Avergüenza que no aparezca en algunas portadas —las del Trío de la Bencina y alguna más— la noticia de que Alemania se suma al hidroducto submarino entre Barcelona y Marsella, conocido como BarMar o H2Med. El proyecto, promovido por Portugal, España y Francia, estará operativo en 2030 y transportará en torno al 10% de las necesidades de hidrógeno de la UE. Es una apuesta europea para desconectarse del suministro energético ruso y reducir la dependencia de los combustibles fósiles. El canciller alemán, Olaf Scholz, y al presidente francés, Emmanuel Macron, lo han anunciado este domingo en París, donde se encontraron para conmemorar el tratado de amistad y cooperación franco-alemán firmado en 1963 entre Konrad Adenauer y Charles de Gaulle. A los diarios de la derecha mediática madrileña les escuece que Pedro Sánchez pueda apuntarse este tanto en un asunto que afecta muy directamente al bolsillo de los ciudadanos y a la estructura productiva. Su afán para desalojar el actual gobierno español es feroz y no hacen concesiones, ni siquiera por una noticia de primera página como una catedral.

Tenían una opción para herir a Sánchez, que es explicar que el presidente de Francia se burló del presidente del gobierno español en la cumbre hispanofrancesa celebrada el día 19 de enero en Barcelona, porque, en público, Macron no dijo palabra de la participación alemana en el BarMar. A raíz de la cumbre, buena parte del kommentariat español de Madrid y de Barcelona se dejó ir insinuando que Francia cambiaba Alemania por España como socio preferente en Europa. Como ambos socios europeos tradicionales se las tenían en cuestiones clave de política energética en plena guerra de Putin en Ucrania y el tradicional consejo de ministros conjunto se aplazó hasta tres veces, tertulianos y opinadores pensaron que las discrepancias entre París y Berlín favorecían España. Todo era golpearse el pecho con patriótico orgullo. Les ha durado tres días.

Ciertamente, la guerra ha expuesto viejos desacuerdos y malentendidos entre París y Berlín. La preferencia francesa por la energía nuclear siempre se ha enfrentado al firme rechazo de Alemania, que en los últimos 30 años se ha hecho dependiente del gas natural ruso. A causa del conflicto en Ucrania, sin embargo, la industria alemana ha tenido que desconectarse a marchas forzadas de su proveedor tradicional y buscarle alternativas, cosa que ha motivado alguna discusión entre los aliados, en particular sobre el plan fallido de construir un gasoducto a Francia desde España sobre el que Madrid y Berlín casi se habían puesto de acuerdo. París no quería perder el sitio y mató el proyecto en una semana.

En fin, que por mucho que El País o La Vanguardia se esfuercen por vender una España puntera en la reorganización energética de Europa, los hechos la presentan más bien como un peón en el gran juego de Francia, que recupera la posición central en el continente y reaviva el eje francoalemán al convencer a Alemania de sumarse al BarMar. Este domingo, la conmemoración del 60.º aniversario del tratado del Elíseo sirvió para pasar página de las discrepancias del último año. Macron y Scholz volvieron a presidir el aplazado consejo de ministros francoalemán —no el intercambio de un ministro que se acordó en Barcelona. Es complicado que Macron cambie Alemania por España en el tablero europeo. Sesenta años de acuerdo no se deshacen por un gasoducto mal planteado. La prensa española que no se flipe tanto.

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