Esta es la sustancia de las portadas que informan de la muerte de Silvio Berlusconi: el político populista, el trumpista avant la lettre, los escándalos y las polémicas, las mujeres, las condenas, el cóctel de política, deporte y televisión, las amistades peligrosas —de Putin a Le Pen y Erdogan. Il Cavaliere era el estereotipo del italiano que llevas en la cabeza y el sueño de cualquiera que quiere hacer fortuna. "Hablaba a la víscera, no a la cabeza", explica Concita De Gregorio, la mejor periodista política italiana, en el epitafio que publica en The Hollywood Reporter. Era infractor por naturaleza, por instinto. Era la personificación de la Italia tópica de tantas películas, la cara B del miracolo economico de posguerra: no pagar impuestos, pactar con delincuentes si conviene, sobornar a los más fuertes y comprar personas y favores. Puede parecer que Berlusconi era un caradura con suerte en un país que pare y venera este tipo de bandoleros insolentes. De Gregorio recuerda en su obituario al cantautor italiano Giorgio Gaber, que decía: "No me da miedo Berlusconi, me da miedo el Berlusconi que llevo dentro".
Sí, pero aquí falla la mitad del relato, la cara A, que produce otro tipo de miedo. Berlusca era el hijo de un empleado de banca y de un ama de casa. Se licencia en derecho con la nota máxima, cosa que le permitió librarse del servicio militar. Empieza a trabajar de cantante y showman en un crucero y de vendedor puerta a puerta. Ha muerto con una fortuna de unos 7.800 millones de euros, después de ser constructor y promotor inmobiliario de éxito empezando de la nada; de construir el mayor grupo de comunicación de Italia en torno a Tele5; de hacer del Milan un equipo de fútbol mítico —cinco Champions bajo su presidencia— y fundar una productora que tiene dos Oscar: Mediterraneo, de Gabriele Salvatores, y La Grande Bellezza, de Paolo Sorrentino. Tiene cinco hijos y deja, oficialmente, otras tantas viudas. Todo eso sin hablar de su trayectoria política. Es imposible que una portada pueda contener un personaje que es mayor que la vida misma.
Las portadas hacen pensar, sin embargo, en el tipo de políticos locales que aparecen en las primeras páginas. ¿Qué diría Berlusconi, qué haría, dentro de los zapatos del presidente Pere Aragonès? En minoría en el Parlament, el partido en declive electoral, teniendo que relevar a tres consellers quemados y con elecciones generales en un mes. Este no sería un cuadro anormal en Italia, donde los gobiernos tienen una duración media de trece meses. Berlusconi encabezó cuatro gobiernos no consecutivos durante casi dos décadas: el primer ministro más duradero de Italia desde la Segunda Guerra Mundial. Salía de cero, con un nuevo partido de resonancia futbolera, Forza Italia, que mezcla la política católica y de orden de la difunta democracia cristiana con un populismo televisivo de lentejuelas business-friendly.
Berlusconi también tendría consejos para Alberto Núñez Feijóo, presidente del Partido Popular. Antes del sábado 17 tiene que negociar con Vox las alcaldías de 135 ciudades, entre otras València, Zaragoza, Sevilla y Valladolid. Este es el tema que inquieta a las portadas de los diarios de Madrid. El País lo da por hecho —pactarán la derecha extrema y lo extrema derecha— mientras que los diarios del Trío de la Bencina agotan la emoción hasta el último minuto, como hace ABC, o quizás quieren asustar al PP con el fantasma de una repetición electoral si no llega a acuerdos con los ultras, como hace El Mundo. Berlusconi no hizo ascos a los ultras de Alleanza Nazionale ni a los xenófobos de la Lega Nord. Así llegó a ser nueve años presidente del Consejo de Ministros de Italia. Si es verdad lo que explica El País —que el PP ya se ha decidido a ir del brazo con Vox— nos esperan grandes emociones en las portadas, el espacio donde se presentará el relato que justifique los pactos que serán la leña para el fuego de la campaña de las generales del 23 de julio. Necesitarán hacer sacar a su Berlusconi interior.