófobos.

El auge del extremismo se nutre, en buena parte, del sentimiento de degradación individual y colectiva del proyecto europeo, del que sobre todo son responsables los actuales liderazgos políticos, sociales, empresariales, culturales. En otro momento, en otro estado de ánimo, las olas migratorias, por ejemplo, no generarían tanto miedo a perder la propia identidad. Todo amenaza con fragmentar los gobiernos, la eficacia de las instituciones estatales y las comunes y la misma viabilidad del proyecto en la cabeza y el corazón de los europeos. Por eso, ahora, por primera vez, el extremismo podría influir en la composición del Parlamento Europeo e, indirectamente, en la elección del presidente de la Comisión y en el calendario legislativo. Este es el contexto en que más de 360 millones de ciudadanos de 27 países de la UE votan los 720 miembros del Europarlamento. La campaña electoral en España, sin embargo, ha estado alejada de todo cuestión verdaderamente europea y los diarios —como se ve en las portadas de este sábado— también. Qué papel tan triste, tan deficiente. Lástima.

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